La trama tras el Pacto de Olivos: los mates compartidos en secreto por Menem y Alfonsín para negociar la reforma de la Constitución

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El 14 de noviembre de 1993 se reconoció públicamente el proyecto de la reforma constitucional

Carlos Menem llevaba más de cuatro años en la presidencia y amenazaba con convocar un plebiscito para modificar la Constitución y permitir la reelección de un presidente en la Argentina, algo que solo había logrado Juan Domingo Perón con la Carta Magna de 1949, transformada en letra muerta luego del golpe de Estado que lo derrocó en septiembre de 1955. La convertibilidad de Domingo Cavallo, que creaba la ficción de que un peso podía valer un dólar, era todavía un éxito y el riojano aspiraba a agregar un nuevo período en la Casa Rosada al de seis años para el cual había sido elegido. Así estaban las cosas en la política argentina el 14 de noviembre de 1993, un domingo en el que River Plate derrotó por 2 a 0 como visitante a Ferrocarril Oeste y llegó a la punta del torneo de la AFA. Esa era la gran noticia del fin de semana hasta que estalló la bomba que transformó un rumor que corría desde hacía unos días en primicia confirmada: Carlos Menem y Ricardo Alfonsín acababan de sellar un acuerdo entre el peronismo y el radicalismo —por entonces los dos partidos mayoritarios de la Argentina— para redactar una nueva Constitución que permitiera, entre otras cosas, la reelección presidencial.

Al día siguiente, el que por entonces era el diario más leído del país tituló a lo ancho de toda su portada: “Menem y Alfonsín acordaron la reforma con reelección”, con la foto de un abrazo entre los protagonistas de la noticia, muy sonrientes los dos. La bajada enumeraba los puntos principales del acuerdo: firmaron un pacto histórico, que abre un nuevo camino para modificar la Constitución; impulsarán un proyecto consensuado, que no tocará la parte dogmática (N.d. R: de la Carta Magna de 1853) y que reducirá el mandato presidencial a cuatro años, con reelección por un solo período; habrá un ministro coordinador y elección directa del presidente y del vice con ballottage; también promoverán la elección directa del intendente porteño y la de los senadores, que serán tres por provincia; modificarán el sistema de designación y remoción de los jueces y la oposición presidirá el órgano de control de la administración pública.

Más de tres décadas después, cuando se menciona el “Pacto de Olivos” —por el lugar donde se comenzó a tener ese acuerdo— son muchos los que creen que esa reunión entre el presidente peronista y el líder radical se desarrolló en la quinta presidencial situada, precisamente, en ese barrio del norte del Gran Buenos Aires. Sin embargo, no es así: ese encuentro, que quedó calificado como “histórico”, sí se concretó en Olivos, pero no en la residencia del presidente. La verdadera “cocina” del pacto tuvo lugar en la casa que el excanciller radical Dante Caputo tenía en ese barrio, diez días antes de que se oficializara la noticia.

La tapa de Clarín anunciaba el acuerdo entre Menem y Alfonsín y detallaba los puntos más importantes de la reforma

Mates en la cocina

La mañana del jueves 4 de noviembre de 1993 Raúl Alfonsín llegó temprano a la casa de Caputo en Olivos, a poca distancia de la quinta presidencial que ocupaba Carlos Menem. El “Calabrés”, como le decían sus correligionarios a Caputo, no estaba en el país sino en Chipre, donde acompañaba a un contingente argentino de Cascos Azules instalado en aquel país insular. Caputo estaba allá integrando una misión de Naciones Unidas. Por eso, Alfonsín fue recibido por Anne Morel —la esposa del excanciller— y se sentó en la cocina. El expresidente no estaba solo. Lo acompañaba Mario Losada, por entonces titular de la Convención Nacional de la UCR, que le traspasaría ese cargo al propio Alfonsín apenas un mes después. También estaba con él una figura clave, no sólo del partido sino de los armados políticos en la Argentina: Enrique “Coti” Nosiglia, la principal espada política de Alfonsín en situaciones de crisis.

Esperaron, compartiendo unos mates, la llegada de Carlos Menem, que se demoró. El riojano tocó a la puerta acompañado por el secretario general de la presidencia, Eduardo Bauzá, el gobernador bonaerense, Eduardo Duhalde, que había sido avisado a último momento de la reunión, y otra figura clave para lo que iba a suceder ahí: Luis Barrionuevo, líder de los Gastronómicos, de fluido trato y acuerdos con Nosiglia. Sin esos dos hombres, verdaderos tejedores de la política en las sombras, era difícil pensar en un acuerdo. Entre ellos se había cocinado casi todo.

