Autocríticas revulsivas en la tribu kirchnerista

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El kirchnerismo es, al cabo de estos comicios y al cierre de esta edición, un recuerdo traumático que no trae votos. Perdió seis de las últimas siete elecciones cruciales, y hasta Cristina Kirchner reconoce que deben repensar todo su proyecto –monetario, económico, tributario, laboral, educativo, de salud y de seguridad– y también que ese espacio se encuentra en serio riesgo de una “balcanización”. “Estamos viendo una fuerza política cuyo techo y cuyo piso se están acercando peligrosamente y que viene en retroceso desde el 2015”, advierte el ensayista y peronólogo Alejandro Horowicz, aunque no habría que olvidar tampoco el año 2013, cuando aquel “prehistórico” Sergio Massa hundió al kirchnerismo en la provincia de Buenos Aires y abrió así una puerta para la ulterior cadena de derrotas. Alberto Fernández, que rescató momentáneamente al cristinismo del llano, se referenciaba en la figura de Raúl Alfonsín pensando en la vocación progresista y democrática del líder radical, pero quizá la historia recuerde esa asociación libre no tanto por aquellas virtudes del prócer de Chascomús sino por sus graves equivocaciones económicas: una herencia signada por una devastadora inflación que planchó al radicalismo durante años y que obligó a la UCR a transformarse en una mera “liga conseguidora de cargos”, como le achaca ahora el sociólogo Pablo Semán a un kirchnerismo que abandona su inserción social para sobrevivir como fuerza parlamentaria, es decir: para privilegiar a sus representantes por sobre sus representados.

El kirchnerismo perdió seis de las últimas siete elecciones cruciales, y hasta Cristina Kirchner reconoce que deben repensar todo su proyecto

El politólogo José Natanson lo pone nuevamente en negro sobre blanco: ese populismo, después de las últimas experiencias, “no le ofrece a la sociedad confianza económica”. Es el mismo pensador que articuló el día después de la paliza electoral un concepto veraz pero urticante, luego compartido por Martín Rodríguez, director de la revista Panamá: el antikirchnerismo es, hoy por hoy, el partido más potente de la república argentina. La admisión de esta cruda realidad, en boca de intelectuales del palo o de simpatizantes, constituye una evidencia de la hondura de la crisis: hablar con honestidad del nutrido “pueblo antiperonista” o decirle a un kirchnerista que ha perdido la capacidad para representar al “pueblo” y que las “grandes mayorías” ahora las encarnan sus enemigos, es como anoticiar a un católico de que Cristo dejó de ser Dios.

“El antikirchnerismo es, hoy por hoy, el partido más potente de la república argentina”

Horowicz hunde aún más el escalpelo: “Si digo que hay que frenar a Milei y la sociedad dice otra cosa, tenés un mal balance de lo que pasó”. Y agrega: “‘Los gorilas no entienden que soy el bueno de la película y por eso me va mal’. Esta explicación es buena para llorar en la iglesia de la esquina y para avanzar en la misma dirección en la que venís en la última y larga década. No se pueden restañar las rupturas con palabras vacías: si yo te digo que con la educación se cura y se come’ y no se come ni se cura; si te digo: ‘vienen por tus derechos’ y vos trabajás en un rappi y hace décadas que no tenés ninguno, vos pensás: ‘¿me están tomando el pelo?’”. Martín Rodríguez, con gran respeto por Jorge Taiana, tampoco puede evitar preguntarse por qué no logró decir en público y de manera contundente que en Venezuela había una dictadura, olvidando incluso que hoy una parte muy importante de la clase trabajadora argenta está precisamente integrada por migrantes venezolanos. “Hay un discurso de lo justo y de lo injusto que no funciona más –añadió esta semana–. El peronismo necesita contemplación. Mirar al pueblo argentino de nuevo. Y preguntarse: ¿qué es hoy el pueblo?”. Semán teme, por su parte, que prime como siempre el “nopasanadismo”, una forma de obturar el descomunal replanteo de raíz que demanda la época: “La elección del 7 de septiembre autorizó a mucha gente a pensar que La Libertad Avanza era un fenómeno transitorio. Hay que discutir ideas, repertorios y figuras: por distintas razones –porque ganamos o porque perdemos– siempre hay una excusa para no hacerlo. Muchos están atrapados en viejos lenguajes”, repuso en alusión a relanzar la trillada ocurrencia de Braden o Perón. Ganó Braden. Es decir: Bessent, y la posibilidad de que el país no vuele por el aire una vez más. Muchos votaron por miedo a ese incendio posible, pero otros lo hicieron por temor puro y duro a que regresaran los pirómanos. “Insistimos con mensajes que tienen enorme repercusión en el diez por ciento de la población, pero eso no es una mayoría –señaló–. Alguien sacó la conclusión de que, porque mucha gente estaba viendo El Eternauta, la oposición se estaba recuperando. Estamos hablándonos a nosotros mismos”.

Hablar con honestidad del nutrido “pueblo antiperonista” o decirle a un kirchnerista que ha perdido la capacidad para representar al “pueblo” y que las “grandes mayorías” ahora las encarnan sus enemigos, es como anoticiar a un católico de que Cristo dejó de ser Dios

Finalmente, el psicoanalista Jorge Alemán, que de vez en cuando le gusta citar a Lenin, se preguntó por qué razón el kirchnerismo había perdido “épica”. La palabra siempre suena bien, pero no tanto si la aplica una fuerza que en lugar de calmar las aguas quiere encresparlas; una escudería que viene de provocar una debacle y alienta otra, y que estresa todo el sistema social. Alemán, como otros, da por seguro ya de forma automática y sin cuestionamientos, que el peronismo es un movimiento “progresista”. Se queda con la reescritura ficcional de Perón y su “socialismo nacional” que hicieron los autores setentistas y que luego Néstor Kirchner recicló de manera demagógica y Cristina terminó de sellar con firmeza y autosugestión notable. La hegemonía interna del “peronismo de izquierda”, que tanto agrada a los biempensantes, prácticamente no se discute. Es por eso que Andrés Malamud pone el dedo en la llaga cuando confirma la posible balcanización de ese formato, y explica que los libertarios tienen peronistas disponibles para alianzas tácticas: “Lo que hizo el kirchnerismo fue definir y limitar al peronismo. Lo definió de izquierda y del conurbano –explicó–. Y está lleno de peronistas que no son de izquierda ni son del conurbano. Están en las provincias, y tienen diputados y senadores”. Las significativas reflexiones en voz alta de Horowicz, Semán, Alemán, Rodríguez y Natanson muestran lo que peronistas y progres han comenzado a discutir entre susurros después de que casi todo el mapa nacional se tiñera inesperadamente de violeta. El hecho de que esto sucediera en el marco de una campaña mileísta desastrosa –recesión, mishiadura, disparada del dólar, escándalos con narcos y errores tragicómicos– incrementa la dimensión de esta novedosa y anunciada decadencia.

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