Cada 12 de noviembre, en el marco del Día Mundial de la Obesidad en América Latina, es fundamental reflexionar sobre esta enfermedad que afecta a millones de personas en todo el mundo.
La obesidad va más allá de la fuerza de voluntad; se trata de un trastorno inflamatorio complejo, caracterizado por un exceso de grasa corporal. Su desarrollo está influenciado por factores como la genética, el estrés, la regulación del apetito y el consumo de alimentos ultraprocesados, que interactúan de manera multifacética, haciendo que su tratamiento requiera un enfoque integral.
El objetivo de esta jornada es generar conciencia y promover acciones concretas que prevengan y, cuando sea posible, reviertan la obesidad. Esta enfermedad no solo incrementa el riesgo de diabetes, patologías cardiovasculares y ciertos tipos de cáncer, sino que también impacta profundamente en la calidad de vida de quienes la padecen.
Un abordaje integral de la obesidad combina estrategias complementarias: incorporar hábitos saludables -alimentación equilibrada y actividad física regular-, cuidar la salud psicológica mediante terapia y manejo del estrés, y, cuando corresponde, sumar tratamientos farmacológicos innovadores que ayudan a controlar el apetito y reducir riesgos cardiometabólicos sin reemplazar la base del tratamiento. La sinergia de estas acciones potencian los resultados y mejora la calidad de vida de los pacientes.
El cortisol -la “hormona del estrés”- se produce en las glándulas suprarrenales y se activa en situaciones de ansiedad. Durante la pandemia y los períodos de confinamiento se registró un marcado aumento de la angustia en la población; ese estado de nerviosismo sostenido se asocia con incremento de peso y con una redistribución de la grasa hacia el abdomen, lo que eleva el riesgo cardiovascular. El sedentarismo, a su vez, suele favorecer un consumo desordenado de alimentos poco saludables y agravar el cuadro. La ansiedad también puede alterar el ritmo circadiano y desajustar el reloj biológico, favoreciendo hábitos de alimentación inadecuados. En paralelo, el estrés impacta las emociones: al activarse el cortisol, influye sobre la amígdala -reguladora de las respuestas emocionales- y puede intensificar la ansiedad y otras reacciones.
Los avances en diagnóstico están desplazando al IMC (Índice de Masa Corporal) como único criterio y proponen una mirada más precisa: se distingue entre obesidad clínica -exceso de grasa que provoca disfunción en órganos y tejidos y eleva el riesgo de complicaciones- y obesidad preclínica -exceso de grasa sin síntomas evidentes, pero con alto riesgo metabólico futuro-. Este enfoque permite un diagnóstico más temprano y personalizado, apoyado en mediciones directas de grasa corporal, circunferencia de cintura y relación cintura–altura.
En la Argentina se registran avances relevantes en el abordaje de la obesidad: la Ley 26.396 declara de interés nacional la prevención y el control de los trastornos alimentarios, mientras que la Resolución 1420/2022 amplía coberturas y prestaciones para el tratamiento de la obesidad. En conjunto, estas medidas promueven una atención más integral de la enfermedad en el país.
Y es importante hacer hincapié en la inclusión y la comprensión. Los estándares de belleza irreales generan discriminación hacia personas con obesidad. Es fundamental derribar prejuicios, promover empatía y crear entornos inclusivos que fomenten estilos de vida saludables y bienestar integral.
La obesidad es una enfermedad compleja que requiere un enfoque integral: diagnóstico preciso, tratamiento físico y psicológico, hábitos saludables y políticas de inclusión. Este Día Mundial de la Obesidad nos recuerda la importancia de comprenderla con empatía, romper mitos y avanzar hacia soluciones que mejoren la calidad de vida de millones de personas.
Endocrinóloga, especialista en estrés
