Adriana Zaefferer nunca soñó con pintar arte abstracto: su pasión por los caballos la llevó, casi inevitablemente, a obsesionarse con ellos y dedicarse a sus retratos. Nacida en 1952 en Buenos Aires, en el seno de una familia ajena al mundo ecuestre, descubrió su devoción por estos animales durante los veranos que pasaba con su familia en la Patagonia.
Desde muy chica se dedicó a observar y dibujar caballos: primero con lápiz y carbonilla, después con témperas, pasteles y óleos. Incluso incursionó en la escultura. No tuvo una formación académica en arte -aunque sí un breve paso por la carrera de Veterinaria, que le brindó conocimientos precisos sobre la anatomía equina-. Aprendió por observación, ensayo y práctica, y fue perfeccionando su técnica a su ritmo, fiel a su mirada.
“No quería pintar naranjas; yo quería pintar caballos”, dice con determinación. Se mudaba al sur de Argentina con su caballete y pasaba horas estudiando musculaturas, pelajes. Todo con una precisión que nacía del amor por el animal.
A los 18 años viajó a Inglaterra, y fue ahí, por su amistad con la hija del embajador argentino, que comenzó a frecuentar círculos vinculados al turf británico. Esa cercanía la llevó a conocer a personas del entorno de la reina Isabel II y, finalmente, a ella.
“Pinté doce cuadros para la reina. El primero fue a los 18: su perra Heather -recuerda-. Surgió así: yo solía ir a los establos de Kingsclere, un lugar espectacular donde entrenaban sus caballos. Un día, ella vio un retrato de un perro en el hall de entrada y preguntó quién lo había pintado. Era mío. A la semana me llamó Lord Porchester, su amigo cercano y manager de carreras, para preguntarme si quería ir a Windsor a retratar a su perra. ¡Una aventura! La reina misma me sostenía el perro mientras yo lo pintaba. Por suerte Heather era tranquila: se quedaba quieta y la reina le daba galletitas. Fue algo muy especial”.
“Después de ese primer encuentro, cada vez que alguna de sus yeguas ganaba un clásico, me encargaban un retrato. Y ganaron varios en esa época. Fue un vínculo muy natural, muy lindo. Me llevó a lugares increíbles. Ella era una persona muy admirable. Amaba profundamente a los caballos. Incluso hace no tanto me encargó una pintura de su última yegua, que se llamaba Diploma. Quería un óleo pequeño para su escritorio, porque la adoraba».
En diálogo con LA NACION, Zaefferer admite haberse dado cuenta hace poco que en realidad pintó para dos reinas: “Cuando tenía 20 años, Andrew Parker Bowles, el exmarido de Camilla (la actual reina), me pidió que pintara a su perro. Nunca hablé mucho de eso. Fue un regalo que le hizo”.
El miércoles 13, a las 18, la artista inaugurará una nueva exposición en la galería de arte Sara García Uriburu. La muestra reúne obras que, según cuenta, tienen una profunda conexión con su historia personal: paisajes del sur, escenas gauchescas y, por supuesto, caballos. Pero esta vez con una diferencia.
“Esta selección no tiene relación con el deporte, ni con el turf ni con el polo, que son temas que trabajé mucho. Acá hay más campo, más naturaleza. Gauchos, niños, lagos… Es lo que pinto desde siempre, pero con una mirada distinta”, dice.
Luego de décadas exponiendo en Londres, Nueva York y otras ciudades del exterior, Zaefferer se muestra entusiasmada por volver a apostar por el circuito argentino. “Exponer en Buenos Aires me divierte y me motiva. Estoy volviendo ahora a la escena local. Durante muchos años estuve más centrada en Inglaterra, así que ahora veremos qué pasa. Tengo ganas de intentarlo. Me volví con todos los pinceles a casa. Vamos a ver qué pasa en Argentina”.
Para agendar.
Adriana Zaefferer inaugura su exhibición de pinturas el miércoles 13 a las 18, en la galería de arte Sara García Uriburu (Uruguay 1223, timbre 5).