Si alguien dijera que dentro del cuerpo humano hay un órgano invisible que regula desde el sistema inmune hasta el estado de ánimo, los niveles de concentración, el sueño o el riesgo de desarrollar enfermedades neurodegenerativas, probablemente generaría escepticismo y sin embargo, existe. Se llama microbiota y está compuesta por billones de bacterias, virus, hongos y arqueas que cohabitan con nosotros, en la piel, boca, y especialmente en el intestino.
La microbiota intestinal, específicamente, es el conjunto de microorganismos que habitan en el tracto digestivo humano, junto con el material genético, explica Linda Jungwirth, nutricionista especializada en microbiología. “Su rol es vital para la digestión, el sistema inmunológico y la salud en general”.
Aunque el tema cobró especial relevancia en los últimos años, el impacto de la microbiota en la salud no es un hallazgo nuevo: hace más de un siglo, Iliá Méchnikov, microbiólogo ucraniano y Nobel de Medicina, teorizó que la salud podía mejorarse y la senilidad retrasarse manipulando el microbioma intestinal con bacterias beneficiosas. Sus investigaciones sentaron los cimientos científicos de la bacterioterapia, base del empleo actual de los probióticos.
¿Qué hace la microbiota?
Se calcula que el intestino humano alberga entre 10 y 100 billones de microorganismos, lo que supera en número a las células del organismo humano. Estos tienen funciones clave para el funcionamiento adecuado del cuerpo, entre ellas, Jungwirth destaca las siguientes:
- Descomposición de fibras: Las bacterias intestinales ayudan a digerir fibras dietarias que el cuerpo humano no puede procesar por sí solo. Este proceso genera ácidos grasos de cadena corta, como el butirato, que favorecen la salud intestinal y la absorción de nutrientes.
- Fortalecimiento del sistema inmunne: La microbiota intestinal regula las respuestas inmunológicas, protege contra patógenos y mantiene un sistema inmune equilibrado. Las bacterias beneficiosas promueven el desarrollo de células inmunitarias, ayudan al intestino a diferenciar entre microbios dañinos e inofensivos, y fortalecen la barrera intestinal. También producen compuestos antiinflamatorios que previenen la activación excesiva del sistema inmune y reducen el riesgo de enfermedades autoinmunes e inflamación crónica.
- Refuerzo de la salud general: Estrechamente relacionada con procesos fisiológicos más amplios, los metabolitos microbianos influyen en la salud neurológica y metabólica.
Facundo Pereyra, gastroenterólogo (M.N. 94615), hace énfasis en la segregación de sustancias benéficas en la metabolización de los alimentos ingeridos: “Se producen desde ácidos grasos como el butirato, -que protege la permeabilidad del intestino-, hasta vitaminas como la K -cuyo rol es clave en la coagulación de la sangre-, del grupo B -que ayudan a obtener la energía de los alimentos-, y hormonas neurotróficas como la serotonina, que influyen en el bienestar emocional”, explica.
“Lo que sucede cuando la microbiota se empobrece es que el intestino empieza a filtrar toxinas que debilitan el sistema inmune, porque el 70% de los leucocitos parte de este vive en el intestino”, agrega.
De hecho, varias investigaciones publicadas en los National Institutes of Health (NIH) han demostrado que existe una correlación entre una microbiota intestinal balanceada y la disminución de trastornos metabólicos como la obesidad y la diabetes de tipo 2, de enfermedades cardiovasculares y de afecciones neurodegenerativas como el Alzheimer.
«Le dicen el nuevo órgano, porque sin la microbiota no podemos vivir”, sostiene Pereyra.
Factores desequilibrantes
El equilibrio de la microbiota intestinal -también conocido como eubiosis– puede verse afectado por diversos factores externos que favorecen la disbiosis: una alteración en la composición y diversidad microbiana asociada a diversas patologías.
“La microbiota intestinal es altamente dinámica y puede responder rápidamente a cambios en la dieta y estilo de vida”, comparte Sol Candotti, Health Coach especializada en nutrición. “Sin embargo, la estabilidad a largo plazo depende de la constancia en los hábitos saludables”.
En este sentido, los expertos consultados por el medio identifican los siguientes factores como principales disruptores del equilibrio de la microbiota intestinal:
Dieta
Al hablar de una microbiota sana, la dieta es uno de los factores -sino el más- importantes. “Una alimentación cargada de azúcares refinados y ultraprocesados reduce la diversidad bacteriana, mientras que una dieta rica en fibra y alimentos fermentados favorece el crecimiento de bacterias beneficiosas (como Akkermansia muciniphila, Bifidobacterium y Lactobacillus), claves para el equilibrio de una microbiota sana, advierte Candotti.
