No hay en este momento una película disponible en streaming que promueva más conversaciones y debates que Una casa llena de dinamita (A House of Dynamite). La nueva y extraordinaria película de Kathryn Bigelow, tal vez el mejor estreno de 2025, no solo es el título más visto de Netflix desde que hace una semana se sumó al catálogo de la plataforma (en la Argentina sigue en lo más alto, pero perdió en las últimas horas ese primer lugar a manos del estreno de producción nacional La mujer de la fila). Alrededor de ella empezó a crecer un debate monumental sobre las inquietantes resonancias de su planteo argumental.
La reacción del público amplía todavía más la superficie de la discusión. Con la novedad de una grieta que también tiende a agrandarse entre quienes celebran la película de manera incondicional y quienes la aborrecen. Tal vez una exploración más amplia de la obra cinematográfica de Bigelow sirva para atenuar la desconfianza de quienes son más duros con su flamante creación, estrenada después de ocho años de silencio (otro factor a tener en cuenta).
En Amazon Prime Video pueden verse Vivir al límite (The Hurt Locker), ganadora del Oscar a la mejor película en 2009 (disponible allí como Zona de miedo) y la indispensable Punto límite (Break Point, 1991), con Keanu Reeves y Patrick Swayze, primera aproximación al mundo de Bigelow y al personaje predilecto de sus historias: enérgicos y resueltos profesionales adictos al peligro, enfrentados por lo general a situaciones extremas. Bigelow, vale recordarlo una vez más, fue la primera mujer en la historia que ganó el Oscar a la mejor dirección, también por Vivir al límite.
Del otro lado hay faltantes notorios, sobre todo La noche más oscura (Zero Dark Thirty, 2012), que estuvo muchísimo tiempo disponible en streaming y hoy brilla por su ausencia en las plataformas más importantes. Tampoco podemos ver online vía streaming otros dos títulos clave: Días extraños (Strange Days, 1995) y sobre todo Detroit (2017), la formidable (e incomprendida) reconstrucción de los disturbios raciales ocurridos en esa ciudad estadounidense en 1967 y su conflictiva resolución.
Frontera infranqueable
Pero ninguno de ellos, ni siquiera los más conectados con una agenda periodística candente (la guerra de Irak en Vivir al límite y la caza a Osama Ben Laden en La noche más oscura), despertó una polémica tan encendida y ruidosa como la que tiene a Una casa llena de dinamita como protagonista. En pocos días se levantó una frontera casi infranqueable entre defensores y críticos de la película.
No hay mejor manera de ilustrar toda esta irresistible disputa que con el diálogo más comentado de toda la trama. En un momento, cuando empiezan a agotarse las respuestas frente a la inminencia de una catástrofe, el presidente de Estados Unidos (Idris Elba) afirma: “Esto es una absoluta locura”. Y uno de sus principales interlocutores desde la sala de comandos, el general Anthony Brady (el gran dramaturgo y ocasional actor Tracy Letts, en un papel que ya justifica por lo menos una nominación al Oscar como mejor actor de reparto) le contesta: “No, señor presidente. Esto es la realidad”.
¿De qué realidad estamos hablando? Del rompecabezas que presenta Bigelow, exponiendo en tres dimensiones sucesivas (equivalentes a otros tantos puntos de vista) una única historia: el operativo forzoso desde el cual distintas estructuras, instancias y organizaciones gubernamentales estadounidenses tratan de reaccionar y actuar en tiempo real frente a la amenaza comprobada de un misil nuclear que se dirige a la ciudad de Chicago y no tardará en impactar allí. La inminencia del estallido se percibe en los rostros de quienes tratan de impedirlo en una dramática carrera contra el reloj.
La gran paradoja del streaming en estos tiempos impidió que Una casa llena de dinamita alcanzara su merecida cumbre en el cine. En otros tiempos no muy lejanos, una película como esta habría contado con un lanzamiento amplio en los cines, un contacto con el público a la altura de los propósitos de su creadora (un relato perfecto, lleno de tensión y suspenso, que encuentra en una sala de cine y en la experiencia compartida de su visión un escenario ideal) y el consiguiente boca a boca que la mantiene en la cartelera todo el tiempo que sea necesario.
Apenas un puñado de privilegiados (y despiertos) espectadores participó de la intransferible experiencia de ver Una casa llena de dinamita en los cines, porque estuvo solo una semana en la cartelera. La Argentina fue uno de esos contados ejemplos. Hubo que esperar hasta dos semanas después, con el estreno en Netflix, para que ahora sí el boca en boca se disparara a una velocidad supersónica, expresada ahora en millones de views.
Una casa llena de dinamita es uno de esos contados títulos que tienen la fortuna de aparecer en el lugar exacto y el momento oportuno. Ese timing perfecto se conecta con un inesperado triunfo del cine en estos últimos años: en algunas cuestiones geopolíticas la imaginación de lo que se cuenta en la pantalla consigue anticipar la realidad.

