La debacle del “eje de la resistencia” con el que Irán buscaba acorralar a Israel

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DAMASCO.- Circula un meme en las redes sociales de Medio Oriente en el que se puede ver un cuadro que reza: “Cuartos de final: Israel vs. Hezbollah; semifinal: Israel vs. Irán; final: Israel vs. Turquía”. Y es que a nadie se le escapa que, más allá del conflicto en torno al programa nuclear iraní, lo que ha estado en disputa en los diversos conflictos de los últimos meses es la hegemonía política y militar de la región, lo que Benjamin Netanyahu llama pomposamente “el nuevo orden de Medio Oriente”.

El premier israelí puede sacar pecho porque Israel, gracias a su íntima alianza con Estados Unidos, ha logrado neutralizar su mayor amenaza de las últimas dos décadas: el llamado “eje de la resistencia” liderado por Irán.

Una caricatura antiisraelí que se burla del primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, se exhibe en la plaza Palestina, en el centro de Teherán, el 13 de julio de 2025.

Si bien Israel ha ganado la mayoría de las guerras en las que ha participado en sus 77 años de historia, nunca antes había logrado una hegemonía militar como la actual. Antes de la reciente guerra contra Irán, Israel había dejado a Hamas luchando por su mera supervivencia en Gaza, a Hezbollah diezmada y sin capacidad de responder a sus bombardeos casi diarios en el sur del Líbano, y gozaba de plena libertad de acción en Siria. Desde la caída del dictador sirio Al-Assad, Israel amplió el territorio que ocupa del Golán sirio, y realizado más de 700 bombardeos sobre presuntos objetivos militares, uno de ellos, a escasos centenares de metros del Palacio Presidencial de Damasco.

La última ronda de bombardeos que incluyó la sede del Ministerio de Defensa en Damasco, fue esta pasada semana, cuando intevino en los enfrentamientos entre milicias drusas y las fuerzas de seguridad sirias. Su intervención fue decisiva para que el gobierno sirio retirara sus fuerzas de la provincia de Sweida y reconociera de facto la autonomía de la minoría drusa, un confesión escindida del islam chiita.

Momento del bombardeo de Israel al Ministerio de Defensa de Siria en Damasco.

Tras la última ronda de combates, al control absoluto de los cielos de Líbano y Siria añadió los de su más viejo y odiado rival: la República Islámica de Irán. En octubre, en un intercambio de bombardeos con Teherán, la aviación israelí ya destruyó buena parte de las defensas antiaéreas iraníes, y el 13 de junio, completó la faena.

El primer ministro Benjamin Netanyahu llega a su oficina en el parlamento israelí, en Jerusalén, el lunes 14 de julio de 2025

Desde entonces, y durante los doce días siguientes, los aviones israelíes se han paseado y bombardeado por los cielos de Irán impunemente. Toda una humillación para los ayatollahs, a la que cabe sumar los ataques selectivos contra más de una decena de líderes militares, incluido el Jefe del Estado Mayor, y de 14 científicos nucleares. La infiltración del Mossad en la administración iraní ha llegado hasta la sala de máquinas.

No obstante, más allá del daño infligido a las capacidades militares iraníes, quizás más grave aún es la situación en la que se halla la coalición que debía servir de disuasión ante un posible ataque como el sufrido, y su punta de lanza de respuesta.

El único Estado de la coalición era la Siria de Al-Assad, el resto eran milicias subestatales. El control de Siria era clave para Irán porque le permitía abastecer a través de un corredor terrestre a Hezbollah, considerada la “joya de la corona” de la República Islámica.

Tras la caída del régimen de Al-Assad, y el ascenso de una alianza de milicias islamistas radicales que se pasaron casi 14 años luchando, entre otros, contra Hezbollah, la relación entre Damasco y Teherán es inexistente.

Un miembro de las fuerzas de seguridad sirias pasa junto a un automóvil en llamas en la zona de Mazraa, cerca de Sweida, el 14 de julio de 2025

Sin embargo, eso no ha impedido que Israel bombardee a su antojo la “nueva Siria”. La lógica de estos ataques parece ser dos. En primer lugar, debilitar las capacidades militares de un posible nuevo régimen fundamentalista hostil a Israel. En segundo, forzar a las nuevas autoridades, en una posición de gran debilidad, a llegar a algún tipo de reconocimiento de Israel.

A Washington, le gustaría que Damasco se sumara a los llamados “acuerdos de Abraham”, por los que países como Marruecos, Emiratos Árabes y Bahrein han normalizado relaciones con Israel en los últimos cinco años. Al menos, así lo proclama a los cuatro vientos el enviado de Trump, Tom Barrack. Sin embargo, esa opción parece más una ilusión que una expectativa cercana. Ahora bien, si que sería posible un acuerdo de seguridad respecto a las fronteras mutuas, que sería una reconocimiento indirecto, y podría poner las bases a una plena normalización en el futuro.

Esta imagen aérea muestra las tiendas alineadas en el campamento Al-Amal (anteriormente Al-Jadaa), al sur de Mosul, en el norte de Irak

En el caso de Hezbollah, su problema no es solo los duros golpes que sufrió en la guerra con Israel, sino el haberse quedado prácticamente sin aliados en el Líbano, donde durante años, otros partidos le reconocían su labor de “resistente” frente a Israel. Un nuevo consenso se ha generado en el país liderado por su nuevo presidente, Joseph Aoun, en torno al desarme de la milicia chií, impulsado por Estados Unidos. Tras múltiples crisis -colapso bancario, explosión en su puerto, guerra, etc-, Líbano se halla en una situación económica desesperada, y necesita miles de millones para reconstruir sus infraestructuras y su economía, una tarea imposible sin la ayuda estadounidenses y de las petromonarquías del Golfo Pérsico. Y la condición, precisamente, es el desarme de Hezbollah, que ya ha dicho que lo intentará evitar a toda costa. Su posición de debilidad es máxima.

Una mujer camina con la ayuda de un andador en el campamento Al-Amal (anteriormente Al-Jadaa), al sur de Mosul, en el norte de Irak

Sin poder contar con Hamas para golpear a Israel, al “eje de la resistencia” le quedan solo dos actores operativos: las milicias chiitas en Irak, y los hutíes en Yemen. Ahora bien, incluso las milicias iraquíes ya no son lo que eran hace una década, cuando lideraron la lucha contra el Estado Islámico. Aunque disponen de un cierto margen de maniobra, su integración formal en el Estado iraquí les ha restado independencia. No deja de ser muy indicativo que, a pesar de la intensidad de la guerra del mes pasado, no intervinieran de manera alguna. Por ejemplo, tras la muerte del general iraní Qassem Suleimani en 2020, fueron estas milicias las que respondieron en nombre de Teherán bombardeando bases militares estadounidenses en Irak.

Esto deja a los hutíes como el único miembro del “eje de la resistencia” realmente funcional, tal como demostró con el ataque y hundimiento esta semana de un barco mercante que se dirigía a Israel. Ahora bien, de todas las milicias pro-iraníes, esta es la más independiente respecto a Teherán. Por lo tanto, los huthíes solo suelen actuar cuando sus intereses y los de Irán están alineados. Ante tal panorama, no parece probable que Teherán sea capaz de reconstruir el “eje de la resistencia”, al menos no en un futuro cercano. En el nuevo orden de Medio Oriente no hay lugar para viejos ejes.

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