Pereyra hace énfasis en la necesidad de evitar los ultraprocesados.
Son los emulsionantes, edulcorantes y conservantes -que se encuentran en gran parte de los productos del supermercado- los que “matan a nuestros bichitos, actuando como barredores de flora intestinal”, dice el gastroenterólogo. “Las harinas y el azúcar refinados, junto con el exceso de alcohol, empobrecen significativamente la diversidad microbiana”, subraya.
En cuanto a maneras naturales de potenciar una microbiota intestinal saludable, Jungwirth trae a colación la ingesta de probióticos (microorganismos vivos presentes en alimentos fermentados como el yogur y el chucrut) y prebióticos (alimentos que nutren a las bacterias beneficiosas y promueven su crecimiento; encontrados principalmente en la fibra de los vegetales y frutas).
“Los alimentos enteros, en lugar de los suplementos de probióticos y prebióticos, siempre van a ser más efectivos”, sostiene la microbióloga, y agrega que, además, hay que tener en cuenta que los probióticos no se colonizan de forma permanente, por lo que requieren un consumo sostenido en el tiempo.
Uso excesivo de antibióticos
“Siempre que tomamos antibióticos nuestra microbiota sufre”, alerta Pereyra. De hecho, estudios científicos han demostrado que un único ciclo de antibióticos puede causar desequilibrios prolongados en la microbiota de varios meses e incluso años.
“Los antibióticos de amplio espectro reducen drásticamente la biodiversidad de bacterias en la microbiota intestinal, lo que puede favorecer la multiplicación y colonización por bacterias patógenas oportunistas que la dañen», señala Candotti.
Para compensar este daño, los médicos sugieren poner la atención en una dieta rica en probióticos y prebióticos naturales -legumbres, cereales integrales, verduras, yogur, té verde y fermentos en general son algunos ejemplos- para ayudar a la regeneración de las bacterias “buenas” y la producción de ácidos grasos de cadena corta.
Candotti además menciona que, para acelerar la recuperación tras un tratamiento, cepas específicas de probióticos como Lactobacillus rhamnosus, Bifidobacterium bifidum y Saccharomyces boulardii han mostrado ser eficaces en la prevención de la disbiosis post-antibiótica y en la restauración del equilibrio intestinal.
Estrés y falta de sueño
El estrés y la falta de sueño también juegan un rol importante en la salud de la microbiota.
“El cortisol, hormona del estrés, altera la permeabilidad intestinal y reduce la diversidad microbiana”, explica Pereyra. “Y cuando hay estrés y falta de sueño, hay cortisol”, asegura.
Un estudio reciente publicado por los NIH plantea que se trata de una relación bidireccional: dormir mal afecta la salud intestinal, y un intestino en desequilibrio puede empeorar los problemas de sueño.
Según los investigadores, la microbiota sigue ritmos circadianos que se sincronizan con los ciclos de sueño y vigilia. Cuando estos ritmos se alteran también se altera el equilibrio bacteriano en el intestino. Esto puede desencadenar respuestas inflamatorias crónicas, afectar la la regulación del metabolismo, enfemermedades cardiovasculares y cerebrovasculares y perturbar aún más el descanso nocturno.
El artículo también advierte que la disbiosis intestinal —ya sea provocada por estrés, mala alimentación o sueño irregular— está asociada a un mayor riesgo de trastornos como somnolencia diurna excesiva, insomnio o despertares frecuentes.
Sedentarismo
El ejercicio físico se presenta como otro de los factores que influyen directamente sobre la diversidad microbiana.
“Hay estudios que muestran que aquellos que ejercitan a diario, y los deportistas de alto rendimiento, tienen una microbiota más diversa y sana, mientras que las personas sedentarias tienen menos especies con un predominio de patógenos”, comparte Pereyra.
En la misma línea, un estudio reciente publicado en los NIH sugieren que un aumento en la actividad física puede incrementar la cantidad de especies microbianas beneficiosas y que la microbiota responde a las variaciones fisiológicas y homeostáticas generadas por el ejercicio.
El eje intestino-cerebro
Otro gran capítulo dentro del mundo de la microbiota intestinal es su relación con la salud cerebral. “Cuando la microbiota está pobre -y el intestino más permeable-, también se permite el paso de endotoxinas (lipopolisacáridos) a la sangre, favoreciendo la inflamación sistémica y la disfunción neuronal”, señala Pereyra. Los síntomas de esta varían y van desde la visión borrosa y la niebla mental hasta el insomnio, ansiedad o depresión.
