La noche de Los Tres Fuegos (Argentina, 2024). Dirección: Andrés Edmundo Paternostro, Daniel Alvaredo. Guion: Andrés Edmundo Paternostro. Fotografía: Carla Stella. Música: Rony Keselman. Elenco: Ricardo Merkin, Romina Fernandes, Roberto Vallejos, Carolina Kopelioff, Daniel Campomenoci, Horacio Roca, Susana Varela. Calificación: Apta para mayores de 16 años. Distribuidora: Independiente. Duración: 81 minutos. Nuestra opinión: regular.
En los años 70, el cine combinó dos universos que parecían irreconciliables. Por un lado, un cine de denuncia, de temas “importantes”, o por lo menos preocupantes para la sociedad, y por el otro, una vocación de efectismo dramático que coincidía con la necesidad de atraer al público a la sala para brindarle un vistoso espectáculo. En esa conjunción surgió la saga de El vengador anónimo, con Charles Bronson como protagonista, que combinaba la supuesta denuncia de la inseguridad en una Nueva York casi distópica, con un derrotero de violencia sincopada y exploit que buscaba más impactar que concientizar al desprevenido espectador. Más allá de sus trampas morales, la vertiginosa puesta en escena de Michael Winner y la construcción del héroe de acción en la figura de Bronson modelaron el clásico del 74 y sus secuelas.
La noche de Los Tres Fuegos intenta encabalgarse en esa tradición, con la distancia que implican el tiempo contemporáneo y el marco del cine argentino. Un hombre común, asediado por sueños y recuerdos, viaja a un pueblo de la provincia para seguir la pista de su nieta desaparecida. Una vez allí, visita la comisaría con el legajo de la causa, se aventura a los prostíbulos de la zona, e intenta desenmascarar un entramado de corrupción y trata de personas que deriva en una violencia espectacular, signada por la pirotecnia visual y la explotación emocional del espectador. En sintonía con ello, la trata de personas y la violencia de género -que aparece como correlato- resultan apenas excusas narrativas para un recorrido errático en términos argumentales, con lagunas dramáticas y actuaciones dispares, que concluye en un festín de violencia filmado con poca destreza y bastante morbo.
El recién llegado al premonitorio pueblo de Los Tres Fuegos es Ismael Fraga (Ricardo Merkin, quien sostiene con oficio algunos dislates del guion), jubilado y antiguo trabajador de un frigorífico (¿otra premonición?). Ismael comienza la búsqueda de su nieta en los prostíbulos de la ruta, Mala Vida y Las Vegas, propiedades de los hermanos Morelli.
La posada El Ciervo es el lugar de estancia de Ismael y el primer contacto con el trasfondo oscuro del pueblo: la administradora, Cecilia (Romina Fernandes), una mujer sumisa y servicial, es víctima del maltrato de su pareja, Horacio (Roberto Vallejos), quien no tardará en asomar como una de las aristas del misterio. En esa lógica poco sutil se estructura el relato, instalando elementos -la violencia doméstica, la corrupción policial- a partir de lugares comunes demasiado trajinados, que empujan al espectador a un recorrido del que no puede -ni debe- desviarse.
Los directores Andrés Paternostro (también guionista) y Daniel Alvaredo (también productor) ensayan una puesta en escena que transcurre con cierta fluidez en el primer tercio, se vicia de virajes caprichosos y excesivo énfasis dramático en el segundo, para concluir en una atropellada acumulación de situaciones violentas, escenificadas a los apurones (sobre todo la final con los Morelli) y desarraigadas de todo el arco dramático planteado para el personaje de Ismael. A diferencia de Bronson en El vengador anónimo, cuyas contradicciones persistían en su transformación interior, Ismael es títere de una película que lo utiliza como mero instrumento para un relato adocenado, pobre técnicamente y pueril en su resolución dramática, sin salvedades más allá del oficio de sus intérpretes y las buenas intenciones en visibilizar un tema sensible como la trata de personas.