Es probable que, al leer estas líneas, muchos las compartan con la intención de ayudar a familiares o amigos. También es factible que quien reciba estas palabras no logre identificarse con ellas. Si hay algo que caracteriza a la codependencia es que es desafiante reconocerla, asumirla y finalmente, decidirse a trabajarla. La dificultad para hacerse cargo de este patrón es, paradójicamente, uno de sus síntomas más claros, debido a una combinación de factores psicológicos, emocionales y sociales muy arraigados.
Agustina D’Andraia, terapeuta que trabajó en sí misma la codependencia, lo explica de la siguiente forma: “es difícil identificarla porque es la adicción más legalizada y romantizada del mundo. Si no podés dejar de consumir cocaína, cigarrillos o incluso azúcar… el entorno te va a entender. Algunos, hasta van a ayudar. Y, sin dudas, nadie te va a dar tips para que sigas consumiendo. Sin embargo, cuando hablamos de adicción a un vínculo, la charla es diferente. Grandes películas o canciones ‘de amor’ están llenas de banderas rojas. Drama, pasión extrema y pérdida de dignidad… con premios internacionales”.
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¿Qué es la codependencia? Pionera en la temática, Melody Beattie, autora del best seller No más codependencia define a la persona codependiente como aquella que “consistentemente ama a otra más o en detrimento de amarse a sí misma, sin considerar sus propias necesidades válidas”.
La psicóloga Patricia Faur, docente de la Universidad Favaloro y especialista en dependencias afectivas desde hace más de 35 años, explica que en sus inicios el término hacía referencia a los allegados de dependientes químicos, por eso co-dependencia. “Después, el término fue tomando vuelo y empezó a definir un patrón vincular disfuncional de personas que se involucraban con otras que estaban enfermas, depresivas, bipolares, adictos y otras características de personalidad, a quienes querían salvar o rescatar a través de su amor. No por una cuestión altruista, sino porque esas personas precisaban ser necesarias para alguien, o sea lo hacían desde su propia historia de desvalorización”, cuenta Faur.
“Hoy, lo ubico dentro de los trastornos relacionales, de las patologías del vínculo, como un patrón vincular disfuncional”, describe Faur. “La dependencia emocional hoy es pensada como una adicción de comportamiento; como la adicción al sexo o la adicción a las compras, ya que se pone en juego el mismo circuito. El dependiente emocional no es adicto a alguien, sino a lo que le genera la ilusión del enamoramiento”, detalla la psicóloga.

“La codependencia puede sentirse de diferentes maneras porque depende de las características de cada persona y el rol que tenga en el vínculo tóxico. Pero la gran red flag es no tener paz”, advierte D’Andraia y agrega: “Se siente en la panza que algo no está bien. En mi última relación de este tipo, por ejemplo, empecé a dudar de mi criterio… les preguntaba a todos si estaba siendo exagerada o si estaba bien poner límites. O sea, cuestionaba lo incuestionable,» recuerda. Empezó a volverse tolerante al estrés. Vivía en un estado de alerta y preocupación constante porque cualquier detalle podría desatar un malestar. Y comenzó a ponerse agresiva. “Al final, ¡ya no me reconocía! –continúa–. Al vivir situaciones enfermizas como que me revisaran el celular, la computadora o me acusara de ser mentirosa, fría o incluso mala… empecé a responder con irascibilidad. Y después me sentía culpable o avergonzada de mi reacción. Un círculo vicioso, justamente, donde cada vez me sentía peor. Y no sabía cómo salir de ahí porque, cada vez, nos sentíamos más ‘el uno para el otro’. Decirlo así suena obvio, pero son patrones muy sutiles los que nos llevan a enredarnos así” .
