El actor, director y dramaturgo Martín Flores Cárdenas confiesa que se siente alguien distinto segundo a segundo. “Es lo que estoy tratando de entender, supongo”, apunta. El teatro, como vehículo de esa indagación o como resultante de esta reflexión, es clave en proceso. Alguna vez, su interlocutor inmediato fue el escritor Raymond Carver, del cual montó varias de sus obras en puestas que acapararon la atención del mundillo de la escena alternativa. Luego vinieron montajes como Entonces bailemos, aquel impactante western de amor, sexo y violencia que estrenó en una sala independiente; y Entonces la noche, la puesta que estrenó en el circuito comercial con Cecilia Roth y Dolores Fonzi.
Justo antes de la pandemia abrió Casa Teatro/Estudio, una sala de fuerte carácter experimental que instaló en un viejo PH de Almagro en donde la bailarina y coreógrafa Marina Otero estrenó Love me, o en donde el desbordado y mágico mundo creativo de Lucía Seldes encontró su lugar en el mundo. En esa sala teatral que también es casa, Tato, como se lo conoce, desde 2021 presenta No hay banda. Allí mismo, en la sala que gestiona junto al escenógrafo brasileño Ruslan Alastair Silva, estrenó La fuerza de la gravedad, poema performático dedicado a la actriz Laura López Moyano.
Ahora, Martín Flores Cárdenas está en la patio interno que da al Ecoparque del Teatro Sarmiento, una de las salas del Complejo Teatral. En una de las paredes hay un placa que nadie ve, que sostiene que el Teatro Sarmiento es una sala dedicada al teatro infantil. Pero, en tiempos mucho más cercanos se ha transformado, con sus ideas y venidas, en un espacio experimental de fuerte tono biodramático (algo muy a fin de sus últimos trabajos como sus referencias al cine). En este teatro se acaba de estrenar Al oeste: capítulos I y II, escrita y dirigida por él, en la que comparte escenario junto con Pablo Ragoni. “Una creación en la que se abren una serie de interrogantes en torno a qué es una obra teatral”, se presenta en la información de prensa. En la misma, él insiste que Al oeste no es una obra de teatro.
Sea lo que fuere, todo es válido; hay algunos aspectos concretos. Por lo pronto, de la intimidad extrema de Casa Teatro/Estudio, donde entran alrededor de 50 personas, pasa a una sala con unas 250 butacas. La pregunta de cómo se habita un espacio como el Sarmiento y cómo se vive esta mudanza abre la charla con LA NACION.
“La propuesta me llegó en un momento de mi vida en el cual estoy pensando cómo habitar el mundo, cómo habitar cualquier espacio que ocupe. La misma oferta de hacer algo en este teatro me hizo replantear algunas prácticas que venía teniendo, que me abrieron interrogantes interesantes para la misma obra. Yo venía con ganas de hablar del origen de muchas cosas. Por empezar, por el origen de esta misma obra, el origen de cualquier obra, el origen de los sueños y mi propio origen”, señala el creador.
-¿La reflexión sobre el origen de esta obra tuvo un kilómetro cero?
-La cosa fue así. El año pasado me ofrecieron hacer la obra y yo la rechacé. Me dieron un tiempo para pensarlo y, en ese lapso hasta aceptar, tuve un sueño que, para mí, hablaba de mi origen. Se me ocurrió que la obra podía hablar de eso.
-¿Cuál fue ese sueño?
-Lo cuento en la obra que, en cierto modo, es como la interpretación de ese sueño. En ese tránsito quedé en contacto con el Complejo Teatral y fui teniendo varias reuniones desde el momento en el que acepté hacer la obra. Pero todos eran datos sueltos. Ahora mismo, haciendo esta nota a pocos días del estreno, lo que puede decir sobre la obra es bastante ambiguo. ¡Imaginate hace un año atrás! [se ríe].
-De hecho, hace unos días dijiste que el texto se iba a escribir cada vez.
-Es así, va mutando, muy en la línea de No hay banda y de La fuerza de la gravedad, en las que se produce una primera instancia, que es el encuentro con el público, y en las que ese primer encuentro empieza a jugar en la misma escena. El mismo actor de Al oeste, Pablo, no conoció muchas cosas de la obra. Las empezó a conocer cuando estrenamos. Desde ese momento empieza un proceso en el cual se sumarán cosas nuevas y, al mismo tiempo, se activa el proceso de la reiteración de la misma obra.
-Los dos trabajos anteriores que mencionaste empezaron con una función de amigo a las que se le fueron sumando otras funciones para amigos de amigos y así, hasta que llegaron los desconocidos.
-Los cimientos de las dos obras se fueron forjaron con el público y todo el tiempo intento evocar el estado de las primeras funciones. Claro que hay cuestiones básicas, como entradas de luces y sonido, que necesitan de indicaciones precisas.
-¿Cómo está siendo el proceso de apropiarse de la sala del Sarmiento, en donde nació el ciclo Biodrama? Hay mucho valor simbólico y real alrededor de esta sala.
-El sueño que contaba antes mucho tiene que ver con el hecho de que esta sala se llame Sarmiento, que es una figura polémica, querida u odiada, vinculada con la colonia, con el avance sobre otras culturas. Desde otra perspectiva, empecé a ver obras acá del ciclo Biodrama cuando tendría unos 20 años y muchas de esas propuestas siento que me formaron. Eso ayuda a no sentirse ajeno en este espacio.
-Por lo pronto, tus últimas producciones participaron de diversos festivales internacionales y se repusieron varias veces. Y esta obra cuenta también con producción de una sala madrileña, dos entes portugueses y viene de probarse en el Museo de Arte Moderno como parte del ciclo “El borde en sí mismo”.
-Me queda claro que la llegada acá no viene de la nada. Tiene un origen, que la misma obra se lo pregunta tratando de indagar cómo es que llegó al Sarmiento. Debo reconocer que desde el Complejo Teatral me trataron muy bien, pero les costaba entender mi forma de trabajo. Recién el otro día, cuando vieron algo parecido a la totalidad, creo que se entendió algo, las caras cambiaron.
-¿Por qué el nombre Al oeste?
-Nunca me fui de ahí. En No hay banda y En la fuerza de la gravedad también se contaba algo de mi vínculo con lo western. Todo tiene que volver al origen, con la imagen de un colono, que es el vaquero. Eso se relaciona con mi propio origen.
-Tu origen, en cierto modo, es como hablar de la obra.
-A toda la familia de mi papá, nacido en Perú, no la conocí. Siempre nos dijeron que teníamos sangre Inca. Mi madre es argentina, con ascendencia alemana, austríaca; que se radicó en Misiones. El misterio es por el lado de mi papá y ese misterio es el que me invita a descubrir esta obra que, por otra parte, es bastante queer. Porque, de hecho, también tiene que ver con el origen de mi sexualidad, con mi primer novio, que era hijo de terratenientes. Podría decir que Al oeste es un intento de decodificación de un montón de información que mi cuerpo guarda que está ahí, pero a la cual no tuve acceso. El texto no se escucha: se lee. Claramente, como las anteriores, no es una obra para todo el mundo.
-Hablamos de tu origen, ¿pero quién es Martín Flores Cárdenas, o Tato, para los amigos?
-Alguien distinto segundo a segundo. Es lo que estoy tratando de entender, supongo.
Para agendar
Al oeste: capítulos I y II. Funciones: de jueves a domingos, a las 20. Sala: Teatro Sarmiento (Avenida Sarmiento 2715). Localidades: desde 8.500 a 15.000 pesos
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