Es la postal más emblemática del sur de la ciudad. Son 24 unidades balnearias alineadas frente al mar. A primera vista, desde la Avenida de los Trabajadores (ruta 11), el complejo Punta Mogotes se presenta como una sucesión de construcciones blancas, idénticas, coronadas por tanques de agua numerados. Durante décadas, estas construcciones estuvieron unidas por una pasarela en altura que formaban una mole de cemento que tapaba por completo la vista del mar.
Los balnearios están precedidos por enormes playones de estacionamiento también de cemento y una serie de lagunas encadenadas.
Pero detrás de ese diseño “repetitivo” y funcional se esconde una historia de urbanismo visionario y tensiones propias de un proyecto pensado a contrarreloj en plena dictadura.
“Punta Mogotes fue concebido para atender a un turismo más accesible, de clase media. Hasta su construcción, lo más parecido era Playa Grande, pero en otra escala, mucho más chico, y para un público de mayor poder adquisitivo”, sostiene Laura Romero, arquitecta e investigadora, se propuso desentrañar los orígenes del complejo Punta Mogotes y mirar más allá del cemento y la arena. Junto a María Isabel Fernández escribió ‘El Complejo Balneario Punta Mogotes (1970-1980)’.
-Laura, ¿en qué contexto surge el proyecto de Punta Mogotes?
-Nace durante la gestión municipal de Mario Russak, que asume en 1978 como interventor designado por la dictadura. Mar del Plata fue, históricamente, una villa balnearia para la élite porteña. Pero con el paso del tiempo la ciudad empezó a crecer con una lógica empresarial, donde se profundiza el turismo como negocio y comienza a atraer otro tipo de visitantes. De esta forma, logra generar recursos que dan sostenimiento a la ciudad. Russak se propuso hacer crecer aún más la ciudad, expandirla para potenciar su oferta turística. Y para eso necesitaba sumar infraestructura. Primero gestionó la remodelación de la peatonal. Después, hizo foco en la bahía de Punta Mogotes, una extensión ribereña alejada del centro, con un paisaje único que necesitaba desarrollo. No solo hacia el mar, sino también hacia el interior de la ciudad. El barrio Punta Mogotes ya existía, igual que el camino a Miramar.
-¿Qué había en la playa de Mogotes antes de todo esto?
-Siempre hubo balnearios, aunque muy precarios comparados con lo que vemos hoy. Era un espacio con acceso limitado: no había pavimento y se entraba desde la ruta que une Mar del Plata con Miramar. Los balnearios eran de madera, rudimentarios, pero brindaban servicio al turismo. Te diría que era un turismo más “salvaje”, en cierto sentido.
-¿Cómo empieza a tomar forma el proyecto? ¿Hubo otras propuestas arquitectónicas?
-Sí. Lo primero que hay que decir es que Punta Mogotes es una decisión política. Existe gracias a eso. Te ubiqué en 1978, cuando Mar del Plata iba a ser sede del Mundial. Eso trajo muchas mejoras: en comunicaciones, televisión, rutas, aeropuerto… Ese fue el escenario que permitió imaginar una transformación del entorno agreste de Punta Mogotes.
-Había que avanzar rápido porque el Mundial era una gran vidriera.
-Exactamente. Esa franja de playa colindaba con el barrio, pero no tenía servicios urbanizados. Era agreste. Algunos balnearios mantuvieron su nombre en la nueva propuesta porque ya estaban desde antes. Aprovechando el impulso del Mundial, se pensó un crecimiento ordenado. Con María Isabel lo definimos como una “mini ciudad”: había playa, comida, estafeta postal, guardería… Un lugar pensado para que el turista pudiera pasar el día entero allí, haciendo todas sus actividades.
-¿Y cómo se organizó la construcción? ¿Hubo licitación?