Los celos, las mentiras, las malas palabras, las agresiones físicas o verbales, la desconfianza, la necesidad de ser aprobado, amado, el miedo constante a perder al otro, la inseguridad y la intermitencia en la relación no son parte de un amor sano, advierte D’Andraia. “No es que todo eso me haya pasado a mí, ni todo en una misma relación. Pero de la experiencia personal, pasé al estudio profesional y hay características que son copy-paste” observa con preocupación. “Yo veía todas mis conductas adictivas o desreguladas, pero no podía salir de ahí porque, junto con el dolor, me sentía más amada que nunca. Generalmente se habla de lo malo, pero estos vínculos vienen con altas dosis de pasión física, momentos de extremo romance y alegría que rara vez se ven en los amores más sanos” confiesa. ¿Cómo influye su propia historia en la manera en que aborda su espacio terapéutico? “Estudiando el diplomado en Dependencia Emocional vi claramente que todos los terapeutas habían tenido una cicatriz en sus historias. Si no, es muy difícil interesarse hasta el punto de especializarse o poder entender realmente que quien vive una relación así no es tonto ni loco, sino que realmente está atravesando una adicción de la que no puede salir” comparte D’Andraia.
De hecho, la asociación sin fines de lucro CODA (Codependientes Anónimos), trabaja con un programa grupal de doce pasos muy similar a otros programas de recuperación de adicciones. Desde la organización, Adriana S. aclara que no son terapeutas sino un grupo de apoyo: “Nos recuperamos a través de compartir con otros nuestras propias experiencias durante las reuniones. Allí radica la magia. No damos consejos, ni intervenimos en la vida de otros: nos centramos en nuestra propia recuperación y damos ese permiso a quien, como nosotros, quiere cambiar su vida. Solo quienes han pasado por lo mismo pueden entender lo que vivimos, el motivo por el cual hacemos de nuestra vida un desastre”. El anonimato es parte fundamental de sus tradiciones, ya que “crea un lugar seguro donde cada persona puede expresar sus emociones y sentimientos, hablar abiertamente de lo que le pasa, sin ser juzgado”.
La herida invisible
“La característica principal del codependiente es que ha sido un niño adulto, cuidador de sus cuidadores, alguien que asumió responsabilidades muy inadecuadas para su edad. Alguien que no vivió su infancia, creció desde muy pequeñito en ambientes donde hubo algún tipo de violencia emocional o a veces algo mucho más sutil como la enfermedad de un hermano. Algo que ha hecho que ese niño tuviera que asumir el rol de un adulto”, explica Patricia Faur, quien además de psicóloga es magíster en Psicoinmunoneuroendocrinología y Psiconeurofarmacología.
El concepto de “hijos parentalizados” fue acuñado por el psiquiatra húngaro, Iván Böszörményi-Nagy para hacer referencia a aquellos hijos que ocupan el lugar de sus padres. Esto genera una característica fuerte: la persona crece con una falta. “Decimos que crece con una falta y no con una pérdida, ya que no se puede perder lo que no se tuvo. No se puede hacer el duelo por una infancia que no existió o por padres que no te protegieron o no te cuidaron”, explica Faur. “Esa falta, si no se trabaja, empieza a hacer estragos en la vida adulta; ya que genera, desde lo emocional, una sensación de vacío. La persona va a tener una doble característica: va a ser un adulto hipersobreadaptado, responsable y eficiente, porque lo fue desde muy chiquito; pero en lo emocional es como un niño, es un adulto-niño”.
“Podemos decir, de manera general, que esas características infantiles de hijos parentalizados dan lugar a un patrón codependiente: de sobreadaptación; de hacer esfuerzos por complacer a otros para ser querido; de sentir que no se tiene valor si alguien no lo ama o dificultad para poner límites, entre otros. Ese patrón infantil lleva a que en la vida adulta, probablemente, se tengan relaciones de mucha dependencia emocional” sintetiza la psicóloga, quien lleva publicados varios libros sobre el tema y en 2021 validó, junto a expertos del CONICET, una escala para medir la codependencia.
“Empecé a estudiar fuertemente tantra porque quería entender y liberarme de mi adicción a la pasión y al drama. En diez años, cada vez tuve más teoría: leí libros sobre la psicología del amor en occidente, fui a India a investigar el amor devocional, me metí en grupos de personas adictas a los vínculos, hice retiros, talleres y terapias. Entonces, me resultaba cada vez más frustrante ‘caer’ en relaciones adictivas. El gran clic fue cuando me vi. Cuando vi mi herida infantil. Me reconocí como una niña sobreadaptada que quería hacerle la vida fácil a mis padres porque estaban recién separados siendo jóvenes y no quería ser un problema. Me vi como una niña que sentía que tenía que ser brillante para generar amor y respeto. Como una salvadora, incluso de los adultos de mi familia” comparte Agustina. “Lo más fácil es señalar al otro como tóxico, narcisista, psicópata o lo que sea. Lo más difícil es realmente ver el origen de nuestra propia herida. En un momento se me cayó el velo y pude trabajar en mí. Nunca es tarde” relata con esperanza.