Por entonces Menem no andaba con vueltas: quería la reelección en los comicios de 1995. Había asumido cinco meses antes de lo establecido —en julio de 1989 y no en diciembre, por la crisis de la hiperinflación que adelantó las elecciones y la entrega del mando— y sentía que contaba con el apoyo popular para un nuevo mandato. Eran muchos los indicadores que avalaban su estrategia para lograrlo. En efecto, ese 1993 terminaba con una inflación de menos de dos dígitos. Aunque parezca una película de terror conviene recordar que en 1989 y 1990 los índices batieron récords: más de 3000% y más de 2000%, respectivamente. En cambio, 1991 empezó con la novedad de que un dólar valía un peso y entonces los precios empezaron a bajar: ese año la inflación fue del 84%, en 1992 del 17,5% y en 1993 bajaría al 7,4%. Por otra parte, las elecciones legislativas de ese 1993 le habían sonreído a Menem, un 42,5% en Diputados, a los que el riojano aspiraba agregar los votos del Modin (Aldo Rico, 5,8%) y los de los Alsogaray (Ucede, 2,6%). Los radicales habían obtenido un digno 30%, una cifra insuficiente para frenar la ola reeleccionista que, además, iba acompañada de una reforma constitucional.

Enrique “Coti” Nosiglia

Cuadro de situación

Esa mañana primaveral en la cocina de Caputo, Anne Morel dejó solos a los invitados que no necesitaban ollas y sartenes para elaborar un producto que marcaría los próximos años de la Argentina.

El propio Alfonsín había planteado una modificación de la Carta Magna en un organismo creado durante su gobierno: el Consejo de Consolidación de la Democracia. En abril de 1986, el entonces presidente se despachó ante un auditorio aliado con que quería trasladar la capital a Viedma y reformar la Constitución para que la Argentina fuera más parlamentarista que presidencialista, a tono con las ideas socialdemócratas.

Para evitar suspicacias, Alfonsín advirtió en ese momento que de reformarse la Carta Magna el mandato presidencial debía ser de cuatro años con derecho a un período más. Aclaró, de modo enfático, que eso no regiría para él, que no podía ser el que cambiara las reglas en beneficio propio.

El líder radical había fracasado en el intento, tanto por problemas en sus propias filas como por la negativa de la oposición. Pero ahora el panorama parecía haber cambiado: los gobernadores de Chubut, Carlos Maestro, y de Río Negro, Horacio Massaccesi —muy cercano a Nosiglia—, estaban de acuerdo en ir por el camino del cambio. Otro hombre fuerte del radicalismo, Eduardo Angeloz, gobernador de la estratégica provincia de Córdoba, se declaraba prescindente.

Del otro lado, para Menem no era fácil sumar dos tercios de las dos cámaras, número imprescindible para que se llamara a una Constituyente. Pero el riojano tejía fino: en Diputados, el aliado de Menem Francisco Durañona y Vedia, de la Ucedé creada por Álvaro Alosogaray, había presentado un proyecto para que la votación se hiciera con los dos tercios de los presentes y no del total de las cámaras. Sabía, desde ya, que el abstencionismo de Angeloz dejaría muchas bancas vacías. Y si con ese armado no alcanzaba, Menem ya había puesto en marcha un plebiscito para cambiar las reglas de juego que le permitieran competir por un segundo mandato en 1995.

Detalle de las

Secretos y filtraciones

El mundo estaba cambiando de modo vertiginoso, con una nueva correlación de fuerzas, y la Argentina no era una isla que pudiera evitar esa marejada. Las socialdemocracias —con las que el radicalismo de entonces se identificaba— estaban en baja y la caída del muro de Berlín en 1989, seguida por el descalabro de la Unión Soviética, le dieron a Estados Unidos un poderío mundial sin precedentes. Domingo Cavallo, hombre con fluidos contactos en Wall Street, se había hecho cargo de la cartera de Economía y la Cancillería era ocupada por Guido Di Tella, quien hablaba de mantener “relaciones carnales” con Washington.

Raúl Alfonsín llegó a la casa de Caputo sabiendo que sellaría un pacto beneficioso para Menem. Una década después, en su libro Memoria Política, explicó que había cambiado de posición de modo radical: si bien se opuso en un principio a la reelección del riojano, ante tantos datos en contra consultó con el jefe del bloque radical de la Cámara de Diputados, Raúl Baglini, quien le dijo que no daban los números para mantener esa posición. Entre mates y cafés con leche, Menem, Alfonsín y sus consejeros quedaron en fijar un nuevo encuentro antes de que terminara noviembre para seguir ajustando los detalles. La información era más que reservada.

