RÍO DE JANEIRO (enviado especial).- Situada a 154 metros sobre el nivel del mar que bañas las costas de Río de Janerio se encuentra, en lo alto del Complejo da Penha, la Basílica de Nossa Senhora da Penha. Un lugar de encuentro, fe y esperanza que está a solo 10 años de cumplir los cuatro siglos y que se mantuvo intacta el martes, mientras abajo se desarrollaba el operativo policial más letal en la historia reciente de Brasil.
Su majestuosidad e hipnotismo es tal que, aún en medio de las escenas de violencia extrema, cuando se levanta la mirada, sus torres de más de 25 metros de altura, rememoran épocas donde el narcotráfico no era la postal de la zona.
Dos días antes del Operativo Contención, ocurrido el 26 de octubre pasado, el santuario había celebrado su aniversario número 390 en medio de cientos de fieles que se desafiaron para subir los 382 escalones de mármol que permiten llegar hasta la basílica.
El martes, la operación de contención contra el Comando Vermelho dejó 117 muertos en los complejos de Penha y Alemão, según datos oficiales. La iglesia, que durante siglos fue punto de peregrinación, quedó como testigo silencioso de la jornada trágica y entre sus naves retumbó el sonido de las ráfagas de disparos.
La historia del templo comenzó en 1635, cuando el capitán Baltazar de Abreu Cardoso, tras sobrevivir a la mordedura de una serpiente, levantó una capilla en agradecimiento a la Virgen en la cima de ese morro que supera los 150 metros de altura. Ese gesto marcó el inicio de una devoción que se expandió con rapidez.
Menos de un siglo después, en 1728, se creó la Venerable Hermandad de Nossa Senhora da Penha, que impulsó la ampliación del santuario. Fue a fines del siglo XIX, que la antigua capilla fue demolida para dar lugar a una iglesia mayor, con torres y campanas nuevas.
Con el tiempo se sumaron dos torres adicionales y un carillón de 25 campanas portuguesas, adquirido en la Exposición del Centenario de la Independencia de Brasil.
Uno de los emblemas de la basílica es la escalera de granito, con 382 peldaños que se convirtieron en símbolo del santuario y en el desafío final para los peregrinos antes de llegar a la cima para pedir o agradecer.
Hoy, el complejo incluye museo, sala de milagros, anfiteatro y un sistema de dos funiculares para quienes no pueden subir a pie.
En el mediodía de ayer, en una recorrida de LA NACION por el complejo, la postal era de tranquilidad y el párroco local saludaba con una sonrisa mientras bajaba ramos de flores blancas del funicular y recordaba la celebración ocurrida seis días antes.
Cada octubre, la Festa da Penha convoca a miles de fieles en una de las celebraciones religiosas más importantes de Río de Janeiro. Según estimaciones, el santuario recibe entre 1,5 y 2 millones de visitantes por año.
Otra de las tradiciones, además de subir los 382 escalones, es la de atar cintas de colores en la baranda de la escalera. Cada cinta representa pedidos y agradecimientos y, según el color, el significado cambia: blanco para paz y salud, rojo para el amor, verde para la esperanza, amarillo para la prosperidad.
Esa costumbre contrasta con la realidad del barrio, donde el Comando Vermelho mantiene una presencia activa y controla los movimientos cotidianos de las miles de personas que habitan allí. El martes, la operación policial expuso la dimensión de ese poder y dejó una cifra que impactó en todo el país.
Ayer, sábado 1 de noviembre de 2025, víspera del Día de los Muertos y durante el Día de Todos los Santos, la imagen del templo fue de paz y tranquilidad. No hubo multitudes, pero sí una circulación constante de personas que eligieron subir para encender una vela o dejar una promesa.