Con el paso del tiempo, es común que algunas funciones cognitivas se vean afectadas, y la memoria es una de las que más suele deteriorarse, un proceso vinculado al envejecimiento natural del cerebro, donde la pérdida progresiva de neuronas reduce la capacidad para recordar nombres, hechos o incluso momentos cotidianos. Sin embargo, en los últimos años, la atención de varios investigadores se posicionó en aspectos menos evidentes, como las emociones y los vínculos sociales, y reconocieron que estos elementos pueden jugar un papel fundamental en la aceleración de ese deterioro, lo que amplía la comprensión tradicional sobre cómo envejece la mente.
En relación con esta mirada más integral sobre la pérdida de memoria, una investigación llevada a cabo por la Universidad de Waterloo, en Canadá, identificó otro factor que acelera este deterioro en personas mayores: la soledad. El estudio, que se publicó en julio de 2024, analizó durante seis años a más de 14.000 personas adultas, tanto de mediana edad como mayores, que participaron del Estudio Longitudinal Canadiense sobre el Envejecimiento (CLSA), y a partir de este seguimiento prolongado se pudo observar cómo ciertos factores psicosociales, como el aislamiento o la percepción de soledad, se relacionan de manera directa en la salud de la memoria a lo largo del tiempo.
Entre los principales resultados, los investigadores concluyeron que quienes atravesaban tanto aislamiento social como sentimientos de soledad eran quienes mostraban un deterioro más pronunciado en su memoria. Lo más llamativo fue que, incluso en aquellos casos donde las personas no estaban objetivamente aisladas (es decir que mantenían cierto nivel de interacción social), pero se sentían solas, se evidenció un deterioro significativo, aún mayor que en quienes sí estaban socialmente aisladas, pero no se sentían solas. Estos datos dejan en claro que la vivencia subjetiva del aislamiento, esa percepción emocional de sentirse solo, puede tener un peso mayor sobre la memoria que la cantidad real de vínculos o actividades sociales.
Ji Won Kang, autor principal del trabajo, destacó que la soledad, incluso cuando no va acompañada de aislamiento físico, puede perjudicar seriamente la salud cognitiva. Además, explicó que muchas veces las personas que experimentan soledad enfrentan condiciones estructurales, como problemas de salud o limitaciones en la movilidad, que dificultan su participación plena en la comunidad. Por eso, el estudio recomienda el desarrollo de políticas públicas y programas comunitarios que ayuden a reducir ese sentimiento de soledad, con propuestas que incluyan visitas domiciliarias, servicios de transporte o espacios de encuentro, como forma de cuidar el bienestar emocional y también la memoria de las personas mayores.
Asimismo, según explicaron los investigadores, el aumento del cortisol —conocido como la hormona del estrés—, sumado a una baja estimulación emocional, puede acelerar el deterioro de las funciones cognitivas con el paso del tiempo. En línea con esto, Ji Won Kang expresó: “Fue sorprendente ver que la soledad tuvo un impacto más fuerte que el propio aislamiento social, algo que rara vez se había destacado en investigaciones anteriores”.
En este contexto, para evitar el impacto de la soledad en la memoria, es fundamental fomentar el contacto social frecuente y mantener rutinas que incluyan actividades significativas, ya que estas ayudan a fortalecer los vínculos afectivos y la estimulación mental. Asimismo, es importante mantener el cerebro activo mediante ejercicios cognitivos como la lectura, los juegos de estrategia o el aprendizaje de nuevas habilidades, que contribuyen a preservar la función cerebral. Además, promover entornos donde las personas mayores puedan sentirse valoradas y escuchadas resulta imprescindible para su bienestar integral. Por ejemplo, actividades tan simples como conversar con alguien de confianza, participar en talleres comunitarios o sumarse a grupos de interés pueden marcar una gran diferencia.