La provincia de Buenos Aires anticipa el nuevo sistema político argentino

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Acuerdos que incluyen un cambio de identidad, pactos en lugar de la antigua aceptación de un liderazgo único, alianzas de apuro construidas con retazos de lo que quedó afuera de los dos grandes conglomerados que pelearán por ganar la elección.

El cierre de listas, el sábado por la noche, cuando ya no quede tiempo para presentar listas de candidatos para las elecciones en la provincia de Buenos Aires, anticipa el primer boceto para la reconstrucción del sistema político argentino.

Es más por obligación, necesidad y espanto que otra cosa que terminarán esta noche de presentarse dos grandes coaliciones para competir el 7 de septiembre

Casi un país aparte, la provincia encierra en sus propias debilidades de gigante sin cabeza un anticipo del complejo proceso en el que dirigentes y partidos (si es que se puede todavía llamarlos así) ganan espacio, lo ceden, se desprenden de viejas pertenencias e inician nuevos vínculos por convicción o por conveniencia.

Distinta de su vieja madre, la ciudad de Buenos Aires, en la que sus últimas elecciones en solitario expusieron fragmentos dispersos de alianzas destruidas, en la provincia de Buenos Aires la tendencia es hacia un rearmado paulatino y todavía impreciso de los competidores de estos tiempos libertarios.

Es más por obligación, necesidad y espanto que otra cosa que terminarán esta noche de presentarse dos grandes coaliciones para competir el 7 de septiembre. Y con los heridos y desertores de ambas intentarán formarse una o varias alternativas menores que las elecciones legislativas habilitarán para buscar un lugar propio sin temor a ser borradas por la polarización que se acentúa cuando se votan presidentes, gobernadores o intendentes.

El sistema bonaerense siempre se manejó desde comandos centralizados; los mismos que Milei tiene ahora como presidente

Javier Milei aplicó una aspiradora antes que una motosierra para incluir en sus listas a dirigentes de Pro y de partes sueltas del desaparecido Juntos por el Cambio. No hubo un acuerdo de partes ni una coalición al estilo de la que supo comandar Mauricio Macri. Los que entran asumen que quedarán bajo la dirección de Milei, de su hermana Karina y los lugartenientes que ellos designen.

Ese sistema de aceptación de un nuevo liderazgo evidencia que Pro dejó de ser el socio que pretendió para convertirse en un proveedor de dirigentes para llenar los casilleros que los libertarios no pueden completar por sí mismos.

El tamaño de la provincia de Buenos Aires y un sistema electoral con una sobrerrepresentación que garantiza conchabos para todos hasta en el último caserío es un desafío imposible de abordar para una fuerza como La Libertad Avanza, armada a la velocidad en la que Milei salió de la nada para convertirse en presidente en menos de dos años.

Todo tiene una compensación. El sistema bonaerense siempre se manejó desde comandos centralizados; los mismos que Milei tiene ahora como presidente. Eso facilita el dominio sobre un extenso territorio en el que el poder se ejerce a golpes de látigo y sembrando expectativas.

Milei empezó a diseñar en la provincia una fuerza que tiene poco de coalición y todo de un partido vertical dirigido desde el sillón de la segunda al mando, la secretaria General de la Presidencia.

En el otro costado, el peronismo kirchnerista quedó obligado a un reagrupamiento. Es el proceso inverso al de los libertarios. Ahí donde había una fuerza hegemonizada por Cristina Kirchner, los subordinados terminaron por convertirse en socios que le discuten la presidencia del directorio.

Axel Kicillof, su gerente favorito, ya armó su propio esquema y acordó con ella solo porque una división en esta elección lo expondría a una derrota segura.

Tiene una vieja lógica el ataque de los gobernadores a Milei: diferenciarse del rival que deberán enfrentar en las elecciones y hacerlo cuando todavía el adversario no ha demostrado la verdadera fuerza

Descalificado el hijo de Cristina como sucesor por herencia directa, un viejo amigo y a la vez enemigo, el siempre flexible Sergio Massa, se integró al esquema en busca de lo mismo que Kicillof. Está claro que el más reciente exministro de Economía quiere ser la vía hacia la que decante una parte del cristinismo.

Massa es el único en ese esquema que todavía tiene contacto con el peronismo no bonaerense que se alejó hasta declarar su autonomía del mando kirchnerista. Tiene la ventaja de esos vínculos y la desventaja de que en esos territorios lo conocen demasiado.

Eso le da una chance a Kicillof que, sin embargo, pierde fuerza a medida que los peronistas de tierra adentro se resisten a enredarse en una versión nueva y más radicalizada del cristinismo.

Fuera de la provincia de Buenos Aires el peronismo es un conjunto de islas que se alejan entre sí. Hasta hace poco simulaban ser un continente.

Ya se verá en las elecciones del 26 de octubre cómo cada jefe peronista cuenta los porotos en su provincia sin órdenes previas de Cristina Kirchner.

Es la misma lógica que se impondrá en otros territorios donde gobiernan partidos que igualmente deberán enfrentarse a una lista libertaria. Hasta ahora solo dos gobernadores radicales tienen acuerdos concretados o por concretarse con Milei. El chaqueño Leandro Zdero y el mendocino Alfredo Cornejo esperan compartir listas con el Presidente, cuyos delegados les están imponiendo las mismas condiciones que aceptaron los dirigentes de Pro en la provincia de Buenos Aires.

El resto de los gobernadores tendrán el mismo destino que Kicillof, aunque su proximidad con los libertarios haya sido mucho más estrecha y colaborativa que el rechazo a todo que expresa el bonaerense.

Es ese desafío de enfrentar al Presidente, que competirá en nombre de haber bajado la inflación, lo que une a casi todos los gobernadores. Por eso piden fondos a coro a la vez que hicieron notar su fuerza en el Congreso votando leyes que llenaron de ira a Milei.

Tiene una vieja lógica el ataque de los gobernadores a Milei: diferenciarse del rival que deberán enfrentar en las elecciones y hacerlo cuando todavía el adversario no ha demostrado la verdadera fuerza que puede reunir en las urnas.

Mientras esa maniobra se consuma, se arman las listas de candidatos que reflejan el sistema político y de poder que ya no es, lo que empieza a ser y lo que no termina de saberse si alguna vez será.

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