
En un rincón de la ciudad, en la esquina de Cabrera y Medrano, donde Palermo y Almagro se aproximan hasta la confusión, se encuentra el Café Cortázar. Reducto de porteñidad dedicado en su totalidad al escritor. Abrió en diciembre de 2015. O sea, en un par de meses cumplirá sus primeros diez años de vida. El cafetín ocupa una vieja construcción de 1889 destinada a uso comercial que parece haber cobijado al Cronopio Mayor durante sus años en Buenos Aires.
Café Cortázar es otra creación de Pablo Durán, el gran hacedor de espacios gastronómicos apuntalados en nuestras tradiciones. En este caso, la cabeza del grupo societario buscaba una esquina donde abrir un café literario. Hasta toparse con el antiguo local de Cabrera 3797, Palermo, de milagro en pie antes de que un fama desarrollador inmobiliario pudiera despuntar el vicio de la demolición. Anteriormente en la esquina había funcionado una carnicería, luego una pizzería y también un bar.
Café Cortázar es un café temático. Sí. Pero esto no significa un corset a su propuesta cafetera. No es un museo ni la “Esquina” de nadie. Es un café como su nombre lo indica. Ya saben que los nombres funcionan como declaración de principios. Al decir de sus dueños: “Es un café en el que Julio podría haber estado”. Y el propósito está logrado. Muchos otros homenajeados se hubieran cruzado de vereda al ver lo que hicieron al recordarlos.

¿Y por qué para abrir un café literario se optó por Julio Cortázar? Más allá de sus innegables méritos, su literatura tiene una cercana identificación con las tipologías y costumbres de los habitantes de grandes ciudades. Esos que pueblan sus cafés. Cortázar escribe historias urbanas protagonizadas por cronopios, famas y esperanzas. Todos personajes citadinos.
Yendo a visitar el Café Cortázar tampoco pude escapar al recuerdo de Rayuela y los cruces de Horacio Oliveira —protagonista de la novela— de un lado al otro del río Sena para encontrarse con La Maga. “Andábamos sin buscarnos, pero sabiendo que andábamos para encontrarnos”, dice Oliveira. La frase es recordada en la carta del lugar. La Avenida Córdoba viene a representar el cauce vehicular que separa dos orillas. Similar a lo que ocurre con el Sena en París. De un lado de la ribera está Palermo. La otra es Almagro. Y las dos son muy Buenos Aires.
Otro guiño con el escritor está en el logotipo creado por el arquitecto y pintor Horacio Spinetto. Las dos palabras, Café y Cortázar, están escritas con la tipografía Olivetti Lettera 22 que usaba Julio. Y por encima de estas emerge el comienzo del recordado retrato que le tomó Sara Facio.

El Café Cortázar es un salón que se extiende a lo largo de Medrano. Una escalera de madera comprada en un viaje camino a Lobos conecta con un entrepiso y a una pequeña sala, semi privada, ideal para una reunión de ocho o diez personas, con una ventana de vidrios repartidos que aumenta su intimidad.
La carcasa del local se mantiene original. Los objetos y muebles, como suele ocurrir con otros cafés y bares fundados por el nombrado hacedor, fueron adquiridos en subastas. Por ejemplo, el cartel de Cinzano con letras corpóreas que se luce sobre la barra. Ese solo objeto genera pertenencia y envía un mensaje hacia nuestro pasado común.
Café Cortázar hoy se planta como espacio de resistencia cultural dentro de un territorio dominado por propuestas de cafés de especialidad, gastronomía gourmet y pizzerías de franquicia. Así como a Cortázar le hubiese gustado sentarse en una de las mesas, también hubiese apoyado la idea de representar esa posición. La de convertirse en un monumento imperturbable erigido del lado de Córdoba más demolido y modificado. Un sitio que apela a la literatura y a la lectura de libros de papel. Como la biblioteca abierta al público con toda la bibliografía cortazariana disponible más las obras de otros autores que escribieron sobre él.

Dentro del café encontré otro enlace con la obra cortazariana. Tiene que ver con el cuento El otro cielo. En la trama el narrador protagonista sale a deambular por Buenos Aires y encuentra que al atravesar el Pasaje Güemes llega a París a través de la Galerie Vivienne. Ese entrar y salir entre dos cielos se observa en el mobiliario del salón. A las tradicionales mesas cuadradas con tapas laminadas y cantoneras metálicas, tan típicas de los cafetines de Buenos Aires, le sucede una fila de mesitas con tapas redondas, para solo dos personas, propias de los cafés parisinos. O sea, cualquiera puede trasladarse de una ciudad a otra solo con atravesar el pasillo que separa la fila de mesas.
La puesta en escena se completa con fotografías del escritor, sus mujeres y sus mascotas; una acuarela de René Heisecke basada en la mencionada foto que Sara Facio, en 1967, le tomó a un Julio Cortázar de 53 años con un cigarrillo apagado en la boca en la sede de la Unesco en París; dos murales del artista plástico Ricardo Villar; pizarras con citas célebres extraídas de distintos textos; y una rayuela pintada en la pared que unifica los dos niveles del salón. Las aberturas son ventanas guillotinas y los pisos de baldosa calcárea. La recreación de un espacio acorde a la antigüedad del edificio está lograda. Dos años estuvieron para acondicionarlo.
El Café Cortázar abre de lunes a lunes de 8 a 2 am. Su público es variopinto y cambia según el horario. Las primeras mañanas son de trabajadores que hacen base en sus mesas para planificar la jornada. Las media mañanas son de introspección: reuniones de trabajo y lectura. Los almuerzos son para trabajadores de la zona, en particular, personal médico del Hospital Güemes. Luego vuelven los estudiantes, muchos de la Universidad Tecnológica Nacional UTN, también sobre Medrano, pero al otro lado de Córdoba/Sena. Las noches son de vecinos y gente de otros barrios que van a cenar y la última noche es para el público que asiste a los teatros de proximidad. Ninguno, formen parte del colectivo de cronopios, famas o esperanzas, puede soslayar la omnipresencia de Cortázar. Para lo demás sobran ofertas en la misma manzana y las vecinas.

La gastronomía del café también es un mimo al escritor y su obra. Los desayunos se llaman: Barrio Rawson, Olivetti Lettera, Franele, Rayuela, Florencio, Fafner. Y las picadas pueden ser: Cortázar, Deshoras, Bestiario, Octaedro, Andábamos, El examen. Todo servido sobre un individual de papel con ilustraciones de Josefina Jolly. El mantelito incluye citas. Por ejemplo, una de la novela Los Premios dice así: “Los libros van siendo el único lugar de la casa donde todavía se puede estar tranquilo”. Desde estas líneas, propongo una humilde reformulación de la frase: “Los cafetines van siendo el único lugar de Buenos Aires donde todavía se puede estar tranquilo”.
Instagram: @cafecontado
