Kit argento for export

admin

Fines de marzo. Tres de la tarde en Madrid. El parroquiano de la mesa 8 le señala el televisor al mozo. “La Comisión Europea trabaja en un plan de supervivencia en caso de ataque bélico, ciberataque o catástrofe climática”, dice el título largo e inquietante.

“¿Has visto Manuel?”, lo apura el cliente. Manuel descarga con celeridad los cafés que le encargaron en la mesa 12 y, como asistiendo a un partido de tenis, pendula la mirada entre el parroquiano y el aparato colgado del techo. “Esto mete miedo”, comenta.

“Las personas y los hogares deben poder mantenerse de forma independiente durante los primeros tres días, garantizando el acceso a necesidades esenciales como agua, alimentos, medicamentos y servicios básicos antes de que llegue la ayuda exterior”, dice el documento “Estrategia de preparación de la Unión para prevenir amenazas y crisis emergentes y reaccionar frente a ellas”.

Con el paso del tiempo, el escozor de Manuel troca en fatalismo pragmático, al menos en los medios de comunicación donde –con preocupación, pero también con humor- se debate sobre qué debería tener un kit de superviviencia para esas 72 horas. Comida en lata, remedios, abrigo, una linterna, pilas, el celular, el cargador de celular –suponiendo que habrá donde cargarlo-, lentes y productos de higiene, dicen los más angustiados. Un mazo de naipes, el sudoku online –si hubiera internet-, dinero en efectivo, la mascota (ítem no negociable), la comida de la mascota y una silla de playa donde esperar la ayuda de los gobiernos que supuestamente estarán listos a prestarla pasados esos primeros tres días, comentan otros con sorna.

Con todo respeto para con el pueblo español y para con los del resto de los Estados que componen la Unión Europea, los argentinos hace rato que venimos superviviendo sin necesidad de un kit. Lo nuestro es heroísmo puro. No almacenamos víveres porque falta dinero y sobran remarcaciones. Si quedó algún “canuto” fue para comprar dólares a 1340 pesos antes de que la salida del cepo los bajara a menos de 1100. Somos esencialmente vivos. A la inseguridad la combatimos encerrados en nuestras casas apenas cae el sol y no nos preocupan las primeras 72 horas hasta que llegue la ayuda estatal. Sabemos que tampoco llegará después. No confiamos en los servicios básicos, porque básicamente no sirven. Ni en los de los privados, que tras darnos el alta nunca más nos atienden un reclamo. A los remedios los remplazamos con yuyos -preferentemente genéricos- y somos fuertes por necesidad: un jubilado en la Argentina tiene más resistencia defensiva que un samurái y un docente se entrena en lucha libre antes de entrar a clase o de recibir a los padres de los alumnos.

Los bancos no bancan, hay crédito pero no acreditan y en las paradas de colectivos solo paran los usuarios.

Las calles poceadas afianzan nuestra destreza física y son oscuras por mero romanticismo. Pagamos impuestos multiplicados porque nos gusta dar, no recibir. Y somos generosos por naturaleza, especialmente cuando concurrimos a votar.

Deja un comentario

Next Post

El peligro de que la libertad no avance

Javier Milei se jacta en las últimas horas de que “ya estamos creciendo como pedo de buzo y se pueden ver las burbujitas”. También, de que “con todo lo que hicimos hasta ahora ya somos el mejor gobierno de la historia” y de que su imagen “está en los niveles […]
El peligro de que la libertad no avance

NOTICIAS RELACIONADAS

error: Content is protected !!