“Estoy eufórico con el suceso de Cyrano porque superó todas las expectativas. Es una obra que habíamos pensado para hacer tres meses en el Teatro San Martín y ya vamos por los dos años”, explica sin vueltas Gabriel “Puma” Goity, quien está a punto de subir a escena nuevamente, esta vez durante cuatro semanas en el Teatro Alvear, para representar al noble, inseguro y aventurero espadachín de nariz enorme, junto con un gran elenco. Las cifras son elocuentes: desde 2023, convocó a más de 150 mil espectadores en 200 funciones -récord de asistencia de los últimos años en el Complejo Teatral de Buenos Aires-, cosechó varios premios y se presentó el último verano en el Teatro Tronador de Mar del Plata.
Desde muy chico, la clásica pieza francesa de Edmond Rostand, aquí adaptada y dirigida por Willy Landin, marcó a fuego a Goity. La colorida historia -que el Puma contó muchas veces, pero que no perdió su encanto- empieza mucho antes de ser un reconocido actor de teatro, cine y televisión. La génesis sucedió a los 16 años, cuando su abuelo lo llevó desde la casa familiar de El Palomar al Teatro San Martín a ver la adaptación de Cyrano, protagonizada por Ernesto Bianco, a quien admiraba. Según recuerda, llegó a la sala Martín Coronado con cierto desgano, pero cuando salió del teatro era otra persona. Como una epifanía, fue un antes y un después en su vida.
“Me sentí identificado con el Cyrano, interpretado maravillosamente por Bianco. La función duraba más de cuatro horas, con dos intervalos, pero salí alucinado del teatro y le dije a mi abuelo: ‘Yo voy a hacer Cyrano’, y él me respondió que para eso tenía que ser actor. Así empezó todo”. El siguiente episodio de esta viñeta de realismo mágico ocurrió décadas después, cuando en medio de un homenaje a Ernesto Bianco en el San Martín, Goity decidió ir solito con su alma a hablar con las autoridades del teatro para proponer que repongan la obra. No sucedió de un día para el otro, pero ese impulso repentino terminó por atar los cabos sueltos y por concretar el sueño del pibe. Después de un tiempo, recibió el llamado que había estado esperando toda su vida.
“Me ofrecieron representar la obra por la cual me dediqué al teatro. No lo podía creer, pero también pensé: ‘Ya tengo más de cuarenta años de profesión, estudié mucho, hice decenas de trabajos. ¡Es justicia, lo merezco!’, subraya Goity sin falsa modestia, entre la risa y la emoción. “Este tipo de teatro es popular, formidable y poético, por eso el público aplaude de pie. Porque si en nombre de un clásico se hace un bodrio, está mal; no sirve si no conmueve, sea Hamlet, Cyrano o Romeo y Julieta. Los clásicos no aburren, son clásicos porque perduran. El problema, en todo caso, es la adaptación”.
-¿Te llegaste a obsesionar con el personaje de Cyrano?
-No a ese nivel, pero sí me apasioné. Cuando uno tiene la dicha de hacer algo con amor, no hay horarios. Es 24 por siete. Frente a un clásico, hay que trabajar. No alcanza con ser simpático, tener seguidores, no es para cualquiera. La primera semana de ensayos pensé que no iba a poder lograrlo.
“Ser un chico bueno en la pantalla no tiene nada de gracioso, es previsible y lineal. Los malvados son los personajes más geniales, exquisitos y hermosos para hacer.”
– ¿Por qué?
-Porque lo sentí como un texto hermoso, pero alejado en el sentido de que está en versos. Las primeras líneas dicen: “Cretino, deja a las ninfas en paz, ¿acaso no te pedí que no actuaras más?”. Sentí que no me quedaba. Y pensé: ‘¿Con qué cara le digo a toda la gente a la que vine enloqueciendo con Cyrano que no puedo?’ Por vergüenza seguí adelante, como en la película Rocky, cuando Stallone sale a entrenar fuerte y deja la vida en el boxeo (risas).
-¿Cómo preparaste la parte de esgrima?
-También fue un desafío grande, porque yo no quería imitar a un esgrimista. El público tiene que pensar que Cyrano es un extraordinario esgrimista y soldado. Lo convoqué a Fernando Lúpiz, actor y campeón olímpico. Fue una gran elección, es otro loco, así que nos matamos a fierrazos durante siete meses y lo seguimos haciendo en los ensayos y la obra.