“Poner límites, por ejemplo, es una instrucción absurda para un codependiente: no sabe cuál es el límite, no sabe cuánto es mucho, cuánto es poco, no sabe cuándo se debe soportar en un vínculo y cuando no”, aclara Faur y suma: “Una expresión que uso mucho con los pacientes es ‘tenés roto el termostato’: uno tiene que repararlo para que empiece a sonar la alarma”. Esto sucede porque, al haber crecido en una estructura sin cuidado, los codependientes suelen fallar en el autocuidado. En el diplomado que lidera, por ejemplo, Faur dedica un capítulo entero dedicado a la violencia emocional: “el codependiente tiene todas las fichas de vulnerabilidad como para quedar atrapado en una relación tóxica con alguna persona de características narcisistas o perverso narcisistas; a ser objeto de manipulación”, explica. Entre otros temas, en el diplomado también se aborda el estudio de la teoría del apego, ya que el estilo de apego que desarrollamos en nuestros primeros años de vida, influye en los vínculos que formamos al llegar a adultos.
Esta teoría fue desarrollada por John Bowlby, quien propuso que el apego es una necesidad biológica y psicológica innata, tan importante para la supervivencia como la nutrición. Sostiene que los niños, más allá de ser alimentados, tienen una necesidad de conexión, de seguridad y de protección que depositan en sus cuidadores. “Se estudia al niño más o menos hasta los tres o cinco años, que es la etapa en que ya empieza a socializar” explica Faur y agrega que la figura de apego funciona como una ‘base segura’ que le da al niño la confianza para explorar el mundo, sabiendo que tiene un refugio al cual regresar si siente miedo o angustia.
La calidad de este primer vínculo crea un molde o modelo mental que influye profundamente en todas las relaciones afectivas futuras de la persona.
“Entre el 55 y el 60% de los niños tiene un apego seguro con sus cuidadores en la infancia, lo cual no le genera un problema vincular en la vida adulta. Pero, según investigaciones, entre un 40 y un 45% ha tenido un apego patológico en su infancia, que se corresponde absolutamente con los codependientes”, describe Faur. “Los apegos patológicos o inseguros pueden ser de tres tipos: estilo ansioso ambivalente, evitativo rechazante y desorganizado. En los tres casos, se trata de patrones de apego en los cuales el niño no pudo adquirir confianza en sí mismo o en sus cuidadores. Con lo cual, es bastante grave como falta de recurso emocional para los vínculos posteriores”. ¿Se puede cambiar el estilo de apego? Según la psicóloga, “es la pregunta del millón”. “No es sencillo, pero se puede con un trabajo terapéutico. Como dice Boris Cyrulnik (neuropsiquiatra francés), los estilos de apego marcan una tendencia, pero no son una fatalidad”.
La codependencia a menudo se vive como una cárcel invisible, donde el cuidado al otro esconde el abandono a uno mismo. Reconocer este patrón, lejos de ser una sentencia, es el primer paso hacia la liberación. La recuperación es un camino posible que empieza con la valiente decisión de pedir ayuda, aprender a poner límites y abrirse, con determinación y disciplina, a cambiar la forma de vincularse con uno mismo y con los otros. Como dijo el terapeuta Carlos Giorgio, “Solo es libre aquel que dejó de buscar seguridad”.

Frases que encienden las alarmas
Algunas afirmaciones de la escala de codependencia de Faur:
- “Me cuesta poner fin a relaciones abusivas”.
- “Estoy pendiente de lo que los demás piensan de mí”.
- “Me relaciono con personas que no se comprometen”.
- “Soporto situaciones abusivas que me hacen sentir mal”.
- “Soporto altos niveles de maltrato psicológico”.
- “Temo que el otro me abandone si no le doy la ayuda que necesita”.
