El destino quiso que el nuevo papa fuera elegido durante el Abierto tenístico de Italia, que se disputa en el Foro Itálico romano, a tres kilómetros del Vaticano. El momento en el que Robert Francis Prevost salió al balcón para saludar y ofrecer su primer discurso como León XIV fue transmitido en la pantalla gigante del court principal del torneo, el Campo Centrale, mientras jugaban el local Fabio Fognini y el británico Jacob Fearnley. Un locutor aprovechó un descanso de los jugadores y anunció: “Señoras y señores, un minuto de atención, por favor. El torneo de Roma saluda la elección del nuevo papa”. En medio del aplauso, los espectadores seguramente no conocían que el flamante pontífice es un declarado amante del arte de las raquetas.
“Me considero un tenista aficionado”, expresó Prevost durante un reportaje publicado por la web de La Orden de San Agustín (augustinianorder.org), pocos días después de recibir el birrete rojo de cardenal de manos del papa Francisco, en septiembre de 2023. En la misma entrevista, el estadounidense y arzobispo emérito de Chiclayo, Perú, manifestó su pesar por el poco tiempo libre que ahora tenía disponible para practicar su deporte favorito. “Desde que salí de Perú he tenido pocas ocasiones de practicarlo [el tenis], así que tengo muchas ganas de volver a la pista [risas]. Aunque mi nuevo trabajo no me ha dejado mucho tiempo libre para ello hasta ahora. Me gusta mucho leer, dar largos paseos, viajar, conocer sitios nuevos y disfrutar del campo en un entorno diferente”, contó.
Quienes lo conocieron con pantalones cortos en un court de tenis en Perú se animaron a decir que Prevost tenía un interesante revés y que era un ferviente competidor. Vaya curiosidad: el apellido Prevost no es inédito en el mundo del tenis. Revive a los hermanos franceses André e Yvonne Prevost; él fue finalista del Campeonato Amateur de Francia en 1900 y participó en los Juegos Olímpicos de ese año en París; ella ganó el Abierto de Francia 1900 y obtuvo dos medallas plateadas en esos mismos JJ.OO., la segunda edición de la competencia moderna.
Pero el de León XIV y el tenis no es el primer vínculo entre un papa y las raquetas. Juan Pablo II, cuyo nombre de nacimiento era Karol Wojtyla, fue, probablemente, el papa más “deportista” de todos. En su juventud, jugaba al fútbol, esquiaba, hacía trekking por la montaña, nadaba. Y luego de ser electo papa, el 16 de octubre de 1978, no sólo continuó con esas actividades, sino que también siguió con atención -por TV, muchas veces- los grandes acontecimientos deportivos.
En agosto de 2004, por ejemplo, Juan Pablo II dedicó parte del tradicional rezo del Angelus para los Juegos Olímpicos que ese año se hicieron en Atenas. El tenis, también, ocupó una porción importante entre sus aficiones. Es más: en mayo de 1982, en el hotel Holiday Inn de Roma, se produjo un partido de dobles, en el que jugaron el papa (nacido en Polonia), su compatriota Wojtek Fibak (10° en 1977) y el cordobés nacionalizado peruano Pablo Arraya (29° en 1984).
“Me llamó Fibak. Supongo que conocería a Juan Pablo II porque los dos eran polacos y que alguien le habría fallado. El caso es que me tuve que presentar en el hotel para jugar. Ni siquiera recuerdo quién era mi compañero, pero allí estaban ellos”, rememoró Arraya hace unos años. “¿Qué tal jugaba? Hablaba polaco y yo no entendía nada, pero éramos tocayos: ‘¡Pablo, Pablo!’. No es que él jugara muy bien, pero tenía al lado a un profesional. Fue muy competitivo a pesar de que era un partido divertido y de práctica. La gente que lo acompañaba cantaba malas todas las pelotas mías que eran dudosas. Me divertí”, amplió.
Hoy, 23 años después, Arraya lamenta no tener una foto de aquel momento. En 1983 los jugadores que participaron del Abierto de Italia visitaron a Juan Pablo II. “Yo no fui porque ya lo había visto el año anterior, pero recuerdo que Yannick Noah le llevó al papa un bolso lleno de cosas de tenis. Este nuevo papa será muy saludable debido a que hizo un deporte tan bueno para el físico como el tenis”, le comenta Arraya a LA NACION.
También Francisco, siempre atento a los deportes, tuvo encuentros con protagonistas del mundo del tenis. En Roma recibió a distintas figuras del tour (a Juan Martín del Potro en 2013, por ejemplo), pero en enero del año pasado, particularmente, se refirió al espíritu del tenis durante una audiencia con la delegación del Real Club de Tenis de Barcelona con motivo del 125° aniversario de su fundación. “El tenis, no siendo un juego de equipo, sino individual o por parejas, plantea una faceta interesante para la reflexión sobre las oportunidades que ofrece el deporte para el crecimiento de cada persona y de la sociedad”, comenzó diciendo el papa. Y amplió el discurso: “Ni en el tenis ni en la vida podemos ganar siempre, pero será un combate enriquecedor si, jugando de forma educada y según las reglas, aprendemos que no es un combate sino un diálogo que implica nuestro esfuerzo y nos permite superarnos”.
Según distintos informes históricos, el vínculo entre el Vaticano con el deporte de raqueta existe desde 1551, cuando a un carpintero le encargaron construir una galería de madera para jugar a la pallacorda (el antiguo real tennis, que dio origen al tenis moderno) en el Patio del Belvedere, debajo de la habitación privada del papa Julio III. Imágenes e ilustraciones documentan aquellas prácticas. En la década del 70, además, el bautizado torneo de la Amistad, reunió a empleados de la administración vaticana; incluso jugaron efectivos de la Guardia Suiza.
Aún hoy, en un extremo de los museos vaticanos, dentro de la Ciudad del Vaticano, se conserva un court de tenis, de superficie dura y rojiza. Prevost, el nuevo papa, estará extremadamente ocupado desde ahora, pero quizás allí mismo encuentre algún momento de recreo para empuñar una raqueta y volver a conectarse, al menos por un rato, con aquel “tenista aficionado”.