Para abordar el tema, Alejandro Andersson, neurófisiólogo y director del Instituto de Neurología de Buenos Aires (INBA), introduce el concepto de “eje microbiota-intestino-cerebro”: un sistema de comunicación bidireccional que integra señales neurológicas, inmunológicas, endocrinas y metabólicas, vinculando el tracto gastrointestinal con el sistema nervioso central. “Está demostrado que la microbiota intestinal influye en diversas funciones cerebrales, como la neuroinflamación, la neurotransmisión y la respuesta al estrés“, asegura el doctor.
El nervio vago, explica Andersson, es una de las principales rutas de comunicación entre ambas regiones, transportando información sensorial desde el intestino al tronco encefálico y regulando funciones autonómicas, afectando indirectamente la función cerebral.
Por otro lado, la microbiota intestinal produce serotonina, ácido gamma-aminobutírico, dopamina y noradrenalina, neurotransmisores clave para el estado de ánimo, la cognición y el comportamiento. También incide en la regulación del eje hipotálamo-hipófisis-adrenal que, a su vez, incide en la liberación de cortisol, sustancia que puede predisponer a trastornos de ansiedad.
Por último, este órgano regula la producción de citoquinas proinflamatorias y su disbiosis puede activar la microglía y aumentar el riesgo de trastornos psiquiátiricos y neurodegenerativos como la depresión y el Alzheimer.
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Cómo reparar daños
Frente a la pregunta de si es posible curar y reprogramar una microbiota intestinal dañada, la respuesta es sí, pero no de un día para el otro.
En casos con síntomas digestivos o inflamatorios, Pereyra sugiere iniciar con el reposo digestivo, una dieta de eliminación breve: sin gluten, ni lácteos ni alimentos ultraprocesados por una semana, acompañando con la ingesta de prebióticos, para favorecer los mecanismos de autorreparación y la generación de bacterias “buenas”.
Si no hay síntomas de disbiosis, el gastroenterólogo sugiere aplicar directamente una dieta que incluya 30 variedades vegetales semanales y al menos un fermentado diario, también con el acompañamiento opcional de prebióticos o probióticos.
Además, subraya la importancia que durante este proceso de restauración, la persona se hidrate bien, haga ejercicio físico, tenga una buena higiene del sueño e intente gestionar su estrés a través de meditaciones, terapia o cualquier método que le resulte funcional para dicho fin.
Al preguntarle por una microbiota ideal, Pereyra responde que es una diversa, con muchas especies de virus, bacterias, hongos, arqueas y parásitos, que estén en equilibrio entre sí.
“Que no haya una o dos predominantes, sino que cohabiten en armonía”, dice y finaliza: “Cuando uno mejora la salud del intestino, mejora todo lo demás. Como decía Hipócrates, toda enfermedad empieza ahí”.
Las cuatro etapas de la microbiota
El microbioma intestinal experimenta cambios dinámicos durante toda la vida, influenciado por factores como el método de nacimiento, la dieta, el entorno y el envejecimiento. “La cesárea, por ejemplo, hace que el feto no se exponga a los gérmenes vaginales de la madre. La falta de lactancia, por otro lado, también incide, porque en la leche materna hay prebióticos importantes para el desarrollo de la microbiota del bebé. Y, a diario, la alimentación y los antibióticos, analgésicos y fármacos que tomamos a lo largo de la vida, también tienen un impacto considerable”.
En este sentido, Jungwirth identifica cuatro etapas y las variables que más inciden en cada una de ellas.
- Infancia (0–2 años) – Colonización inicial: La vía de nacimiento (parto natural o cesárea) y la lactancia influyen fuertemente. El destete introduce nuevas especies, aumentando la diversidad y la capacidad metabólica.
- Niñez y adolescencia (2–18 años) – Maduración: La microbiota se estabiliza. La dieta y entorno moldean la maduración microbiana.
- Adultez (18–65 años) – Estabilidad y modulación por el estilo de vida: La estabilidad es relativa, pero influida por estilo de vida (dieta, antibióticos, estrés y actividad física). Las dietas occidentales (ricas en grasas, azúcares y alimentos procesados) pueden disminuir la diversidad microbiana y aumentar especies asociadas con inflamación.
- Vejez (65+) Declive del microbioma: Disminuye la diversidad y cantidad de bacterias beneficiosas y aumenta el número de bacterias oportunistas. Los cambios dietarios y los medicamentos contribuyen a la disbiosis.
“La infancia, el embarazo y la vejez son ventanas sensibles donde la microbiota puede ser más vulnerable a desequilibrios”, concluye la microbióloga.