Era la única persona, sentada, sola, en una mesa de un bar colmado. Todos los demás compartían una mesa larga y con ramificaciones. Pero no del tipo de mesa comunitaria que hoy acostumbran tener algunas franquicias extranjeras. Ese mesón, con forma de serpiente, era la suma de mesas cuadradas que se iban sumando con la llegada de nuevos clientes. Y en cada unión se observaba las diferencias de alturas producidas por un piso de boliche gastado de manera irregular por el paso de los años.
Lo inaudito de la escena es que no ocurría de noche, después de una jornada laboral, cuando se supone que se reúnen los amigos, sino que era lunes a las diez y media de la mañana.
El cafetín que traigo a cuento hoy ocupa la esquina de un rincón tranquilo, alejado del Centro, rodeado de casas bajas sombreadas por una tupida arboleda. Un reducto social que, desde su nombre comercial, explica todo: El Motivo. El barrio, Villa Pueyrredón. Y el solitario cliente, ajeno a la juntada, el extraño entre tantos conocidos que en esa mañana de principio de semana no compartía la mesa con nadie, era yo.
Ese lunes fue el que nos enteramos de la muerte del Papa. No sé porqué me levanté con la decisión de atravesar la ciudad desde La Boca hasta Villa Pueyrredón solo para tomar un café. O sí lo sabía bien.
La asamblea de amigos, conocidos y colegas discutía sobre si Francisco había sido el connacional más trascendente de la historia a escala mundial. La mayoría destacaba su impronta disruptiva, su papado a contracorriente de la posición e institución que representaba. Colgado en la pared, encima de los muchachos —porque la sala no disponía de cupo femenino— el televisor enmudecido reproducía un canal deportivo. El zócalo indicaba que los periodistas del panel estaban recordando el reciente fallecimiento de otro distinto, el Loco Hugo Orlando Gatti. Qué país somos. La pucha que vale la pena ser argentino.
El Bar El Motivo está ubicado, desde 1959, en la esquina de Salvador María del Carril y Zamudio, Villa Pueyrredón. Es un templete no descubierto aún por la modernidad. Su mimetismo con el entorno barrial lo mantiene disimulado y en su estado original. En 1966 lo compró José Luis Escobar, un gastronómico con extenso pasado en el rubro. Antes el boliche pasó por las manos de dos o tres dueños. Escobar —como lo llamaba la feligresía— fue quien lo bautizó recordando el tango “El Motivo”, compuesto por Juan Carlos Cobián con versos de Pascual Contursi.
Años antes, Escobar, junto a otros gallegos, trabajó en el Café de La Bolsa de Cereales de la Avenida Corrientes y Bouchard. “Del Centro a los barrios” como el título del libro que el historiador estadounidense James Scobie escribió con detalle sobre la Buenos Aires entre los años 1870-1910.
José Luis Escobar estuvo al frente del bar hasta su fallecimiento en 2014. Tuve la suerte de conocerlo. Un hombre formado para el trabajo y el servicio. Allá por 2010, también conocí a un gurrumín, con edad escolar, que le servía de aprendiz. El mocoso no era otro que Ezequiel, su nieto, quien hoy, con 30 años, sigue al frente del boliche.
Me cuenta Ezequiel que cuando entró en la secundaria, turno mañana, sus padres se preocuparon por la cantidad de horas libres, y disponibles que tenía para jugar a la playstation, que le sobraban por las tardes hasta que ellos volvían de sus respectivos trabajos. El abuelo José Luis salió rápido a corregir la situación. Siempre había señalado a su nieto como el potencial heredero para pasarle las riendas del boliche. Lo que no había podido con su hija. Tampoco con su yerno. El candidato siempre fue Ezequiel.
Escobar comenzó por convocar a su nieto como ayudante los sábados. El sábado el bar se llenaba de gente y se necesitaban otras manos. Los demás días de la semana, Ezequiel, sin el compromiso sabatino, pasaba por El Motivo y se quedaba charlando con su abuelo y viéndolo trabajar.
El primer día de trabajo lo citó a las 8. Ezequiel llegó a las 8.05. Y se vino la primera reprimenda. Pongamos, enseñanza. “Si yo te digo a las ocho, mejor que estés a las ocho menos diez”. Les recuerdo la edad que tenía, entonces, Ezequiel: 13 años.