Guiño del destino
La conexión de Goity con Cyrano tiene otro capítulo insospechado. En 1979 el Puma quería estudiar teatro, pero todavía no conocía a nadie del ambiente. Criado en un hogar con una madre maestra y un padre militar retirado, consiguió un trabajo para desempeñarse en la obra social del Ejército en una oscura oficina de un subsuelo. Como si fuera una pirueta del destino, su jefe resultó ser Osvaldo Santoro, que venía de actuar con Bianco en Cyrano, y que estaba ensayando otra obra dirigida por un joven actor que trabajaba en Gas del Estado: Jorge Marrale. “Fui a verlos a un ensayo y ellos me recomendaron estudiar en el Conservatorio Nacional de Arte Dramático. En 1980 hice la colimba y en 1981 entré al Conservatorio”.
-¿Ahí te formaste como actor?
–Definitivamente. Ahí empecé con el teatro independiente. La primera obra que hice fue Salomé, de Oscar Wilde, con Esther Goris como protagonista. Después con Santiago Doria elegimos El alcalde de Zalamea. Yo trabajaba los clásicos con los grupos de estudio y los profesores del Conservatorio nos insistían para hacerlos porque en la vida profesional es más difícil. A los 28 años me atreví a interpretar Rey Lear, también hice Molière, Strindberg, Ibsen.
-¿Y llegaste a formar parte del teatro under de los años ochenta?
-Yo era under del under. Hice teatro a la gorra en parrillas, en restaurantes, en la costa. Con Rubén Szuchmacher tuvimos un grupo de teatro con el que nos presentamos mucho en el Centro Cultural Ricardo Rojas; también nos dedicamos al humor grotesco con Claudio Martínez Bel. Además, iba al Parakultural como espectador para ver a Alejandro Urdapilleta.
-¿Cómo vivieron en tu casa la decisión de ser actor?
-Mis padres se sorprendieron. Si bien en casa se escuchaba mucha música y había buenos libros, no se imaginaban que iba a seguir el camino de la actuación. Pero me vieron tan seguro que también los convencí a ellos. Les respondí con acción y fui a fondo: estudié, trabajé de un montón de cosas para mantenerme, así que no hubo problema. Siempre pude bancar mi pasión.
-¿Sufriste prejuicios de los colegas cuando te volviste popular en la tele?-Para nada. La verdad es que nunca me importó lo que puedan decir tres resentidos en un café porque en realidad eso no es prejuicio; es envidia. Siempre consideré a la televisión como parte de mi oficio. Tanto se ha criticado a la “caja boba” que hoy, cuando ya no existe más ficción en la tele, se la extraña como nunca. Daría todo para que vuelva.
-¿Te considerás un actor todoterreno?
-Sí, adoro ensayar, estar el set de filmación y no espero la aprobación ajena. Cuando un actor dice que no le gusta la comedia, en realidad es porque no le sale. A mí me gusta desde el drama hasta la comedia, y tengo la suerte de poder hacer de todo. Soy como los bodegones.
“La verdad es que nunca me importó lo que puedan decir de mí tres resentidos en un café porque en realidad eso no es prejuicio; es envidia”
-¿Cómo es eso?
-Me encanta ir a bodegones donde preguntás por el menú y te dicen que todo es rico y podés comer sopa, milanesa, pasta o arroz con mariscos. Yo me siento identificado con esa estética amplia, mucho más que con un local que solo se dedica al sushi. En ese sentido, admiro mucho a Gene Hackman, que murió hace poco, un actor laburante con un talento gigante. Hizo todos los roles y transitó todos los géneros, como protagonista o desde un lugar secundario.
-¿Qué requisitos que debe tener una obra para que te sumes?
-El elenco es fundamental. Por supuesto que también me tiene que interesar el guion. El humor chabacano no me gusta mucho, tampoco el humor blanco. Siempre me atrajo más la comedia negra, esa que te deja picado con ganas de más.
