La DJ abre la funda, saca el disco, lo coloca en la bandeja y se oye un pequeño crujido. De pronto, por los parlantes de tres vías replican los primeros soplidos de “Spirals”, uno de los grandes temas del álbum Giant Steps, por John Coltrane. Estamos en Cucha del Pari, un local entre Villa Crespo y Paternal (Batalla del Pari 916), donde el cocinero y charcutero José Juarroz armó una carta a base de panchos artesanales, milanesa con kimchi, pan árabe con cordero y helados caseros. El lugar está repleto. “Hoy, cuando la gente sale a comer, busca más que comida. En nuestro caso, ese algo más es la música”, confirma Juarroz.
En la gastronomía siempre hay tendencias que marcan qué vamos a comer y, también, cómo vamos a hacerlo. De un tiempo a esta parte, la palabra de moda en restaurantes y bares argentinos viene prestada de otro rubro, la música. Esa palabra es “vinilo”, aquel viejo formato que por varias décadas reinó como el método más utilizado para escuchar música en los hogares, hasta que fue desplazado, primero por los casetes, y luego, por los CD’s.
Sobran las propuestas que confirman esta tendencia. Por un lado, florecen ciclos como “Vinito, vinilo y vos” en el bar Ostende (se hace hoy mismo y repite el sábado 24 de mayo en la esquina de Colegiales); las “Matinée Gourmande” en La Pâtisserie o eventos puntuales como la Fiesta de la Baguette en Gontran Cherrier (hoy, desde las 12 del mediodía, habrá sándwiches franceses y vinilos en vivo de la mano de 3J Selector en Malabia al 1800). También está el flamante Bandejeo, en Palermo: un ciclo a puertas cerradas de Beat Blenders y La Posguerra donde un chef y un DJ agasajan al público mientras los anfitriones se encargan del warm-up “con músicas del mundo, de ayer y ahora” (el cupo es limitado y se reserva a través de la cuenta @beatblenders).
Florecen, además, aperturas de lugares que marcan tendencia como Víctor (Juan María Gutiérrez 1150), Yakinilo (Dorrego 1551), Bimbi-Nilo (Pagano 2750), Gris Gris (Cabrera 5918) y Mixtape (Roosevelt 1806), por mencionar solo algunas. “Ponemos lo clásico en el centro de la escena”, cuenta Charly Aguinsky en la barra de Víctor, una de las más resonantes aperturas de 2025.
Detrás de Víctor están algunos de los que más y mejor conocen la escena gastronómica porteña: de un lado, el propio Charly junto a Sebastián Atienza y Gustavo Vocke, mismos socios de Tres Monos y La UAT; del otro, Germán Sitz y Pedro Peña, propietarios de Niño Gordo y La Carnicería, entre más restaurantes. “Ellos ponen la parte gastronómica, nosotros la coctelería”, continúa Charly. El lugar es glamoroso: sillones y mesas bajas, una imponente barra a lo largo del local, la rockola con auriculares para melómanos empedernidos, lámparas y muebles vintage. “Viajamos mucho y vimos que los bares de escucha, nacidos originalmente en Japón con la música como protagonista, eran tendencia global: lugares como Dante High Five en Miami, Fréquence en París o Mala en Medellín. Fue así que pensamos en Víctor, un lugar centrado en clásicos: la cocina juega con platos típicos de Nueva York como el cóctel de camarones o la hamburguesa; la coctelería se basa en variedades de Martini, el gran cóctel del mundo; y para la música no hay nada tan clásico como el vinilo. Por eso, pusimos la cabina del DJ en medio de la barra”, explica.
Nostalgia invencible
Desde el año 2010, primero en Estados Unidos, Reino Unido y Japón, y luego en el resto del mundo, la producción de discos en vinilo creció de manera ininterrumpida. En 2022, por ejemplo, se vendieron más vinilos que CD’s a nivel global, convirtiéndose en un regreso triunfal basado en la nostalgia y la calidad de un formato invencible. En la Argentina, esta fiebre por el vinilo comenzó apenas unos años más tarde, con reediciones de discos clásicos como “Almendra”, de Pescado Rabioso, o “Superficies de Placer”, de Virus. En 2018, los vinilos representaban apenas el 15% del global de ventas en formato físico en el país; en 2021 ese número llegó al 61%.
“Siempre disfruté muchísimo de ir a las disquerías, no puedo estar sin escuchar música”, admite Pablo Piñata, uno de los grandes bartenders nacionales, socio en Mixtape, el bar de escucha abierto en Núñez hace poco más de un año. “Si trabajo en un bar o restaurante, no puedo imaginar una música que suene así nomás: detrás, tiene que haber una búsqueda. En Mixtape nos sinceramos y le dimos el papel central a la música”, cuenta.
Mixtape se sostiene en tres pilares: una selección musical que apuesta a la época donde reinaban los vinilos; una coctelería también clásica, reeditando grandes cócteles de la historia con tragos como el Clover Club o el Manhattan; y, como tercera inspiración, sumando socios japoneses, un omakase dirigido por el maestro Takeshi Shimada, con nigiris y sashimis al frente.
Otra apuesta a esta combinación de vinilos y cocina de inspiración japonesa es Yakinilo, con un formato más casual y callejero. Allí, su cocinero y dueño Pablo Delgado exhibe en la pared, a modo de trofeo, la funda del LP que se oye en cada momento, mientras que de los fuegos despachan unos fideos udon en curry japonés o unos deliciosos yakitoris.
Tener a un DJ manejando dos bandejas tocadiscos es mucho más que música: es un espectáculo que viste el lugar. Así lo afirman Urraca y Matías, dos amigos que idearon Vinilos en la Vereda (@vinilosenlavereda). “Desde que volvieron, los vinilos se convirtieron en algo medio exclusivo, de nicho. Quisimos romper esa barrera y por eso los llevamos a la calle. Se acercan personas de más de 70 años que nos dicen: ‘Esto es un viaje en el tiempo’, y vienen pibes de 10 años que nunca vieron un vinilo y nos preguntan cómo funcionan”, dice Urraca. “Hay algo de este formato analógico que conversa muy bien con la gastronomía. Cuando apoyás la púa en el vinilo, es como cuando sentís un aroma en la cocina”.
“En Punto Mona (Fraga 93) no es solo un formato, es una atmósfera. Es nuestra forma de decir: esto se escucha con atención, hay que darle espacio al disfrute. Lo mismo pasa con un buen cóctel”, cuenta la reconocida Mona Gallosi, que el próximo miércoles 14 de mayo repite el ciclo “Los clásicos no pasan de Mona”: de 20 a 22 horas, ella ocupa la barra de cócteles, y el DJ y coleccionista Tommy Jacobs cura una banda sonora en vinilo repleta de soul, funk, jazz y disco.
“La música, la coctelería y los platos convergen en una misma escena, se complementan”, concluye Mona.●