Sin embargo, pese al secretismo hubo filtraciones que llegaron a la prensa: el lunes 8, apenas cuatro días después, Ámbito Financiero, el diario de Julio Ramos, sacó a la luz las negociaciones y un por entonces joven periodista llamado Carlos Pagni escribió una nota donde revelaba casi todos los detalles. En medio de tantos rumores y trascendidos, la noticia del acuerdo entre los dos partidos mayoritarios para modificar la Constitución Nacional quedó confirmada el domingo 14.

La histórica foto de Carlos Menem y Raúl Alfonsín caminando por la Quinta de Olivos, que hizo el fotógrafo de Casa Rosada Víctor Buggé, durante la transición presidencial entre ambos (Foto NA: archivo/Presidencia)

Recuerdos de un joven radical

Hace unos años, en una conversación con Eduardo Anguita y el autor de esta nota, el radical Facundo Suárez Lastra analizó aquel acuerdo. Hijo de Facundo Suárez, un líder de la generación de Alfonsín, por entonces era diputado nacional y dirigente del movimiento Renovación y Cambio, creado por el expresidente radical. “La reforma de la Constitución del 94, en términos del papel de Alfonsín y del resultado, me parece que fue un acierto estratégico para la Argentina pero, al mismo tiempo, resultó un golpe duro a la credibilidad y la fortaleza del radicalismo. Alfonsín hizo una gran contribución haciendo de la debilidad, fortaleza. Todo iba a una reforma unilateral del peronismo que la estaba forzando con dos tercios de los miembros del Congreso presentes como para tratar la ley que la aprobara. Esto llevaba a una doble situación: en primer lugar, que hubiera una Constitución a la medida de lo que lograra el peronismo, sin límites; y, en segundo lugar, que iba a reiterar la impronta de las constituciones argentinas que siempre fueron constituciones de facción, como fue la del 49”, dijo en aquella charla.

Al mencionar la Constitución de 1949, Suárez Lastra se refería a que, en aquella oportunidad, durante el primer gobierno de Juan Domingo Perón, el radicalismo había logrado la segunda minoría en la Asamblea Constituyente, pero luego de asistir a la primera sesión se retiró sin votar la nueva Constitución. La Carta Magna del ’49 fue derogada en 1957 por la autodenominada Revolución Libertadora, durante la dictadura de Pedro Aramburu y con el peronismo proscripto.

Más de cuatro décadas después, se trataba de llegar, por primera vez, a una Carta Magna consensuada. “Siempre fueron constituciones impuestas por un sector de la sociedad a contramano de otro sector de la sociedad. Procurar un acuerdo que garantizara conceptos en los cuales Alfonsín había trabajado en el Consejo de Consolidación de la Democracia y también los acuerdos llegados entre Alfonsín y Antonio Cafiero cuando este presidía el Justicialismo, eran precedentes de diálogo entre ambas fuerzas políticas para lograr una Constitución que pudiera representar al conjunto”, resumió el exdiputado radical.

Los líderes de los dos partidos mayoritarios de la Argentina en los 90 durante el pacto de Olivos (NA)

La victoria de Menem

Después del “Pacto de Olivos” entre Menem y Alfonsín, se convocó a las elecciones de convencionales constituyentes, que se realizaron el 10 de abril de 1994, en las cuales “cada provincia y la Capital Federal elegirán un número de convencionales constituyentes igual al total de legisladores que envían al Congreso de la Nación”, según establecía el artículo 9 de la Ley 24.309.

En estos comicios, el Partido Justicialista obtuvo 137 representantes, la Unión Cívica Radical 74, el Frente Grande 31, el Movimiento por la Dignidad y la Independencia (Modin) 21, la Unión del Centro Democrático (Ucedé) 4, la Unidad Socialista 3, Fuerza Republicana 7, el Partido Demócrata Progresista 3 y otros 28 lugares se distribuyeron entre distintos partidos provinciales.

Con esa distribución de fuerzas, la Asamblea Constituyente comenzó a sesionar en Paraná, provincia de Entre Ríos, el 25 de mayo de 1994 y continuó sus debates en la ciudad de Santa Fe hasta el 22 de agosto de ese año, cuando fue promulgada la reforma constitucional.

En virtud de la nueva Constitución, el domingo 14 de mayo de 1995, Menem fue reelecto por cuatro años más con el 49,94% de los sufragios. La fórmula del Frente Grande, con José Octavio Bordón y Carlos “Chacho” Álvarez como candidatos, quedó segunda con el 29,33%. El radicalismo, con Horacio Massacessi, quedó relegado al tercer lugar con apenas un 16,99% de los votos. Así, Carlos Menem se convirtió en el presidente que más tiempo continuado estuvo en la Casa Rosada: diez años y cinco meses, un récord no superado —e imposible de superar— hasta hoy.

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