El desconocido y fascinante viaje a Italia del general San Martín, que pensaba terminar sus días en Nápoles

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ROMA.- El general José de San Martín hubiera querido terminar su vida en el exilio nada menos que en la bella Nápoles, la ciudad del Vesubio, la pizza, el mar y el sol, con un clima seguramente mejor que el de Boulogne-sur- Mer, donde efectivamente murió, el 17 de agosto de 1850.

Pero después de un muy poco conocido viaje a Italia que hizo -justamente por motivos de salud-, entre noviembre de 1845 y febrero de 1846, el Libertador cambió de idea. ¿Por qué? En Nápoles había demasiado ruido, desorden y caos descubrió, tras ser testigo de los famosos festejos de Navidad y Año Nuevo de la ciudad.

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Todo esto puede leerse en Il viaggio in Italia del generale José de San Martín, libro escrito por Gerardo Severino, coronel de la policía financiera italiana retirado, que fue presentado el jueves pasado por la embajada argentina en Italia en un salón del hotel de la Minerva de esta capital.

La placa conmemorativa en la fachada del hotel de la Minerva, en el centro histórico de Roma, disparó la investigación

Es en este lujoso hotel -recientemente renovado, que se levanta en la plaza homónima, cerca del Panteón, en el centro histórico-, donde se alojó el prócer argentino. Fue justamente la placa de mármol que se levanta allí -y donde puede leerse “Aquí se alojó en febrero de 1846 el general don José de San Martín, Libertador de la Argentina, Chile y Perú”-, el disparador de la investigación que comenzó hace más de 20 años Severino, coronel que recibió varios galardones y que colaboró con los famosos jueces antimafia Giovanni Falcone y Paolo Borsellino (asesinados por la Cosa Nostra en 1992).

Apasionado de la historia sudamericana y especialmente, de la Argentina, porque allí vivieron algunos parientes -una prima de su madre, Olga Iozzi fue senadora en tiempos de Juan Domingo Perón e íntima amiga de Evita, contó-, autor de numerosos libros y artículos de historia militar, Severino reconstruyó la estadía italiana del Libertador con varios detalles.

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Italia entonces en verdad no existía, sino que estaba formada por diversos pequeños estados, todos surgidos del Congreso de Viena (1814-15). El general correntino, que tenía pasaporte francés, llegó a la península el 19 de noviembre de 1845. Era invierno, era un viernes, tenía 67 años y como era una figura conocida por su gesta libertadora en América del Sur, algunas crónicas de la época se hicieron eco del viaje. San Martín desembarcó en el puerto de Livorno después de haber partido desde Marsella unos días antes y haber obtenido el visado correspondiente. Luego de haberle indicado al cónsul francés de Livorno el motivo de su viaje y sus futuras etapas, en un señorial vagón de tren llegó a la bella Florencia, entonces floreciente capital del Granducado de Toscana, sobre cuyo trono reinaba el Granduque Leopoldo II.

En ese período, a través de la Gazzetta de Firenze, el prócer, que sabía italiano, se iba enterando de lo que pasaba allá lejos en su patria. Tenía, además, reuniones con otras personalidades del mundo político y recorría la ciudad, cuna del Renacimiento y sus joyas. Luego de conseguir otra visa, llegó a Nápoles, capital del Reino de las Dos Sicilias, bajo el rey Ferdinando II de Borbón, y lugar de atracción de viajeros extranjeros encantados por sus bellezas tanto naturales como artísticas. El 10 de diciembre de 1945 se subió al paquebote Polifemo, que desde el puerto de Livorno lo llevó a la ciudad del Vesubio.

“Nápoles fue, en verdad, la ciudad donde el Libertador se quedó más tiempo, habiendo querido experimentar una posible y duradera permanencia, favorecida no sólo por el clima templado, evidentemente favorable a una posible curación de los fuertes dolores reumáticos que padecía desde hace muchos años”, escribió Severino. “El Reino de las Dos Sicilias estaba, en efecto, entre aquellos estados italianos de entre los más cercanos a la Confederación Argentina y a su presidente, Juan Manuel de Rosas, esto también debido a los buenos oficios de don Pedro De Angelis, un prestigioso hombre de cultura napolitano que se había trasladado a la Argentina”, precisó.