Todo relato audiovisual ficticio sobre hechos devastadores de alcance global estrenado en los últimos tiempos (causado por fenómenos naturales o decisiones políticas) nos ofrece en algún punto una señal o un indicio de completa certidumbre. Al menos desde la impresión general de quien lo está viendo en un cine o en el hogar.
“Suelo empezar mis películas con una pregunta, o al menos así lo hice últimamente. En Vivir al límite era: ¿cuál es la metodología de la insurgencia en Irak y la parte más sangrienta de esa guerra? En La noche más oscura, ¿por qué tardaron diez años en encontrar a Osama Ben Laden? Y ahora, la película en sí plantea una pregunta que luego le da al público la oportunidad de responder», reflexionó Bigelow en las últimas horas frente a los primeros indicios de un debate que rápidamente ganó terreno en todas partes.
Lo que se discute pasa por las posibles verdades o mentiras presentes o subyacentes en la inquietante trama de la película. ¿Cuán cerca estamos de que alguien active (por azar, por error o de forma deliberada) un botón nuclear y ponga en el aire un artefacto con ojiva atómica destinado a estallar en algún lugar superpoblado, disparando así una guerra de consecuencias catastróficas? Esa es la pregunta principal expuesta en Una casa llena de dinamita, que la semana pasada viajó directamente desde el catálogo de Netflix hasta las oficinas más importantes del Pentágono.

“Se trata de lidiar con la idea de que estamos rodeados de 12.000 armas nucleares. Vivimos en un entorno altamente explosivo, de ahí el título de mi película”, explicó Bigelow a The Hollywood Reporter. También dijo que viene recibiendo desde los lugares más lejanos del mundo mensajes de texto y correos electrónicos cargados de “cierta inquietud”. La película sugiere, a partir del guion escrito por el experiodista Noah Oppenheim, que el sistema estadounidense actual está en condiciones de destruir en plena trayectoria un misil nuclear solo en el 50% de los casos. Disconforme con este veredicto, el Pentágono respondió, según un informe de Bloomberg, que las pruebas realizadas en la última década dieron por resultado “una precisión del 100% en la respuesta de nuestros sistemas a un eventual ataque”.
Lo que menos le interesa a Bigelow es hacer una película política a partir de una agenda maniquea, hecha de blancos y negros inconfundibles que equivalen a supuestas opciones morales extremas. Nunca sabemos quién disparó el misil nuclear o cuáles fueron las intenciones de sus responsables. La reacción se produce y se expresa siempre a escala humana, protagonizada por un grupo de personajes de perfil tan diverso como el grado de sus responsabilidades. Y quizás no falte en esta perspectiva algún reproche a la directora por agregar a este relato una dosis de sentimentalismo superior al del resto de su obra.

Pero Bigelow conserva (y profundiza) muchas de sus grandes virtudes. Por ejemplo, la notable fluidez con la que se mueve la acción “entre la panorámica y el detalle, dotándolos a ambos de épica y humanidad”, según las palabras de Elsa Fernández-Santos en el diario español El País. Y la ambigüedad desde la cual se sostiene el inquietante planteo: ¿desde qué lugar se estará mejor parado para enfrentar el conflicto y sus imparables consecuencias? ¿Una decisión razonable será mejor que otra contundente? ¿Qué pasa cuando un político se encuentra ante la encrucijada de tener que actuar como si fuera un militar y viceversa?
Lejos de sustraerse al debate creciente sobre la mayor o menor verosimilitud de lo que Una casa de dinamita expone desde la ficción, Bigelow decidió involucrarse en ella hasta el hueso. “Simplemente digo la verdad. En esta obra todo gira en torno al realismo y la autenticidad”, señaló al promover al máximo el debate. Y conectó su película con el futuro del crucial tratado START, firmado entre Washington y Moscú con la intención de establecer un mecanismo de control recíproco en el manejo del arsenal nuclear de ambos países.

Después de invadir Ucrania, Rusia suspendió en 2023 (en plena guerra) su participación en la última versión de ese acuerdo, que expira formalmente en febrero de 2026. Mientras tanto, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, acaba de ordenar la reanudación de sus pruebas nucleares. Bigelow también habló del tema en los últimos días: “He hablado con un señor que participará en las negociaciones del Tratado START en febrero, que ha visto la película dos veces y que desea que su participación tenga un impacto significativo en dichas negociaciones”.
A primera vista, cualquier discusión seria en términos geopolíticos alrededor de la posibilidad de una crisis nuclear aparece contemplada en la trama de Una casa llena de dinamita. Y lo mejor pasa por una presentación del tema ajena a cualquier agenda periodística circunstancial o momentánea. Son personajes arquetípicos (y a la vez con una carnadura precisa, lo que los hace tan empáticos) quienes se enfrentan a estos hechos, forzados a tomar decisiones urgentes y sin margen posible de error. Por eso las películas de Bigelow resisten el paso del tiempo mejor que algunas de sus equivalentes en el pasado. Basta compararla con Doctor Insólito (Dr. Strangelove, 1963), de Stanley Kubrick.
