Tiempo para pensar y diseñar, el talón de Aquiles educativo

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En educación las reformas abundan: se cambian currículas, se incorporan tecnologías, se capacita, se evalúa. Pero hay un punto ciego que persiste en casi todos los intentos de transformación educativa: el tiempo que se le da a los docentes para planificar, pensar y diseñar sus clases.

La mejora educativa no depende exclusivamente de nuevas leyes o programas. Depende, sobre todo, de lo que sucede en el aula y lo que sucede en el aula depende del docente. Es el docente es quien traduce, adapta y resignifica cualquier política pública. Es el punto de encuentro entre la intención y la realidad. Para hacerlo bien, necesita una condición elemental: tiempo. Tiempo de calidad, tiempo en cantidad, tiempo institucionalizado.

Hoy, en la Argentina, se insiste con los 190 días de clase como medida de calidad. Pero ¿qué sentido tiene sumar días si no hay tiempo para preparar lo que se enseña? En febrero y marzo, apenas si hay margen para una o dos reuniones generales. El resto se lo lleva la vorágine de exámenes, inscripciones, nuevos horarios, renuncias, nombramientos y burocracia. En diciembre ocurre lo mismo: exámenes, cierres e informes. En ese contexto, pensar en serio una propuesta pedagógica se vuelve una quimera.

No es un problema menor sino estructural. Porque cuando los docentes trabajan corriendo de una escuela a otra, sin espacios reales para diseñar sus clases, para conversar con colegas, para actualizar contenidos o planificar en equipo, todo intento de mejora queda en el aire. No hay reforma que sobreviva al aula si el aula no está pensada. Y el aula no se piensa sola: se piensa con tiempo.

Un ejemplo que vale la pena observar es el del Colegio de los Jesuitas en Cataluña. Allí, antes de lanzar una transformación profunda del modelo educativo, se le dio a los docentes un mes entero sin clases para repensar la escuela: reducir contenidos, diseñar propuestas significativas y preparar clases interdisciplinares. No hubo magia, hubo tiempo.

En la ciudad de Buenos Aires, estamos viviendo el proceso de un profundo y positivo cambio educativo. Para poder sostener y concretar los objetivos de mejora propuestos y para que éstos produzcan la mejora académica que los alumnos necesitan, es fundamental que se institucionalice el tiempo para planificar. La variable de ajuste que menos perjudica y que ofrece más beneficios es la del tiempo.

Sería fundamental que febrero y marzo estén blindados para diseñar y que noviembre y diciembre sirvan para evaluar. Una escuela de calidad no es la que tiene más días de clase, sino la que enseña mejor. Y para enseñar mejor, hay que pensar mejor. Y para pensar, se necesita tiempo. Transformar la escuela no empieza sólo con una reforma curricular. Es necesario darle al docente el tiempo que necesita para llevar adelante estos cambios, un tiempo de calidad, cantidad y continuidad. Sin esto, toda reforma educativa corre el riesgo de fracasar. En este momento, la Ciudad está generando un significativo proceso de cambio, serio, inteligente y muy positivo, creo que no deben olvidarse de asignar tiempo real para planificar, modelar, trabajar en equipo, discutir y concretar, de lo contrario habrá un punto débil estratégico que hará peligrar seriamente este intento.

Abogado y profesor – Director general del Colegio Los Robles.

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