El Eternauta, la argentinidad, los permisos y las claves de la exitosa adaptación de un “monstruo indomable”

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El Eternauta superó hasta las expectativas más optimistas. El estreno de la serie basada en la historieta escrita por Héctor Germán Oesterheld y dibujada por Francisco Solano López, logró un furor que cautivó a públicos de todas las latitudes. Expertos en el folclore del personaje, o quienes jamás habían escuchado hablar de Juan Salvo, caen rendidos por igual ante esta versión dirigida por Bruno Stagnaro. Por ese motivo, es momento de repasar cuáles fueron los ingredientes que hicieron de El Eternauta un contundente éxito que marca un quiebre en la industria audiovisual argentina.

Un velero llamado libertad

Héctor Oesterheld, creador de El Eternauta

El monstruo parecía indomable. Bruno Stagnaro tenía la titánica tarea de dirigir un ambicioso relato de ciencia ficción, y poner en imágenes una épica audiovisual como jamás se había realizado ya no en Argentina, sino en Latinoamérica. Pero más complejo que eso, era el traducir una historieta de centenas de páginas a una primera temporada de seis episodios.

El Eternauta se publicó originalmente entre 1957 y 1959

Los tiempos de la historieta original de 1957 y su lógica folletinesca de pocas carillas por semana se ubica en las antípodas del ágil relato televisivo actual, en el que la acción no debe dar respiro a medida que el desarrollo de los personajes y sus intereses resulten claros para el espectador. Y Stagnaro y su equipo de guionistas encontraron en la libertad de romper los moldes originales, la forma de respetar la esencia Oesterheldiana, que a fin de cuentas, es el corazón de la obra. Porque, como dijo Francois Truffaut en el artículo La adaptación literaria al cine, “el único tipo de adaptación válida es la del director, es decir, la que se basa en la reconversión de ideas literarias en términos de puesta en escena”. Y Stagnaro comprende esto a la perfección.

La serie no transcurre a finales de los cincuenta como la obra original, ni Martita (que ni siquiera conserva el nombre) es una niña de pocos años, ni Elena es la mujer de Salvo, entre las innumerables diferencias con respecto a la historieta. La producción de Netflix juega con los mismos elementos, aunque para contar una historia anclada en la actualidad. El sci-fi de los cincuenta tenía características muy distintas, pero más importante aún, es que Stagnaro entendió de qué forma traducir el espíritu de esos personajes y cómo ponerlos a jugar en una cancha en la que iban a entrar muchos jugadores como Omar (Ariel Staltari) e Inga (Orianna Cárdenas), criaturas creadas para esta versión.

Marcelo Subiotto, Ariel Staltari, César Troncoso y Ricardo Darín en El Eternauta

Acá los protagonistas son más cínicos, y a todos les cuesta alcanzar esa nobleza que en la historieta figura desde la primera viñeta. La tragedia es, posiblemente, que resulte imposible retratar en una serie a personas menos predispuestas a accionar en pos de un bien colectivo. En ese sentido, la libertad de llevar a los personajes por otros caminos, modificando sus contextos pero respetando sus espíritus, es el primer gran logro de esta serie que busco la lealtad simbólica más que la material.

Navidad de reserva

El Eternauta. Ricardo Darín as Juan Salvo in El Eternauta. Cr. Marcos Ludevid / Netflix ©2025

Un meme que circula en internet asegura que “lo más realista de El Eternauta es que todo el quilombo del fin del mundo pasa justo un diciembre en Argentina”. La serie comienza en las vísperas de nochebuena, con el calor agobiante que se refleja en sesentones en bermudas y franciscanas. Es una postal típicamente bonaerense de fin de año, que transmite esas térmicas que golpean y que son heraldo de apagones masivos, cacerolazos y hastío generalizado. Entonces, ¿cómo se pasa de ese calor a una nevada mortal? Y ahí es donde El Eternauta contó con un equipo especializado no solo en nieve artificial, sino en efectos especiales que complementaron la enormidad del relato.

El detrás de escena de El Eternauta, que combina decorados generados por computadora y proyectados en telones de fondo con nieve falsa, tomas en estudio y en las calles de Vicente López

Los efectos especiales bajo ningún punto de vista hacen exitoso a un producto; ninguna película es excelente por la cantidad de autos que destroza o edificios que vuela. Los efectos complementan el universo visual de una historia y le dan anclaje a eso que sucede. Los textos del tipo “¡qué maravillosa fotografía!” son frases clichés propias del crítico que no sabe dónde pararse frente a una obra. Pero con El Eternauta, admirarse ante los movimientos de los cascarudos -¡maldita sea!- invita a escribir “¡qué maravillosos los efectos especiales!”. No se trata de la nieve ni de la hostilidad de esos escenarios cotidianos ahora reconfigurados a entornos salvajes, sino del impacto que provoca ver las pisadas de los cascarudos.

Crear digitalmente un monstruo que tenga fisicidad, que ocupe un espacio determinado y tenga un peso que dé bien en pantalla, es algo muy naturalizado en producciones hollywoodenses, pero no tan habitual en ficciones de otros países. Y los cascarudos que revolean autos, arrastran cuerpos y pisan dejando huella son criaturas temibles que suman verdad y que dan cuenta del verdadero prodigio técnico que es El Eternauta. Ahora solo queda soñar con ver a los Manos, de los que solo tuvimos apenas un vistazo.

