Muchas son las situaciones que permiten ilustrar la facilidad con que algunos ven la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio. Días atrás, el afán pendenciero de Cristina Kirchner quedó en evidencia cuando criticó al presidente Javier Milei por no haber estado en la Basílica de San Pedro antes de que se cerrara el féretro del papa Francisco como sí lo hicieron Lula y Macron. Con su habitual soberbia, la expresidenta instó en la red X a que Milei echara a quien le maneja la agenda y el protocolo, como si hubiera sido un acto de irresponsabilidad, y desafió apuntando con letras mayúsculas a que le respondiera si había llegado tarde “por alguna otra razón que los argentinos desconocieran”.
El jefe de Gabinete, Guillermo Francos, aclaró que el arribo a Roma del Presidente fue tal como estaba previsto y en consonancia con el protocolo del Vaticano, pues no había habido invitación oficial para la ceremonia de cierre del ataúd.
Cristina Kirchner parece haber olvidado la larga lista de llegadas tarde que jalonan su propia historia y que bien le habrían valido llamarse a silencio. Para quienes, como ella, puedan haber perdido la memoria, vale una breve reseña de situaciones que involucraron papelones internacionales. Pasaremos por alto todas sus demoras a nivel local.
En la cumbre de mandatarios de América Latina, el Caribe y la Unión Europea realizada en Perú en mayo de 2008, fue ella la responsable de una demorada foto de familia. En noviembre de ese mismo año, durante el gobierno de George Bush, la Cumbre del G-20 reunida en Washington sumó a España y a Holanda como invitados especiales. La tradicional “foto de familia“ se tomó en la escalinata del Museo Nacional de la Construcción sin la presencia de Cristina Kirchner. Su demora, aun cuando ya se encontraba en el lugar, obligó a repetir la foto oficial, lo cual molestó a distintos mandatarios. Un mes después, repitió el retraso para a la inauguración de la XXXVI Cumbre del Mercosur celebrada en Costa do Sauípe, Brasil.
En febrero de 2009, en visita oficial a España, Cristina Kirchner llegó 40 minutos tarde a la cena de gala ofrecida por los reyes. Ese mismo año arribó con una demora de 37 minutos a la ofrenda floral a Simón Bolívar en Caracas, haciendo esperar a seis mandatarios reunidos para la Cumbre del Mercosur. En julio de 2009, además, en ocasión de la Cumbre del Mercosur en Paraguay, a la que también llegó tarde, sumó su queja por la “misoginia” de quienes marcaron su asistencia impuntual. “Me ha tocado asistir a tres cumbres internacionales en las que han llegado hombres tarde y tuvimos que esperarlos media hora, pero nadie dio cuenta de esa noticia”, intentaba defender lo indefendible la por entonces jefa del Estado.
El propio papa Francisco fue testigo de la demora con la que la expresidenta arribó a un almuerzo en Santa Marta luego de esguinzarse un pie en el hotel la noche anterior. Corría 2014 y ella era recibida en audiencia privada, a días de cumplirse el primer aniversario del pontificado de Jorge Bergoglio.
La puntualidad es palmaria muestra de respeto por los demás. “La informalidad en atender una cita es un claro acto de deshonestidad. Igual puedes robar el dinero de una persona si robas su tiempo”, afirmó el escritor norteamericano Horace Mann. Más de lo mismo, podríamos decir; un terreno que Cristina Kirchner conoce bien y que ya le ha valido condenas.