-No. Hubo un convenio entre el municipio de General Pueyrredón y la gobernación de la Provincia de Buenos Aires. Hay que aclarar que era dictadura, no la etapa democrática en la que luego fue electo Russak en 1991. Las gestiones seguían otra lógica. Russsak firma un convenio con la gobernación y se crean proyectos especiales para la ciudad mediante una Sociedad de Estado. Un decreto provincial habilita a esa Sociedad a encargarse de obras como el acuario, la peatonal, la estación de automóviles y el complejo Punta Mogotes. Dentro de ese esquema, podían contratar obras de forma directa. Así se le solicita al Estudio Mariani un proyecto con ciertos criterios técnicos, ambientales y visuales, para esa gran extensión costera. La provincia le cede a la Sociedad de Estado el predio que va desde los antiguos globos de YPF hasta lo que hoy es el balneario cero. Esa era la zona asignada.
-¿Y cuándo comienza efectivamente la obra?
-En abril de 1980 se transfieren formalmente las tierras a la Sociedad de Estado y se pone en marcha el proyecto. Aunque el Estudio Mariani presentó una propuesta, finalmente no fue la elegida. El Estado decide llevarlo adelante directamente, aunque retoma muchas ideas del estudio: la relación con el entorno inmediato, la conexión vial entre Mar del Plata y Miramar, la franja verde que separa el tránsito general del acceso al balneario, y la repetición modular entre los 24 balnearios, que es un concepto tomado de ese diseño original.
-¿Por qué cree que no prosperó el proyecto de Mariani?
-Creo que fue una cuestión de honorarios. Si uno compara la propuesta original del Estudio Mariani con lo que finalmente se construyó, hay muchas similitudes. Lo que hizo el Estado fue “eficientizar” el proyecto, aunque dejando de lado aspectos ambientales que para Mariani eran centrales. Ellos pensaban el diseño no solo como un contenedor de servicios, sino como un diálogo con el entorno.
“El balneario que conocimos en los 80 podría haberse desarrollado como un edificio continuo. Es una estructura lineal, paralela al mar, sin terminaciones en sus extremos. Si no hubiera estado el tanque de los globos de YPF, podría haber seguido hasta el puerto. Y hacia el otro lado también. Pero la bahía marcaba un límite natural, y el proyecto se cerró dentro de esa extensión”, dice Laura.
“Mariani, además, toma una idea que ya tenían los viejos balnearios del bañado: la disposición lineal. Podrían haber estado distribuidos de otro modo, pero esta es la forma más eficiente para la cantidad de balnearios que se quería. La secuencia era: mar, descanso, servicios, calle interna. El proyecto de Mariani incluía estacionamientos con arbolado, mucho más amigables con el entorno. No como lo que vemos hoy: calles bordeando lagunas, estacionamientos de cemento, y recién ahí el acceso al balneario”.
-¿Hubo alguna resistencia o controversia entre los vecinos o en el Concejo Deliberante?
-En realidad, la propuesta fue bien recibida. Se valoraba lo que implicaba tener un balneario de esa magnitud. En ese momento, el complejo de Playa Grande era lo más parecido en escala, pero más chico y pensado para un público de mayor poder adquisitivo. Punta Mogotes estaba destinado a un turismo más accesible, de clase media. No encontramos conflictos importantes vinculados al proyecto.
-Beneficiaba a todos.
-Exacto. Aunque sí hubo dificultades durante la ejecución de la obra. Algunos trabajadores de la empresa constructora nos contaron que llegaban menos camiones de los previstos y había demoras en la entrega de materiales. Son cuestiones que ponen a prueba la planificación de una obra de esa escala. También nos compartieron fotos del armado de hierros frente al mar, lo que exigía estrategias específicas por el salitre. Desde lo arquitectónico, eso es muy interesante.
-¿Cuánto tiempo llevó construir todo, desde el inicio hasta la inauguración?
-La inauguración estaba prevista para la temporada 80-81 [efectivamente, se realizó el domingo 11 de enero de 1981 y estuvo presente el dictador y por entonces presidente de facto, Jorge Rafael Videla]. Ese era el gran desafío, lo que obligó a trabajar contra reloj. En un momento se pensó hacer una obra en seco, pero no fue así: se construyó in situ, fue una obra húmeda. Las pasarelas, los cimientos… Aunque por su estética pueda parecer prefabricada, lo único de ese estilo eran los cerramientos. Todo lo demás fue una obra húmeda.
