CHICLAYO, Perú.- “Nadie quería apostar por un venezolano. Nadie. Por eso nos hizo tanto bien que él nos priorizara”. Desde la galería de la casa de acogida Villa San Vicente de Paul, a las afueras de Chiclayo, Janniorg Gutiérrez (41 años, madre de dos) observa a los hijos de sus vecinas jugar y reírse en el patio de tierra del refugio para migrantes. Se emociona al recordar la atención que el obispo Robert Prevost le dio a los venezolanos que, como ella, llegaron a Chiclayo tras huir de su tierra natal a pie o en camiones de ganado.
“El monseñor y todos los que trabajaron coordinados por él han confiado en nosotros y nos han dado un espacio, tratamiento médico, nos han ayudado a tener papeles. Son cosas que uno agradece, porque te hacen sentir que por lo menos hay esperanza”, dice la mujer, hoy coordinadora de la casa de acogida, que ingresó a vivir allí en plena pandemia, cuando perdió su trabajo y estuvo al límite de caer en situación de calle junto a su familia.
La construcción de este refugio temporario para migrantes, ubicada en el árido y polvoriento Puerto Etén, a pocos metros del Pacífico, es una de las obras con las que colaboró el papa León XIV durante su paso por Chiclayo. En sus casi nueve años trabajando en esta ciudad del norte peruano, a la que llegó pisando los 60 años de edad, Prevost reformó la Iglesia local y llamó a sacerdotes, religiosas y laicos a trabajar a su lado en diferentes causas humanitarias. Una de sus obras más recordadas es el acompañamiento a la comunidad migrante y a las víctimas de explotación sexual -muchas de ellas también extranjeras- que él inició, y que hoy continúa funcionando.
“La realidad se impuso. En 2017, cuando comienza este trabajo, veías venezolanos durmiendo en las plazas, frente a la Catedral, en las calles. No eran personas solas, eran familias enteras, con muchos niños. El monseñor vio esa situación y me llamó, me dijo que estaba formando un equipo para enfrentar la situación”, cuenta la docente Yolanda Díaz Callirgos, quien fue presidenta de la Comisión de Movimiento Humano y Trata de Personas durante sus primeros cuatro años de funcionamiento. Este grupo, que pertenece al obispado, tiene 18 miembros, tanto religiosos como laicos, y todos son voluntarios.
Unos meses después de haber puesto en marcha la comisión, Prevost llegó un día a decirles que observaba en las calles un importante aumento de la prostitución, que había que hacer algo. “Es muy característico de él el estar atento a la realidad, a los signos de los tiempos. Su preocupación lo llevaba a involucrarse y a que nos involucráramos nosotros”, cuenta Díaz Callirgos.
Prevost no propuso dar un acompañamiento meramente espiritual. El equipo de trabajo que él formó se propuso regularizar la situación migratoria de los venezolanos y agilizar la convalidación de títulos escolares y universitarios; además de ayudarlos a acceder al sistema de salud, entre otras funciones.
“Monseñor Robert nos decía: ‘Hay que escuchar a los migrantes, preguntarles a ellos cómo podemos ayudarlos’. Fueron ellos los que hablaron de que lo primero que necesitaban era regularizar su situación migratoria, porque sin eso no podían trabajar y sus niños no podían ir a la escuela, así que empezamos a reunirlos en las parroquias y convocar a agentes de migraciones para que les expliquen el proceso y nos ayuden a agilizarlo”, cuenta la expresidenta de la Comisión, quien durante cuatro años fue la encargada de presentarle a Monseñor Prevost los informes sobre los trabajos de esta organización.
La trata
“Muchas chicas que se escapan de Venezuela terminan prostituyéndose para poder vivir o en redes de trata. Al centro de acogimiento de Chiclayo cayeron hace un tiempo dos primas muy jóvenes a las que había agarrado una mafia en la frontera de Ecuador con Perú. Les dijeron ‘las cruzamos por tanta plata’, y las terminaron explotando sexualmente. Por suerte pudieron escaparse”, cuenta la venezolana Gabriela Morillo, quien coincidió con ellas una semana en el centro de acogimiento San Vicente de Paul.
Desde su fundación, la comisión no solo ha acompañado a mujeres víctimas de trata, también ha ido a buscarlas para ofrecerles ayuda. Hubo miembros del equipo, cuenta Díaz, que comenzaron a salir a las calles, bares y prostíbulos para acercarse a las mujeres. Muchas de ellas ha pasado luego por el centro de acogimiento de San Vicente de Paul por días, semanas o incluso meses.
El centro tiene lugar para un total de 30 familias. En los últimos siete años han pasado por allí más de 5000 personas, destaca el vicentino Juan Carlos Reaño, laico vicentino y presidente de la Asociación Color Esperanza, de la Familia Vicentina, quien inicialmente propuso el proyecto del refugio y contó con la ayuda del obispado para llevarlo adelante.
“La mayoría de los niños que llegan enfermos. Bronquitis, muchas gripes, fiebres. Por eso es importante darles alimento, atenderlos en temas de salud, para que puedan continuar con su viaje o instalarse en Chiclayo”, explica Gutiérrez.
Ella y Morillo se emocionaron al enterarse de que Monseñor Prevost, a quien conocieron en varias ocasiones durante las visitas a Puerto Etén, era el nuevo Papa. “Yo lloraba. Es una locura pensar que hace unos años lo teníamos acá, que nos saludaba, que venía a hablar. Él era muy dado, muy humilde, muy humano”, describe Morillo, quien es madre soltera de tres y actualmente se encuentra desempleada.
Una de las cosas más difíciles para los migrantes, dice, es conseguir trabajo, especialmente un trabajo digno. “Hace poco había conseguido trabajo en un campo de arándanos. Era un trabajo de tiempo completo, no como esos de 12 horas que muchas veces nos ofrecen a los venezolanos. Pero cuando me pidieron mis papeles y se los di, me dijeron: ‘Disculpa, no contratamos venezolanos’. Fue horrible”.
Reaño define al centro de acogida como un lugar esencial para ayudar a la comunidad venezolana a no quedar relegada a los dramas de vivir en la informalidad. A su vez, destaca el rol primordial de Prevost.
“Nuestro Papa siempre se ha mantenido muy cercano, preguntando por las personas que llegaban. Este es el espacio que más migrantes ha acogido durante estos últimos años. Y en la actualidad aún sigue. La idea es seguir creciendo para poder ayudar a más”, dice.