Si alguna vez pasaste una madrugada en vela, sintiendo que todo parece más difícil, no estabas imaginando cosas. De acuerdo con un estudio citado por Muy Interesante, el cerebro humano no está diseñado para mantenerse despierto después de medianoche. Investigadores de las universidades de Harvard, Arizona y Pensilvania plantean que, durante esas horas, los procesos biológicos y cerebrales se orientan al descanso y no al razonamiento.
El trabajo, publicado en Frontiers in Network Physiology en 2022, propone la hipótesis “La mente después de medianoche”, que describe cómo el pensamiento, las emociones y las decisiones cambian radicalmente durante la noche. Los científicos sostienen que, en ese periodo, se combinan dos factores críticos: la fatiga del cuerpo y un reloj biológico que favorece la inestabilidad emocional.
El resultado, señalan, es un estado mental más impulsivo, negativo y menos racional. “El cerebro simplemente no está preparado para funcionar con normalidad después de medianoche”, resumen los investigadores.
Según el estudio, entre la medianoche y las seis de la mañana aumentan los comportamientos impulsivos y de riesgo. La probabilidad de suicidio o autolesión puede multiplicarse por tres o más, al igual que la violencia, el consumo de drogas o los atracones de comida. “Las conductas que durante el día podemos controlar, por la noche se vuelven más probables”, advierten los autores.
La explicación está en cómo el cerebro nocturno cambia de prioridades: presta más atención a lo negativo, disminuye el autocontrol y busca recompensas inmediatas. Comer, fumar o beber se vuelven salidas tentadoras para un sistema nervioso que opera en modo de supervivencia emocional.
Un cerebro sobrecargado y emocionalmente vulnerable
Los investigadores describen que permanecer despierto durante el tiempo biológico destinado al sueño activa un “circuito saturado” en el cerebro. Las conexiones neuronales trabajan por encima de su capacidad, y el pensamiento racional se debilita.

A esto se suman alteraciones en los neurotransmisores que regulan el ánimo, como la dopamina y la serotonina, responsables del equilibrio emocional y la sensación de bienestar. Durante la noche, sus niveles fluctúan, lo que incrementa la impulsividad y la sensibilidad a las emociones negativas.
La corteza prefrontal —región encargada del autocontrol y la planificación— también reduce su actividad, dejando al individuo más expuesto a decisiones arriesgadas o autodestructivas. De ahí que un problema que de día parece manejable, como una discusión o una preocupación, en la madrugada puede sentirse como una crisis inminente.
El estudio enfatiza que el riesgo no se limita a dormir poco, sino a permanecer despierto cuando el cuerpo espera descansar. La vigilia nocturna —ya sea por trabajo, insomnio o hábitos— desajusta los ritmos circadianos y, con ellos, la estabilidad emocional. Quienes trabajan de noche o padecen insomnio, advierten los científicos, están especialmente vulnerables.

Con el tiempo, esta desincronización puede afectar el ánimo, la toma de decisiones y la salud mental. “La noche no es un entorno neutral para la mente humana”, concluyen los autores. Entender cómo se transforma el cerebro en esas horas podría ayudar a prevenir crisis, recaídas o conductas autodestructivas.
Dormir, una forma de cuidar la mente
Para los investigadores, dormir no es solo una necesidad fisiológica, sino una forma de protección mental. “Dormir es proteger la mente de sí misma”, afirman. La hipótesis “la mente después de medianoche” propone que la hora del día sea considerada un factor de riesgo en salud mental, algo que rara vez se incluye en la práctica clínica.
El llamado es claro: se requieren más estudios para comprender cómo la falta de sueño y la hora afectan las emociones y el comportamiento. Mientras tanto, el consejo es simple y universal: si algo te preocupa a las tres de la mañana, espera al amanecer para pensarlo.
Por Alejandra López Plazas