- “Vivo haciendo cosas para que me quieran”.
- “Soy capaz de dar dinero, servicios o tiempo en exceso para que me quieran”.
- “Cuando me piden algo, me cuesta mucho decir que no”.
- “Trato de darme cuenta de lo que los demás necesitan sin que tengan que pedírmelo”.
- “Siempre estoy pendiente de la aprobación de los otros”.
- “Siempre pongo las necesidades de los demás por delante de las mías”.
- “Me aferro a la ilusión de que el otro va a cambiar”.
Los primeros pasos para cambiar conductas
Algunas recomendaciones de Patricia Faur para salir de la codependencia:
- Armarse de una red de apoyo seguro (familiares, amigos, grupo de autoayuda o terapeuta). Dos o tres personas que sean incondicionales en las que se pueda confiar y permitan desarrollar la confianza en uno mismo.
- No anticiparse a satisfacer las necesidades de los demás. Los codependientes suelen hacer una sobreoferta. Entonces, ofrecen de más, incluso cuando no se les pide. Evitar dar más de lo adecuado.
- Darse tiempo antes de responder, ya que cuesta poner límites. El reflejo impulsivo es decir que sí, entonces es importante hacer una pausa entre el estímulo y la respuesta, en lugar de reaccionar.
- No justificarse si la respuesta es no. Los codependientes se sienten muy mal al no satisfacer siempre al otro, entonces, cuando dicen que no, lo justifican tanto que quedan enredados.
- Poner límites pequeños, no un límite al otro, sino un límite a uno mismo. “No quiero hacer esto”, “no voy a consentir tal cosa”, son límites pequeños que uno puede sostener.
- Escuchar al cuerpo, ya que los pensamientos muchas veces engañan. Incomodidad, ansiedad, taquicardia o vergüenza están avisando de algo, por eso es importante conectar con las emociones.
- Entender que es un proceso y que lleva tiempo: el codependiente suele ser muy compasivo y piadoso con todo el mundo, menos consigo mismo. No juzgarse tanto y empezar a tratarse con más cuidado.
Estilos de apego
Apego seguro
Los niños que tienen un apego seguro pueden explorar el mundo externo y desarrollar un óptimo crecimiento. Interiorizan la figura de apego y desarrollan su autonomía. De adultos, se caracterizan por tener bajos niveles de ansiedad en sus relaciones y no temer ni a la intimidad emocional ni al compromiso. Confían en sí mismas y en los otros. Tienen una buena autoestima, se sienten merecedores del amor de los otros y saben que cuentan con personas en las que pueden confiar.
Apego ansioso ambivalente
Se corresponde con los niños que han tenido madres que están y no están, como una madre depresiva, bipolar, inestable emocionalmente o una madre narcisista o infantil, que por momentos puede estar muy atenta y por momentos desaparece. Entonces el niño aprende a no confiar y a estar en un modo de alerta. Tiene una enorme angustia de separación. El reencuentro con la figura de apego no los calma. Tienen una baja conducta de exploración. De adultos, tienen una pobre autoestima y no se sienten merecedores del amor de los otros. Idealizan a quien buscan agradar y complacer. Son inestables en sus relaciones y temen el abandono por lo que desarrollan una fuerte dependencia.
Apego evitativo rechazante
De niños, cuando vuelve la madre, no le presta atención. En términos criollos, la rechaza y desconecta sus emociones. De adultos, evitan la intimidad, huyen de la dependencia y el compromiso, no muestran vulnerabilidad y se sienten más cómodos en relaciones distantes. Es un estilo desapegado, de gran inhibición emocional y de baja ansiedad, con el costo de una alta disociación afectiva.
Apego desorganizado
El de los niños que han vivido situaciones enormes de abuso, de violencia o que crecen en ambientes hostiles como guerras o desastres naturales. No confían en nadie, ni en sí mismos. Les cuesta muchísimo relacionarse y cuando uno se acerca a ellos, suele ser agresivos. Hay desesperanza, entonces directamente tratan de no relacionarse porque tienen terror a sufrir. Desean la intimidad, pero le temen, por lo cual son bastante solitarias. Es un modelo de alta ansiedad.
