Después del Combate Naval del Callao, el 2 de mayo de 1866, en el que la Armada española cayó derrotada frente a la defensa del puerto del Callao, el comandante peruano Pedro Ruiz Gallo pudo avocarse a su antiguo sueño: construir un reloj monumental.
Ruiz Gallo, que ya contaba con una formación previa como aprendiz de relojero, se inspiró en los relojes medievales más representativos de Europa.
En 1867, varios planos de su proyecto aparecieron en los periódicos del país. Ante este revuelo mediático, el presidente José Balta promovió una resolución legislativa para proteger la obra del destacado militar e inventor.
Un artefacto exquisito
Tras seis años de construcción, el gobierno decidió que el reloj sería instalado en el Parque de la Exposición, que se inauguraría en julio de 1972 con la Gran Muestra de Artes, Ciencias e Industrias.
A partir de ese entonces, sería conocido como el Gran Reloj de Lima. No era para menos, dadas sus dimensiones: según describió Jorge Basadre en su libro Historia de la República del Perú (1939), su frontis medía 11 metros de altura por 16 de ancho. Su espesor, de cinco metros, constaba de cinco cuerpos.
El primero era el reloj central, encargado de marcar las horas. El segundo marcaba los cuartos de hora, las medias, los minutos y los segundos. Siempre con la misma precisión de la ingeniería de la época.
El tercer cuerpo tenía una función mucho más ambiciosa. Eran ocho esferas que mostraban los días, los meses, las estaciones del año, los años, los siglos, las fases de la luna y el curso del sol en el cielo. Así, este componente no solo representaba el paso del tiempo de manera diaria, sino que también aportaba información astronómica clave y servía como herramienta educativa y científica.
Otro componente destacado era el cuarto cuerpo, que contenía un engranaje que ponía en movimiento 12 cilindros de gran tamaño. Cada uno mostraba un pasaje de la historia del Perú. Los dos primeros representaban la fundación del incaico. Del tercero al quinto evocaban la conquista española, la captura del Inca Atahualpa y la muerte de Cahuide. Del sexto al undécimo, la rebelión de Túpac Amaru, la proclamación de la Independencia y las batallas decisivas de Junín y Ayacucho. El último de los cuadros horarios terminaba con el combate del 2 de mayo de 1866 y con la administración de José Balta.
El último cuerpo del reloj era el más espectacular, ya que incluía un mecanismo que reproducía dos actos cívicos fundamentales en la vida nacional: el izamiento de la bandera a las 5:00 a. m. y su arriado a las 5:00 p. m. En ambas escenas, centinelas en miniatura (autómatas) rendían homenaje a la bandera mientras el sonido del himno nacional resonaba en el aire. Todos estos detalles fueron trabajados por el propio Ruiz Gallo en su taller.
Invasión y desaparición
Tras el evento, el reloj continuó siendo la principal atracción del Parque de la Exposición, hasta que la desgracia se apoderó de Lima.
En enero 1881, durante la Guerra del Pacífico, el ejército peruano fracasó en las batallas de San Juan y Miraflores, lo que dejó la capital a merced del ejército chileno.
Al ya conocido saqueo de la Biblioteca Nacional y otros vejámenes cometidos por el bando invasor, se sumó la desaparición del Gran Reloj de Lima.
Lo que sucedió exactamente no está claro, aunque se manejan dos versiones.
Una de ellas es que el ejército chileno lo desmontó y lo trasladó a su país. Sin embargo, Ruiz Gallo, a sabiendas de la inminente invasión, habría destruido piezas esenciales el año anterior para evitar que volviese a funcionar.
Otra es que su maquinaria fue completamente destruida y la carcasa fue usada como vivienda por oficiales chilenos de un batallón de 1.500 hombres acantonados en el Parque de la Exposición. Luego de esto, todo lo que quedaba del artefacto fue incendiado y reducido a cenizas.
En cualquier caso, su inventor ya no vivía para enterarse del destino de su obra. En abril de 1880, mientras fabricaba un torpedo experimental para usarlo contra la escuadra chilena, el proyectil explotó y despedazó a Ruiz Gallo.