Cerraron 16.000 en un año: la crisis de los kioscos crece y profundiza el nuevo perfil comercial en los barrios

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Un hombre revisa las góndolas con mirada minuciosa. Reacomoda paquetes de galletitas, ordena los alfajores por precio, limpia los frentes de las heladeras. Detrás del mostrador, la caja espera inactiva, apenas sacudida por alguna compra esporádica. Afuera, la vereda mojada por la lluvia refleja los carteles de “oferta” que cuelgan del techo como un mantra repetido. La postal se repite en cientos de esquinas porteñas, pero en esta –la del kiosco Dulcemente Cosas Ricas, a cargo de Claudio Páez, en Almagro– cada etiqueta y cada golosina tienen un doble peso: el del esfuerzo por sostener un comercio familiar en un país que, en la última década, perdió más de 94.000 kioscos de barrio.

La caída es sostenida, y en el último año se profundizó con fuerza: cerraron unos 16.000 locales del rubro. Fue un derrumbe silencioso, sin protestas ni clausuras televisadas, pero que afectó a miles de familias. También impactó en los barrios. “Somos parte de la postal de la ciudad”, afirma el vicepresidente segundo de la Unión de Kiosqueros de la República Argentina (UKRA), Ernesto Raúl Acuña. “El kiosquero es querido. Atiende con su familia. La gente viene, charla, te deja la llave, te encarga un paquete. Es parte del tejido barrial”.

Páez confirma la crisis existente. “Yo quiero que mis hijos se queden en el país. Pero cuando ves que los mismos de siempre siguen en el poder, te cuesta tener esperanza. Siempre hacemos lo mismo esperando otro resultado. Pero ojalá cambie. Ojalá no nos borren”. Él lo vive cada día.

“Arrancamos el año con una caída en las ventas –cuenta a LA NACION, con la precisión de quien aprendió a registrar los meses por el ritmo de la caja registradora–. Enero no es parámetro por las vacaciones, pero febrero fue durísimo. Volvieron todos, pero sin un mango”. Marzo insinuó un alivio que no se consolidó. Abril fue “más o menos”. Mayo, en cambio, marcó el piso. “Vendimos un 24% menos que en abril. Fue malísimo”, agrega Páez.

Claudio Páez, testigo de la crisis

Participa de cinco grupos de kiosqueros en los que se comparte información como si fueran partes médicos. En todos, el diagnóstico coincide: menos consumo, suba de tarifas y una competencia cada vez más agresiva.

“Una de las principales razones por las cuales cierran los kioscos de barrio es el surgimiento de las cadenas”, dice Acuña. “Las farmacias venden gaseosas, alfajores. Las verdulerías ponen heladeras y venden bebidas. No se puede competir”, suma Páez. “Vas a una farmacia y encontrás golosinas. En supermercados chinos venden cigarrillos”, completa el vicepresidente de la UKRA, sobre el nuevo mapa comercial.

En el último año, cerraron 16.000 locales y los que permanecen abiertos enfrentan altos costos

Mientras conversa con este medio, un empleado de Páez acomoda cajas de bombones en una mesa de ofertas. Del otro lado del salón, otra trabajadora coloca carteles con precios viejos tachados en rojo y ofertas escritas con marcador fluorescente. En una repisa, hay paquetes de turrones, caramelos y alfajores de marcas menos conocidas.

“Cobraron el aguinaldo, sí. Pero lo usaron para pagar deudas”, explica. “Las primeras marcas ya no rotan. Las tenemos que mandar al fondo. Adelante va lo más barato”, detalla.

Lleva doce años al frente del local. Cuando abrió, en la cuadra había un solo kiosco. Hoy son al menos siete, incluyendo cadenas y venta informal a través de ventanas improvisadas. “Este local se nutre mucho de ofertas y promociones, es nuestro fuerte”, señala. Para sostenerse, hicieron convenios con peluquerías, jugueterías, colegios. “Buscamos diferenciarnos, pero no alcanza”.