Un actor hiperactivo
La entrevista transcurre en la sala teatral del Espacio Cultural Adán Buenosayres, en pleno corazón de Parque Chacabuco, bajo la autopista. En un rato más, el actor participará de un espectáculo de teatro documental dedicado a Ernesto Bianco. Su presencia suscita curiosidad: los técnicos de la sala lo saludan, los chicos le piden selfies. Durante la charla, la sensación de estar frente a un animal del escenario es permanente, como si la entrevista se tocara en algún punto con lo performático. En cada respuesta, utiliza todo el cuerpo: va y viene entre las butacas, remarca palabras, genera climas, gesticula. Adelanta que este año saldrá de gira por el país con el elenco de Cyrano, y que se estrenarán dos series y una película donde él participó.
El actor que personificó al seductor irresistible del “Cuervo” Flores en Un novio para mi mujer o al empresario conservador Emilio Uriarte que se enamora de Laisa (Flor de la V) en Los Roldán, entre tantos papeles recordados, se prepara para interpretar al inescrupuloso abogado Matías Zambrano, ahora separado, con nuevo hogar y con un hijo, siempre frontal y ácido. En estos días se está grabando la cuarta temporada de El encargado, la taquillera serie creada por Mariano Cohn y Gastón Duprat para Disney+, donde se destaca desde el minuto uno el hilarante contrapunto de Zambrano con Eliseo, encarnado por Guillermo Francella. También marca el regreso a fondo del Puma después de su participación acotada en la temporada anterior.
“Ahora tengo una intervención mayor y, aunque se enojen en la plataforma porque no quieren anticipar nada, voy a decir que la serie está más graciosa que nunca. Tenemos enfrentamientos con Eliseo, con muchas idas y vueltas. Está muy alto el tono de la comedia, disfrutamos mucho en el rodaje”, asegura.
-Una de las virtudes de tu personaje, Zambrano, es que es malvado y gracioso a la vez.
-Claro. Cuando creas estos personajes, lo mejor es escarbar en las partes contradictorias. Los profesores de teatro siempre me decían: cuando sos rey, buscá al mendigo y cuando sos mendigo, buscá al rey. Si no es todo de un mismo color. Yo quiero lograr que el espectador diga: ‘¿Y éste ahora por donde va a salir?’. Ahí es cuando te atrapo. Es como cuando el futbolista hace algo inesperado en la cancha.
“Tanto se ha criticado a la ‘caja boba’ que hoy, cuando ya no existe más ficción en la tele, se la extraña como nunca. Daría todo para que vuelva.”
-Quizá ese sea uno de los motivos del éxito de El encargado: no hay buenos, son todos malvados.
-Sí, porque ser un chico bueno en la pantalla no tiene nada de gracioso, es previsible y lineal. Los malvados son los personajes más geniales, exquisitos y hermosos para hacer. Mi ícono es Christoph Waltz en la película Bastardos sin gloria, de Quentin Tarantino. Lo amás y lo odiás al mismo tiempo, te interpela todo el tiempo, es extraordinario.
-La pregunta inevitable de estos días: ¿viste El Eternauta?
-Sí, por supuesto, la vi y me pareció gloriosa, pero además su éxito es un golazo para nuestra industria porque llega a todo el mundo a través de plataformas. Abre posibilidades y trabajo, ahí ganamos todos. Si le va bien a El Eternauta, nos va bien a todos.
-¿Es un momento difícil para los actores o siempre fue complicado?
-Siempre fue complicado. Yo detesto las quejas y al actor que se victimiza. Eso del artista con aureola, que es distinto y por eso hay que tener consideración especial, no me va. Hay que generar la demanda y no exigirla. Cuando un actor se queja, yo le diría: salí a la calle, hacé teatro y contagiá al público con tu propuesta. Yo hice teatro a la gorra. La clave es no victimizarse.
-¿La queja es algo propio de los actores o forma parte de nuestra cultura?
–El argentino se victimiza mucho, eso me tiene agotado. Siempre el enemigo está afuera y la culpa la tiene el otro. Basta de esa actitud. Es muy simple: saludemos al otro, ayudémonos entre nosotros, seamos solidarios. Hay que dejar de quejarse y ocupar espacios, dar batalla, empezar por lo individual hacia lo colectivo, es la única manera de avanzar. La verdadera militancia de hoy es hacer.
Para agendar
Cyrano, de Edmond Rostand, con Gabriel Goity y elenco. Adaptación y dirección: Willy Landin. Funciones: hasta el 15 de junio, jueves a sábados a las 20; domingos a las 19. Sala: Teatro Presidente Alvear (Avenida Corrientes 1659).