La argentinidad al palo

Festejos en el Obelisco

“Es muy argentino”, “hay mucho chivo” o “¿hay necesidad de que sea todo tan de acá?” son algunas quejas que se replicaron durante los últimos días en las redes sociales o en las mesas familiares. No se trata de exacerbar un nacionalismo de estampita, ni de colgarse una medalla de mala calidad, nada de eso. El Eternauta es una serie de ciencia ficción que transcurre en paisajes que, para muchos, son fácilmente reconocibles.

En el medio hay planos que muchos confunden como espacios de publicidad, y que si lo son, tampoco es nada que no se haga en producciones de otros países. Pero acá sucede que muchos están más cómodos entre marcas desconocidas, porque que Tony Stark coma una rosca en un local de Randy´s Donut en Iron Man 2 es mucho más sofisticado que aparezca un póster de Los Palmeras en El Eternauta. Sin embargo, la acción publicitaria es la misma, aunque a algunas voces les resulte “grasa” ver en pantalla la idiosincrasia local. Una pena.

Tony Stark disfruta de una dona de Randy´s Donut, en Iron Man 2

Pedirle a Juan Salvo (Ricardo Darín) que se mueva en calles menos argentinas es pedirle a la obra que borre sus colores, o peor aún, que traicione la esencia Oesterheldiana de trasladar la aventura a las calles locales. No se trata de que El Eternauta tenga un exceso de argentinismos, sino de aprender a naturalizar que una producción local puede salir a la cancha de las series extranjeras y jugarles de igual a igual. De hecho, no suele escucharse a los espectadores de los Estados Unidos quejarse porque los extraterrestres vuelen la Casa Blanca y, sin embargo, eso sucede dos o tres veces por año.

Bienvenidos al tren

Bruno Stagnaro

Con El Eternauta, Bruno Stagnaro se confirma como el autor televisivo argentino más relevante del siglo XXI. Con Okupas y Un gallo para Esculapio (referenciando su obra televisiva) pulió un estilo propio y un mundo fácilmente reconocible. Por eso, El Eternauta marca una consagración innegable, porque es un universo a priori absolutamente alejado del estilo Stagnaro. Y sin embargo, el director supo reclamarlo como propio, agregándole su estilo sin dejar de tributar el legado de Oesterheld.

El Eternauta

El Eternauta es una aventura tradicional, un relato a la Robinson Crusoe sobre el instinto de supervivencia que va de lo micro a lo macro: comienza con un partido de truco entre amigos y culmina con una invasión alienígena a gran escala. Y al concepto del héroe colectivo tan presente en la historieta, Stagnaro le suma la idea del héroe inesperado. Ninguno de los protagonistas está preparado para una invasión, pero eventualmente todos entienden que la unidad hace la fuerza, que el “todos para uno” es la clave de la lucha.

El guion de la serie hace foco en la construcción de esa heroicidad, en cómo hay personajes que nacen mezquinos pero mueren solidarios, que son llamados a la aventura a pesar de sus miserias y que su reivindicación está en esa capacidad de entender que nadie se salva solo.

Dante Mastropierro.

En el quinto capítulo, hay un guiño al universo Stagnaro que pronto se revela como algo mucho mayor: la aparición de Dante Mastropierro y Jorge Sesán, que interpretaron en Okupas a los muy temidos El Negro Pablo y Miguel, son presencias al menos inquietantes, que hacen creer que “nada bueno puede salir de ahí”. Pero no, en El Eternauta ellos encarnan a dos personajes que se suman a la lucha y muestran una gran nobleza. Y ahí está lo interesante. Frente al invasor, la importancia de aliarnos es tal que Stagnaro resignificó la imagen ficticia de estos dos actores y le demostró a los espectadores hasta dónde puede llegar el prejuicio. Porque la sorpresa no es la presencia de Mastropierro y Sesán, la sorpresa es que Stagnaro los reconfigure como héroes. Y puede que ahí esté el mensaje político de esta serie: en que el héroe colectivo significa esforzarnos por hacer equipo aún con quienes, solo por prejuiciosos, creemos que no piensan como nosotros.

Cesar Troncoso y Ricardo Darín, durante el rodaje de El Eternauta

El final de El Eternauta tiene a un tren como pieza central, un medio de transporte que es objeto de grandes escenas desde el nacimiento del cine. De hecho, la llegada de un tren fue uno de los primeros sucesos filmados allá por 1895, y cabe citar a El gigante de hierro, de John Ford, hasta la muy reciente Tren Bala, con Brad Pitt, para evidenciar el atractivo que ese medio de transporte siempre tuvo y tendrá en la pantalla grande. Que Stagnaro vuelva al tren como pieza de resistencia, sellando en ese vagón la hermandad de los personajes al ritmo de “Jugo de tomate frío”, no solo grita un “Made in Argentina” que llena de orgullo, sino que también es la consagración de una obra que salpicó al mundo y monopolizó tanto los canales de televisión como las sobremesas familiares.

En definitiva, El Eternauta es un fenómeno cultural de esos que en la Argentina tristemente ya no abundan, y que nos devuelven al placer de discutir ideas a partir de una pieza de ficción.

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