La pérdida de competitividad es otro golpe

Con la calma de quien aprendió a resistir, el kiosquero lo resume así: “Me vinieron 600.000 pesos de luz. El alquiler, lo que firmamos, ya no tiene sentido, son acuerdos de palabra. El propietario me conoce, me dijo: ‘Más vale malo conocido que bueno por conocer’. Le doy lo que puedo”.

Las deudas se acumulan: IVA diferido, cargas sociales, aportes. “Recién este mes pagamos el IVA de marzo. Debo abril, mayo y julio”, admite. “Entre sueldo, aguinaldo, los gastos y todo, no llegás. Lo que se fue al demonio son los gastos fijos: alquileres, luz, IVA, ingresos brutos, cargas sociales”, enumera.

Afuera, una clienta entra, compra una gaseosa y se queja del precio. Páez asiente, la escucha, no dice nada. Al costado, una libreta marca en lápiz las cuentas del día. “Antes venía el padre, compraba algo para el nene, y también para él. Hoy elige: o una cosa o la otra”, reflexiona.

En el frente de “Dulcemente Cosas Ricas”, los carteles con ofertas son parte del esfuerzo diario por atraer clientes

Acuña confirma a LA NACION: “Somos 96.000 kioscos activos formales. La fuente de este dato es ARCA. Me junté personalmente con el director general y nos dijo que hoy hay registradas 96.000 razones sociales con rubro kiosco. A esto tenés que sumarle los informales: kioscos ventana, en garajes, en piezas”.

Según el directivo de la UKRA, “en la Capital nunca llegamos a los 10.000 kioscos. Históricamente fuimos entre 8000 y 9000. La última vez, andábamos por 112.000 a nivel nacional y ahora estamos en 96.000. En un año cerraron el 15%”.

Sobre el impacto de las cadenas, es tajante: “No las sumamos. Son nuestros enemigos. No tienen valores ni códigos. Te ponen un kiosco pegado a un colega histórico. Ese kiosco, en seis meses o un año, cierra”.

Y agrega: “Otra razón para el cierre es la baja venta. Estamos en un momento recesivo importante. Yo tengo 26 años de kiosquero. Las pasé todas. Esta es difícil”.

Claudio Páez atiende su kiosco desde hace 12 años; se queja por el aumento de los costos fijos, como servicios e impuestos

Páez también apunta a la falta de control en la competencia desleal. “Está desmadrado. El kiosco argentino paga un precio por la mercadería. Pero si sos capital chino o francés, pagás más barato. Perdemos competitividad”, sostiene Acuña.

Para subsistir, muchos colegas buscan reconvertirse. “Algunos hacen librería, impresiones, juguetería. Otros ponen cafetería, sándwiches. Otros montan una tabaquería. Pero cuando no hay plata en el bolsillo, se hace difícil”, añade.

Páez coincide. Intentó sumar productos, servicios, alianzas. Pero el contexto lo supera. “Tengo amigos en Córdoba que pagan más de un millón de pesos de luz. No pueden trasladar productos por los costos. El transporte los destruye”.

Escasa actividad en el kiosco de Claudio Páez

Otro obstáculo es la presión municipal. “Para vender superpanchos tuvimos que hacer una obra enorme: termotanque, agua fría y caliente, azulejar la cocina, instalar planchas. Imaginate un tipo que recién empieza”, comenta.

Acuña advierte: “Ojalá no pase con el kiosco lo que pasó con los almacenes en los 90. Cerraron por el surgimiento de los malls. Antes un almacenero vivía bien, tenía casa, auto, vacaciones. Hoy sus hijos trabajan de cajeros. El kiosco puede desaparecer”.

Páez lo confirma. “Yo quiero que mis hijos se queden en el país. Pero cuando ves que los mismos de siempre siguen en el poder, te cuesta tener esperanza. Siempre hacemos lo mismo esperando otro resultado. Ojalá cambie, ojalá no nos borren”, concluye.

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