Cuando el sociólogo Émile Durkheim publicó a fines del siglo XIX su trabajo El suicidio, en que lo trataba como fenómeno social, rompió un tabú. No es esa línea científica y estadística la que toma el escritor austríaco Jean Améry (1912-1978) en Morir por mano propia. Discurso sobre la muerte voluntaria, publicado en 1976. De hecho, como declara, su libro empieza donde termina la “suicidiología científica”. Lo que indaga más bien es –aunque el término le parece excesivo– una “fenomelología de la muerte voluntaria”, termino este último que prefiere al más común.
Existen otros libros sobre el tema, como El dios salvaje, de Al Alvarez –el autor lo nombra– y también reconoce su deuda, a pesar de las diferencias, con las reflexiones de Sartre. El libro de Améry tiene, sin embargo, es un ensayo reflexivo, comenzando por la pregunta sobre si a los suicidas los aúna algo más que el hecho objetivo de haber puesto fin a sus vidas. Lo que busca es entender esa acción desde el interior de los suicidas. ¿Son lo mismo, por ejemplo, la muerte de Cesare Pavese por una aparente trivialidad amorosa, y la de Paul Celan, que se arrojó al Sena? Lo que rompe el suicidio es la lógica de la vida y también “las ataduras de la razón pura y de la práctica”, que lo vuelven incomunicable.
Améry, que fue resistente en la Segunda Guerra Mundial y estuvo internado en Auschwitz, hizo la pregunta por la muerte el centro de su obra y él mismo se quitó la vida, con lo cual sus reflexiones pueden considerarse una extensión de la literatura concentracionaria, como la de Primo Levi.
Morir por mano propia
Por Jean Améry
El Cuenco de Plata. Trad.: Griselda Márcico
152 páginas, $ 26.000