Tame Impala sube torpemente al escenario con ‘Deadbeat’

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«Hay una fiesta en mi cabeza y nadie está invitado», cantó el músico australiano Kevin Parker, cuyo proyecto musical es Tame Impala, en «Solitude Is Bliss», la canción inmersiva de rock psicodélico de su álbum debut de 2010, InnerSpeaker.

Ese verso era una suerte de declaración de intenciones de Tame Impala, que parece un grupo pero que en realidad es el proyecto en solitario de un artista introvertido y sónicamente imaginativo. También es la tensión central que ha llegado a definir a Tame Impala en la última década: a medida que la popularidad de Parker ha aumentado –álbumes de éxito como
Currents
(2015) y The Slow Rush (2020) lo han convertido en el artista principal de festivales y colaborador de estrellas pop como Rihanna, Dua Lipa y Lady Gaga–, la lista de invitados a esa fiesta privada ha aumentado considerablemente.

Eso se hizo patente el martes por la noche en el Barclays Center de Brooklyn, donde Parker estaba en medio de una gira de cuatro conciertos con todas las entradas agotadas, en la que lideró a una banda de seis músicos ante un público de unos 15.000 espectadores. La gira es a propósito del quinto álbum de Tame Impala,
Deadbeat
, que salió a principios del mes pasado, en el que Parker coquetea con el escapismo aniquilador del ego de la música dance (entre los los títulos de las canciones están «Oblivion», «Piece of Heaven» y «Ethereal Connection»), pero al final se refugia en la comodidad familiar de un adusto odio a sí mismo (los títulos de las canciones también incluyen «Obsolete», «Loser» y «My Old Ways»).

Al menos desde el punto de vista comercial, Tame Impala nunca ha sido tan masivo y Parker nunca ha sonado tan desolado. En el sencillo «Dracula» (el primer éxito Hot 100 de Tame Impala), embrujado por la música disco, la ansiedad social lo hace sentirse como un monstruo. La turbia y abatida «No Reply» suena como una disculpa a los amigos que Parker ha descuidado por estar en medio de un solitario maratón televisivo: «Intenta ver desde mi lado: tú eres cinéfilo, yo veo Family Guy los viernes por la noche». Incluso la canción de amor más dulce del álbum, «Piece of Heaven», deudora de Enya, incluye una coda sombría en la que Parker se reprende a sí mismo: «No cambiará nada, puedes mentir toda tu vida».

Para algunos fans de Tame Impala, ese autodesprecio desprolijo es parte de su atractivo. Parker es sin duda un antídoto contra el machismo excesivamente confiado y presuntuoso que se espera de un típico artista de rock o de un DJ de música electrónica, y hay algo refrescante en la sugerencia de que el éxito y la sofisticación no tienen que ir siempre de la mano.

Pero Deadbeat y la gira que lo acompaña también exponen los límites de este enfoque. Una cosa es que un artista sea entrañablemente torpe en concierto. Otra cosa es que se pase la mayor parte de un concierto de dos horas deambulando sin rumbo por un escenario circular, con un vaso desechable en la mano, como el anfitrión desaliñado de una fiesta casera un viernes por la noche que se levantó hasta el domingo por la noche, un poco sorprendido pero encogiéndose de hombros al comprobar que todavía hay gente en su casa. En un momento, Parker bajó del escenario principal para caminar cerca de la multitud, pero en lugar de interactuar con sus fans, miró fijamente un punto y tocó para la cámara del Jumbotron.

No estoy segura de haber visto antes a un artista de ese nivel con una presencia escénica tan apagada. Estoy segura de que nunca he visto a nadie hacer una pausa programada para ir al baño en mitad del concierto; la cámara lo siguió y se apartó semimodestamente mientras él permanecía de pie junto a un retrete durante un largo minuto de aire muerto. Al menos, Parker es un artista lo bastante generoso como para decirles a sus seguidores, con toda claridad, cuál es el mejor momento para ir al baño.

Hace tiempo que Parker ha dejado claro que se siente más cómodo en el estudio que en concierto, y el diseño del escenario lo destacó: montó un escenario circular que parecía un estudio de grabación, con paneles de madera y cables a la vista conectados a pilas de sintetizadores. (Su banda para la gira, que incluye a un sexto miembro recién incorporado, James Ireland, comparte parte del personal con la banda australiana de psych-rock Pond). A mitad del espectáculo –justo después del intermedio para ir al baño– Parker se trasladó del escenario principal a otro más pequeño, con lámparas y alfombras que le daban la intimidad de un dormitorio. Allí se sentó en el suelo con las piernas cruzadas, pivotando entre las consolas mientras construía desde cero algunos de los temas del nuevo álbum con influencias de trance, «Ethereal Connection» y «Not My World». La transición resultó inconexa, indicativa de la incapacidad general del espectáculo para situar el material stoner-rock más pesado de Tame Impala en un diálogo coherente con su más reciente giro a la música dance etérea.

Antes del bis, Parker dijo al público que se había despertado esa mañana «sintiéndose no genial», con una voz que recordaba a la némesis de Batman, Bane. Luego de recibir, entre otras cosas, un goteo intravenoso y «una inyección en el hombro», Parker dijo que se sentía «muy bien» a la hora del espectáculo. Pero su voz fue uno de los puntos más brillantes del espectáculo: incluso en sus momentos más bajos de energía, el falsete ágil y anhelante de Parker se deslizaba por las canciones con una facilidad que contradecía el peso torturado de sus letras. Una versión ligeramente modificada de»Yes I’m Changing», la balada exuberante y brillante de Currents, fue un momento culminante, al igual que»Elephant», el sencillo de 2012, un vestigio de los días en que Tame Impala era un proyecto de rock psicodélico más directo.

Sin embargo, estos momentos también dejaron clara la enorme distancia que separa el mejor material de Tame Impala de su reciente trabajo, más deslucido. Aunque Currents salió hace una década, su material seguía sonando más vivo y estimulante que cualquier tema de Deadbeat, quizá porque su claridad melódica y sus texturas elegantes proporcionan un contrapunto resplandeciente a la autorreflexión desangelada de Parker.

Parker no tiene por qué transformarse en una estrella del pop que sonríe y baila o en un DJ excesivamente histriónico para hacer que esta iteración de Tame Impala sea más atractiva en vivo. Más bien, podría apoyarse aún más en los efectos visuales psicodélicos que salpican, aunque no dominan del todo, los conciertos del proyecto: mientras unos nítidos haces de luz de colores iluminaban de vez en cuando el recinto, Parker no parecía precisamente un hombre al que le importara ser eclipsado por los láseres.

Pero Deadbeat y la gira que lo acompaña encuentran a Parker atrapado en medio de dos impulsos opuestos, claramente incómodo con los focos pero incapaz de adentrarse por completo en las sombras. «Huye de la luz del Sol, Drácula», canta en su éxito reciente, antes de hacer una pausa para disfrutar del resplandor: «¿No es espectacular la vista?».

Lindsay Zoladz
es crítica musical pop para el Times y escribe el boletín musical The Amplifier, exclusivo para suscriptores.

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