Escobar lo tuvo un año lavando en la bacha de espalda al local. Ezequiel había creído que su trabajo iba a ser preparar café, servir las mesas y cobrar, pero no. Mientras Ezequiel me recuerda con ternura los métodos formativos del abuelo José Luis, mi imaginación viaja a la película “Karate Kid”, de 1984, cuando el maestro Miyagi le pide a su alumno Daniel que limpie el gimnasio como parte del entrenamiento.
Cumplido el año de lavar las tazas con agua fría, el abuelo llamó a su nieto y le dijo: “Listo, ya estás preparado”. Ezequiel pensó que, finalmente, le había llegado el turno de preparar café. No todavía. Don Escobar tenía otros planes, al lavado de tazas y ordenamiento de la vajilla, le agregó a Ezequiel la atención detrás del mostrador. Así le fue sumando tareas hasta que el entonces adolescente alcanzó a conocer todo el movimiento del bar, herramientas que hoy domina con sabiduría para poder atenderlo solo.
¿Y cómo es ese cafetín que, para muchos, su existencia es una novedad?
Lo primero que hay que decir es que, más allá de la nutrida ocupación de un lunes por la mañana, al atravesar el umbral de la ochava se experimenta una sensación de armonía y serenidad que transmite la naturaleza en su estado puro.
El Motivo tiene toldo de chapa, las ventanas cierran guillotina, el revestimiento de la barra es de madera y su tapa de metal. Los sanguches se lucen en campanas. El café se sirve en vaso de vidrio y el azúcar se ofrece en terrones. En las paredes hay múltiples imágenes tangueras. Gardel es el más recordado. Le sigue Troilo. También hay una copia de la partitura del tango que da nombre al bar. El altarcito familiar detrás de la barra incluye una foto de Francisco, pero Fiorentino. Puro tango, al gusto de Escobar.
Le pregunto a Ezequiel quiénes son los que colman las mesas ese lunes por la mañana. Entre los sentados en el salón más los que están en la vereda hay unos 25 hombres en edad de trabajar tomando café. Me dice Ezequiel que son choferes de taxis y de Uber y ex empleados de una estación de servicio GNC cercana que cerró hace unas semanas. La casualidad —vaya a saber— hizo que me los cruzara en su horario de descanso y juntada. Pasadas las 11, cuando vuelven al trabajo, El Motivo retoma el ritmo pausado del barrio.
Conocí El Motivo en los primeros años de este siglo. Lo frecuenté con cierta rutina. En los años que lo atendía Escobar y Ezequiel todavía no era ni el bacherito de los sábados. Yo empujaba la puerta y entrábamos los dos. “Buenas tardes, soy Jorge”, repetía con rigurosa teatralidad. “Un amigo”, decía y esa era su manera de explicar mi presencia a toda la feligresía. El paso de comedia incluía una estancia aproximada de una hora, muchas miradas y escasos diálogos. Con el paso del tiempo su semblante fue cambiando. Abandonó la postura relajada de hombre mayor para retroceder a la de un adolescente rebelde. La regresión a un muchacho que me resultaba desconocido. Hasta que un día me convertí en un extraño y las visitas a El Motivo se discontinuaron.
Los versos que Pascual Contursi escribió para “El Motivo” hablan sobre la nostalgia de otros tiempos, de placeres y de amores, que vibran en un alma enferma. “Qué me Contursi” es una frase que siempre recuerdo de boca de Jorge, mi compañero frecuente en la mesa del bar. Y la acompañaba con un guiño cómplice.
A una cuadra del bar vivía el neurólogo que atendió el Alzheimer de Jorge hasta su partida definitiva. Quizás fue despertarme con la noticia de la muerte de Francisco lo que me movilizó para volver ese lunes hasta Villa Pueyrredón. Jorge, aquel del paso de comedia, no era Bergoglio, el Papa, pero sí mi papá.
El retorno al Bar El Motivo me sorprendió gratamente. No había regresado desde la vuelta a la normalidad luego de la pandemia. La visita resultó alentadora. La cantidad de parroquianos, la solvencia de Ezequiel al frente del boliche, la certeza de saber que todo sigue igual.
Buenos Aires todavía nos regala esos lugares para el encuentro de amigos. O para recordar a la familia. Brindemos por ello. Siempre hay motivo.