-¿Cómo fue pensada la estética general del complejo?
-Se buscó una fachada repetitiva. El eje visual lo marcaban los tanques de agua, donde hoy vemos la numeración de los balnearios. Se aplicó una trama bastante rigurosa: cada cierto número de módulos, aparecía un tanque como identificador, y así se ordenaban los 24 balnearios.
-¿Y cómo se organizó la concesión? ¿Se pusieron en alquiler?
-Algunos balnearios conservaron sus nombres de los años 70. Muchos fueron concesionados a quienes ya estaban en la actividad. Para enero del 81 ya estaban habilitadas 20 de las 24 unidades funcionales. La Secretaría de Turismo municipal impulsó su promoción con afiches, volantes… Se buscó instalar la propuesta como un nuevo atractivo turístico para la ciudad. También se sancionó una ordenanza que regulaba los usos dominantes del balneario: qué actividades estaban permitidas y cuáles necesitaban habilitación municipal. Se permitían comercios minoristas: cafés, restaurantes, almacenes, bombonerías, bazares… Estaban clasificados por clases. Podía haber joyerías, librerías, papelerías. Incluso se pensaba en que alguien pudiera escribir una esquela en la playa y mandarla por correo ahí mismo. Era la versión analógica del WhatsApp. También había espacios culturales y recreativos: bibliotecas, exposiciones, juegos de salón, agencias de turismo, locales de fotografía, alquiler de autos. Y dos servicios que permanecieron: un dispensario médico y una guardería infantil. Pensar en la niñez como parte del espacio también fue clave en el diseño.
-¿Los balnearios eran iguales o había diferencias en la distribución o diseño?
-Eran exactamente iguales. Nosotros los llamamos “unidades balnearias”, y cada módulo contenía dos balnearios. Lo que los dividía era la torre de agua y las escaleras. El edificio tenía dos plantas: la baja estaba pensada para el acceso a la playa y la costa; el primer piso, como mirador. Por eso esa pasarela contínua que unía los 24 balnearios: se podía caminar desde el 0 hasta el 24, en altura, con vista al mar, y bajarse en cualquier punto.
-Respecto al barrio de Mogotes, ¿la construcción de los balnearios tuvo algún impacto en la zona? ¿Se notó una urbanización mayor?
-Sí, hubo una modificación clara. El balneario era usado por la gente del barrio, sobre todo en los años 70, cuando todo era más agreste. La ampliación del acceso Mar del Plata–Miramar generó una especie de “cicatriz” entre la ciudad y el mar. A eso se sumaron las lagunas. Cuando hablamos del complejo, no nos referimos solo a los balnearios, sino a todo: sistema circulatorio, lagunas, estacionamiento, unidades y playa. Esa extensión de circulación vehicular produjo un distanciamiento, una nueva reapropiación del espacio. Y si sumamos las 70.000 personas que llegaban en temporada, es evidente que hubo un impacto. Por un lado, negativo; pero también positivo, porque creció el alquiler de casas para veraneo y con eso la vida del barrio asociada al verano.
-¿Durante la construcción hubo contratiempos arquitectónicos o de obra?
-El mayor problema fue económico. Según lo que nos contaron concesionarios y trabajadores, el dinero disponible no siempre alcanzaba. Era una obra de gran envergadura. Muchos trabajadores del estadio del Mundial 78 se quedaron en Mar del Plata y trabajaron después en Mogotes, especialmente cementistas y armadores de hierro, con experiencia en infraestructura pesada.
–¿Hoy sigue vigente el sistema de concesiones? ¿Cada balneario se renueva de forma independiente?
-Sí, que sepamos, sigue funcionando por concesión. Cuando se disuelve la Sociedad de Estado, se crea la Administración Punta Mogotes (APM), con oficina en Catamarca y 3 de Febrero, acá en Mar del Plata. Ellos se encargan del mantenimiento general del complejo: desagües, reparaciones, infraestructura común. No de los problemas particulares de cada unidad, sino de lo colectivo. Algunas cosas las resuelven desde la propia administración, y otras dependen del municipio o la provincia, según el caso. Pero sí, hay una estructura que gestiona el funcionamiento del complejo.