San Martín se alojó en el célebre y antiguo hotel Le Crocelle, de Nápoles, frecuentado por personalidades ilustres y el mundo diplomático. Acompañado por un fiel sirviente francés, se quedó unos 30 días, durante los cuales escribió cartas a amigos rioplatenses, en las que explicaba su respaldo a Rosas durante el bloqueo naval anglo francés.

Severino afirma en su libro que el Libertador pensaba terminar sus días en Nápoles en base a documentación hallada en un artículo de la Gazzetta Piemontese. Algo que considera verosímil “teniendo en cuenta su amargura al constatar la absurda actitud hacia la Confederación Argentina de Francia, el país que lo había recibido y donde vivía desde hacía más de diez años”.

“Obviamente ese pronóstico no se verificó, al parecer debido de los demasiados estruendos de la ruidosa capital napolitana (imaginemos tan solo los festejos de Navidad y Año Nuevo), o a causa de un ataque de nervios, como nos recuerda el historiador argentino Rafael D’Auria, hechos que le hicieron revisar drásticamente sus planes”, precisó.

El 27 de enero de 1946, un martes, después de haber obtenido una visa para poder ingresar al estado Pontificio y tras haberse encontrado en Nápoles con el general Juan Martín de Pueyrredón y Gervasio Posadas, dos amigos, San Martín se subió a una carroza de lujo para ir a Roma. Llegó a la capital del Estado Pontificio después de 33 horas de viaje. A diferencia de otras ciudades, las crónicas de la época no registraron la llegada del Libertador a Roma, que se encontraba bajo una férrea vigilancia de parte de la policía papalina, “particularmente alarmada y activa contra liberales y conspiradores” y masones, como él.

Se alojó en el hotel de la Minerva, uno de los mejores y bien frecuentado, donde, sin embargo, tampoco encontró serenidad porque seguía siempre con gran preocupación los acontecimientos de su patria, que trataba de ayudar discretamente. En Roma lo alcanzó su amigo Gervasio Posadas, que ayudó al Libertador a tratar de comprar un busto de Napoleón, a quien admiraba mucho.

Posadas fue testigo y hasta lo asistió en un episodio dramático de salud que sufrió San Martín, entonces también aquejado de cataratas, durante una fría noche de febrero de 1946, poco antes de irse de Roma. Entonces, su sirviente, asustado, hasta pensó que se había muerto. “En realidad fue el mismo Posadas que descubrió que don José había sufrido un ataque de epilepsia (o en todo caso de nervios) del que por suerte se recuperó”, puede leerse.

“Probablemente causaron al anciano estadista esa crisis nerviosa las noticias que leía en el Diario di Roma sobre el bloqueo anglo francés del Paraná y la misma guerra que contraponía la Argentina de Rosas tanto a Uruguay como a Paraguay, hechos ocurridos a fines de 1845, pero que se conocieron en la prensa justo a fines de la estadía sanmartiniana en Roma”, deduce el autor.

El viaje de San Martín a Italia concluyó el 17 de febrero, cuando desde el puerto de Civitavecchia volvió a embarcarse en una nave que lo llevó -tras escalas en Livorno y Génova- a Marsella y luego a su casa de Grand Bourg, donde vivió hasta marzo de 1948. Luego se trasladó a Boulogne sur-Mer, donde murió el 17 de agosto de 1850.

Severino descubrió que no fue en el centenario de su muerte, en 1950, sino dos años más tarde, en 1952, que fue colocada la placa de mármol que recuerda el paso de San Martín por el hotel Minerva. Fue iniciativa de dos apasionados sanmartinianos: el embajador argentino Bernabé Samuel Gonzáles Risos y su segundo, José Luis Muñoz Aspiri.

El actual embajador argentino en Italia, Marcelo Giusto, en la presentación del fascinante libro de Severino -que contó a LA NACION que nunca estuvo en la Argentina-, agradeció su valioso aporte. “Queda documentado un período que despierta nuevas curiosidades acerca del devenir del prócer y llena espacios significativos de la vida del General San Martín con nuevos detalles, de los que hasta ahora no había memoria documentada de manera ordenada o no habían sido muy difundidos”, dijo Giusto. “Lo consideramos un homenaje a nuestro ilustre Libertador que nos interpela, porque enaltece y renueva su recuerdo”, subrayó, entre los aplausos de un salón, lleno, del antiguo hotel Minerva.

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