6 paisajes insólitos que rompen la monotonía del centro del país

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1. Cascada Las Bandurrias (Córdoba)

Un salto de agua de ocho metros al que se accede desde Characato, a 36 km de La Falda.

Cascada Las Bandurrias

Solitario y agreste, al paraje Characato lo llaman “la morada del silencio”, pero conviene avisar que allí el canto de los pájaros empieza al amanecer y sigue hasta que las chicharras despiden el día.

Con esa banda de sonido, tras unos 30 minutos, se llega caminando desde el pueblo a la cascada Las Bandurrias, un salto de ocho metros de alto que es tan disfrutable desde arriba, donde las rocas forman un atalaya que domina toda la panorámica, como desde la pileta natural que queda encerrada entre paredes de piedra rojiza.

Cascada Las Bandurrias

Más que bandurrias, debería llamarse “cascada de los vencejos”, ya que tanto en su versión Blanco (Aeronautes andelocus) como De collar (Streptocropne zonaris) son las aves que más se ven en el lugar. El dato: en los alrededores se han relevado 150 aleros y numerosos morteros precolombinos. Muy recomendable también es la caminata al Cerro Tres Picos y el circuito Cañada del Laurel.

2. Epecuén (Buenos Aires)

Escombros de una villa turística convertida en escenario de producciones fotográficas.

Naturaleza muerta: restos de lo que fue una plantación de tamariscos en Epecuén.

Nunca faltan los fotógrafos, un equipo de filmación, las huestes de alguna productora, visitantes ocasionales todos. A casi 40 años de su apocalíptica transformación, las ruinas de Epecuén muestran su condición de pueblo fantasma sobre un gran fondo gris plata de polvo y sal.

En noviembre de 1985, fecha de la gran inundación, todos sus esplendores quedaron sepultados bajo las aguas espesas del lago Epecuén; las mismas aguas sanadoras –clorosulfatadas, alcalinas, sódicas, bicarbonatadas, bromuradas, azufradas– que por décadas convocaron multitudes y mereció el florecimiento de la villa termal. Se fueron todos y a nadie se le ocurrió apostar a un renacimiento. Sólo el balneario municipal, restablecida la calma, volvió a activarse. Tampoco se fueron los flamencos, que siguen dando cuenta de la Artemia salina, crustáceo casi invisible aquí disponible.

Familia y automóvil en Epecuén en 1927.

La Pompeya argentina, en la que destaca la emblemática silueta del matadero de Salamone, es el imán de los estetas. Calles desiertas, suelos agrietados, árboles blancos que todavía jalonan, inertes, la antigua avenida Colón; postes de luz caídos, con sus antiguos aislantes de porcelana aferrados al óxido; arquitecturas quebradas que devuelven imágenes inverosímiles de escaleras y ventanas en suspenso; los toboganes sin público de las piletas, olorosas de materia orgánica; los carteles que indican lugares imaginarios, y los tamariscos cuyas ramas evidencian la dirección del viento en la madrugada fatídica que empujó el agua.

Matadero realizado por el arquitecto Francisco Salamone en la localidad de Epecuén.

Los proclives al relax termal tienen en el vecino pueblo de Carhué la oferta de su hotelería con algas, fangos y aguas que, por su concentración salina, son comparadas con las del Mar Muerto.

3. Pueblo Escondido (Córdoba)

Es la mina del cerro Áspero, en el límite entre Córdoba y San Luis, muy cerca de Merlo. Funcionó hasta los años 70.

Pueblo Escondido, Córdoba.

Hay que tomar el camino que va desde Lutti, en el valle de Calamuchita, hasta Merlo, en San Luis. Es el mismo que llega a Los Vallecitos, pero en lugar de salir hacia el norte, este sale hacia el sur y no está indicado. Por eso, lo mejor es ir con guía. Sin embargo, vale la aclaración: el público natural de este destino es otro, el que llega con las coordenadas de GPS, deja el auto en algún puesto y se lanza a bajar, mochila al hombro, dispuesto a alojarse en los refugios que Carlos Serra comenzó a acondicionar, allá por 1992, cuando decidió recuperar las viviendas de la vieja mina como refugio de montaña.

Los pabellones de habitaciones fueron recuperados en dormis de distintas categorías

Hoy ofrece capacidad para unas 40 personas entre dormis y albergues (siempre sin ropa de cama). En el restaurante se sirven sándwiches de bondiola, de jamón crudo, vegetariano, o pastas caseras, y, de postre, panqueque. Puede parecer no muy variado, pero hay que tener en cuenta que la operación para abastecer la cocina incluye las dos horas de ida y dos horas de vuelta que lleva entrar y salir de este lugar.

La primera vez que uno va a Pueblo Escondido es recomendable hacerlo con guíaPueblo Escondido, el nombre

Si bien los inviernos son muy duros –hay algunas habitaciones con salamandra–, la permanencia de los Serra en estas décadas ha conquistado un turismo anual, especialmente en fines de semana. Por su proximidad, la mayoría llega desde Merlo. De hecho, hasta 1935, cuando se inauguró el camino de 60 km entre el Áspero y La Cruz, en Calamuchita, el material de la mina bajaba en cablecarril y salía a lomo de mula hacia San Luis, para llegar luego, vía tren, a Buenos Aires. El pueblo tenía hasta usina eléctrica propia. Y en evocar esa vida radica parte de su magia.

