El nuevo blanco del movimiento MAGA es el propio Donald Trump que iba a terminar con la “casta”

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WASHINGTON.- Es el guardián de los secretos. Es el que está despojando a la gente de sus libertades, el que está usando el Estado como arma y el que protege a la casta gobernante.

Es el que desplegó las manadas de lobos del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE) y del Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE) para hurgar en la información personal de los norteamericanos. El que logró que los republicanos le dieran a Stephen Miller su propio ejército. Trump manipula al gobierno para perjudicar a sus supuestos enemigos. Oscurece en lugar de aclarar, oculta en vez de revelar, y descarta a los periodistas que hacen preguntas agudas para favorecer al periodismo adicto estilo Pravda que siempre está de su lado.

Los partidarios de Trump pensaron que dejaría al descubierto a la oscura casta que solo cuidan su dinero y su poder. Y ahora, el movimiento MAGA (Hagamos a Estados Unidos grande de nuevo) se enfrenta al hecho de que Trump es la oscura casta que oculta información sobre Jeffrey Epstein.

“Así que el tipo que se pasó la vida diciendo que el Estado profundo nos esconde cosas y nos reprime ahora dice: ‘Créanme, no tengo nada que ocultar’,” dice el biógrafo de Trump, Tim O’Brien. “Pero sus seguidores no le creen. Lo que creen sus seguidores es que es tan malo como aquellos a los que criticó antes de ser presidente”.

Ser devorado por las fuerzas que uno mismo desató es casi mitológico. Trump está hundido en la conspiranoia desde aquella despreciable teoría sobre el lugar de nacimiento de Barack Obama. Pero ahora ese remolino de oscuras insinuaciones se lo ha tragado a él: no logra frenar la locura conspirativa sobre Epstein, fogoneada por sus altos funcionarios.

Ghislaine Maxwell (extremo derecha) junto a Epstein y Donald Trump (izquierda).

Trump siempre me hizo acordar a un personaje de la película de 1957 de Elia Kazan, Un rostro en la multitud: Larry “Lonesome” Rhodes, un populista y carismático conductor de televisión cuya “franqueza” le otorga un enorme poder sobre la gente común.

Al final, atragantado de halagos y riquezas, el Rhodes interpretado Andy Griffith tiene una explosión narcisista. Sin darse cuenta de que la mujer a la que ha traicionado le encendió el micrófono, llama a sus fieles fans “imbéciles”, “vagos miserables” y “focas amaestradas”. “Puedo agarrar fertilizante de pollo y vendérselo por caviar”, alardea sonriendo sin saber que lo están escuchando.

Las publicaciones de Trump en su red social, Truth Social, donde respaldaba la afirmación de Pam Bondi de que los archivos de Epstein eran mucho ruido y pocas nueces, exhiben el mismo brutal desprecio por sus devotos seguidores. ¿Se lo tomaron en serio? ¡Qué ingenuos!

Intentó someter a sus seguidores del MAGA —sus “chicos” y “chicas”— ordenándoles que no “perdieran tiempo ni energía en Jeffrey Epstein, alguien que no lo importa a nadie”. Dijo que quienes se centran en el “engaño sobre Jeffrey Epstein” son “egoístas”, “partidarios del pasado” y “eslabones débiles” que fueron “estafados por la izquierda lunática”.

Y esos seguidores que no puedan enfocarse en lo grandioso que es, “quizás mejor que cualquier presidente en la historia de nuestro país”, entonces “¡Ya no quiero su apoyo!”, puchereó Trump en su posteo.

Una de sus “chicas”, una tejana llamada Rosie, dijo estar desconsolada. A través de Truth Social, le respondió que tiene cuatro hijas y que “ni siquiera puedo empezar a entender la voltereta discursiva de que ‘eso fue hace tanto tiempo’, ‘¿por qué seguimos hablando de esto?’ y ‘eso no debería importarle a nadie’. Esas víctimas eran las hijas, las hermanas, las sobrinas y las nietas de alguien. Tenían padres. Por favor, piénselo, señor”.

Trump ha perdido parte de la confianza de su base electoral por negarse a cumplir con lo prometido o a reconocer que utilizó a personas como Kash Patel y Dan Bongino para fogonear la bronca contra el pedófilo que los llevó a él mismo y a Bill Clinton en su avión, ese que algunos apodan el “Lolita Express”.

Una de las islas donde Jeffrey Epstein organizaba sus fiestas. (Imagen Compuesta)

Trump se hizo amigo de Epstein hace años, aunque no está claro si conocía el alcance de sus actividades de depredación sexual. En 2002, Trump le dijo a la revista New York Magazine que a Epstein “le gustan las mujeres hermosas tanto como a mí, y muchas de ellas son jóvenes”. La semana pasada fue la primera vez que Trump tuvo un distanciamiento tan rotundo con sus partidarios de MAGA, a quienes suele compararse con una secta.

Trump, que llegó al poder con la ayuda de Fox News, amenazó a Emma Tucker, editora del Wall Street Journal de Rupert Murdoch, para intentar frenar la publicación de un artículo sobre una carta y un dibujo obscenos que supuestamente Trump aportó para el libro de cumpleaños que Ghislaine Maxwell compiló para Epstein cuando cumplió 50 años.

“Voy a demandar a The Wall Street Journal como demandé a todos los demás”, dijo Trump el martes cuando llamó personalmente al Journal. (Su demanda fue presentada el viernes). Negó haber dibujado alguna vez la silueta de una mujer desnuda con su nombre garabateado en sus partes íntimas, ni haber dejado escrito a Epstein este deseo insinuante: “Que cada día sea otro secreto maravilloso”. (¿Qué era lo que había que mantener en secreto, Donald?)

“Yo no dibujo”, posteó Trump en Truth Social, y denunció la “carta falsa” de la “historia falsa”. Pero las mentiras de Trump —como la de su tío en el Instituto Tecnológico de Massachusetts y el Unabomber—, hoy se desmoronan casi instantáneamente. De inmediato se supo que Trump siempre fue “un garabateador de alto perfil”, como lo describió Tyler Pager en The New York Times, y que a principios de la década de 2000 hasta donó algunos de sus dibujos a organizaciones benéficas.

El jueves, Trump publicó que le había ordenado a Bondi “que presentara ante el Gran Jurado todo testimonio pertinente, sujeto a la aprobación del Tribunal”. Pero los jueces suelen mantener este tipo de testimonios en secreto. Fue desopilante ver a Trump escudándose en el mismo Poder Judicial que tanto se ocupa de ningunear.

Con la esperanza de redirigir la bronca de las bases hacia su mordillo favorito, los medios de comunicación tradicionales, Trump publicó que el Journal es “un trapo sucio y asqueroso”.

Natalie Winters, columnista del podcast “War Room” de Steve Bannon, le dijo a Bannon que con el asunto del Journal sintió que el gobierno los estaba queriendo hacer pasar por locos. “Pensaba que el Departamento de Justicia no tenía nada que ver con Epstein”, dijo Winters. “Y bueno, esta historia en parte lo contradice. ¿Por qué no publicarla? Es enloquecedor”.

Entretejiendo teorías conspiranoicas hasta convertirlas en un nudo gordiano de odio, Trump afirma que algunos de los “archivos Epstein” fueron “inventados” por Barack Obama, James Comey, “los perdedores y delincuentes del gobierno de Biden” y “la corrupta de Hillary”.

Es difícil culpar al Estado profundo cuando el Estado profundo es uno mismo.

Traducción de Jaime Arrambide

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