4. Montelén (Buenos Aires)

Los restos de una capilla neogótica a 20 km de Bragado.

Montelén

Primero se llamó La Matilde. Así bautizó Máximo Fernández –joven escribiente del juzgado de paz de Cañuelas– las tierras recibidas como regalo de bodas (circa 1860) tras desposar a Matilde Sevey, hija de un acaudalado estanciero. El hombre sumó miles de hectáreas, fue productor agropecuario, plantó innumerables árboles frutales y construyó una mansión estilo Palladio.

En 1904, la compró Juan Francisco Salaberry, quien se dedicó a la explotación forestal, embelleció el casco principal y encargó a Carlos Thays remodelar los jardines. Para 1914 ya había una capilla neogótica, un lago artificial, una pajarera, una glorieta, más dos jaulas inmensas que albergaron animales salvajes (entre ellos, varios leones) y un oso polar que requirió la instalación de una fábrica de hielo para mantenerlo vivo.

La capilla de la estancia Montelén. Un tornado la destruyó en 1974.

Este delirio llegó a su fin cuando uno de los leones mató a una niña. En 1928, Salaberry loteó varias hectáreas; esto dio origen al pueblo homónimo, que llegó a tener 1.300 habitantes. En 1942, la alicaída estancia pasó a manos de Francisco Suárez Zabala –bioquímico graduado en la UBA, había patentado la marca Geniol–, que la renombró Montelén (contracción de monte y leña) y volvió a resurgir: colmenas, producción lechera y un vivero que fue el más grande del país.

Montelén

El tornado de 1974 destrozó la propiedad y cundió el abandono. A duras penas quedan las ruinas de la Capilla del Sagrado Corazón. Y están los senderos de ligustros, cipreses y eucaliptus que trazan recorridos muy bien señalizados; uno desemboca en el llamado “molino de seis patas”, que abastecía de agua a la escuela: una estructura desmontable de hierro forjado, de 30 metros de alto, y base hexagonal. Lo diseñó el ingeniero Gustave Eiffel, autor de la célebre torre parisina.

5. Cascada de Olaén (Córdoba)

Una sucesión de saltos de agua y un gran pozón que es célebre en todo Punilla.

En la lista de caciques y pueblos que el capitán Lorenzo Suárez de Figueroa elevó, en 1572, a España antes de convertirse en gobernador general de Córdoba, aparece por primera vez “Olahen” para situar en el mapa la amplia planicie cubierta de pastizales, a 1100 metros de altura, en la actual zona de Punilla.

Cascada de Olaén, Córdoba.

En la pampa que hoy lleva su nombre, esta célebre cascada rompe todos los moldes con su formidable sucesión de saltos naturales en medio de una formación rocosa, que desemboca en una olla de 30 metros de diámetro y 11 de profundidad. Es tan generosa que la pueden disfrutar los chicos, los grandes, los que quieren desafiarse como clavadistas y los nadadores. La única condición es caminar con sumo cuidado la agreste escalera de 200 metros que va por la ladera.

Cascada de Olaén, Córdoba.

El dato: a sólo 2 km, sobre la traza del viejo Camino Real, está la capilla Santa Bárbara, de 1756, blanca y de porte colonial, que mandó levantar el obispo Diego de Salguero para ofrecer reparo a los viajeros, luego de que la muerte sorprendiera a una joven pareja en la cascada. Se accede por RN 38 Km 42, altura Molinari (desvío de 18 km) o también por La Falda, por el Camino del Dique (21 km). Se cobra estacionamiento.

6. Pampa de Pocho (Córdoba)

Paisaje bucólico al norte de Traslasierra, donde se destaca un bosque de palmeras Caranday.

Pampa de Pocho

El cordón de volcanes inactivos de color azul grisáceo –Poca, Boroa, Véliz, Agua en la Cumbre y La Ciénaga– y los bosques naturales de palmeras Caranday componen una geografía insospechada en esta pampa de altura, cerca de Taninga. El paisaje se prolonga hacia el Camino de los Túneles, una obra de ingeniería vial excavada en la montaña en 1930, que conduce a La Rioja. El ascenso sinuoso por los cinco túneles tallados en las sierras bordea una profunda quebrada donde sobrevuelan los cóndores.

Pampa de Pocho

Es inevitable la tentación de frenar a cada rato para sacar fotos desde los miradores que balconean, con vistas soberbias, sobre la quebrada de la Mermela y la reserva de Chancaní, que protege un sector de bosque chaqueño, otro de bosque serrano y uno de transición entre ambos.

Camino de los Túneles.

La mejor época para recorrer la Pampa de Pocho es en verano, porque llueve y el valle está más verde. En el pueblo de Pocho, a 26 km, hay una capilla jesuítica que data de 1776 y una laguna de aguas salobres. Con la fibra de las palmeras, los pobladores realizan cestos y otras artesanías que ofrecen al costado del camino.

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