“Quiero hablar un segundo de este concepto que han querido instalar de que somos medio viejos. Nos dijeron Nokia 1100. Y justo tuvieron tanta mala suerte, que en el Eternauta se hizo famosa una frase que dice: ‘Ojo que lo viejo funciona’”. En medio de la algarabía amarilla del cierre de campaña, Jorge Macri caracterizó a Pro como un partido tradicional, apenas una década después de haber llegado al poder con el concepto de “cambio” para cerrar doce años de kirchnerismo.
Puso en palabras el tortuoso proceso que vivió el partido desde que el huracán libertario los convirtió en un clásico. Asumió además que su electorado es mayoritariamente adulto y que la exitosa movida juvenil de Pro de hace una década se licuó con la irrupción de La Libertad Avanza (LLA).
Las encuestas han mostrado en los últimos tiempos que el vector de diferenciación entre macristas y libertarios no reside sólo en las formas institucionales o los tonos discursivos, sino en la edad. En el espectro que va del centro a la derecha, los jóvenes (y en especial los varones) votan masivamente por LLA y los adultos por Pro.
Y de hecho parte del activo vigente de los amarillos en la ciudad de Buenos Aires deriva de que la población porteña tiene los indicadores etarios más elevados del país, por la baja natalidad y la alta expectativa de vida (es el único distrito que tiene menos votantes en comparación con la elección pasada). Pero aun así, el 40% del padrón está compuesto por menores de 35 años, por lo cual son muy relevantes.
La constatación más evidente de esa escisión por edades se percibe en las redes sociales, el ámbito natural de los más jóvenes, donde el ecosistema libertario tiene un dominio abrumador y Pro performa incluso peor que el peronismo. Así lo describe Pablo Mandía, director de Rating Streaming, una empresa que se encarga de relevar el consumo de contenidos en redes y en streaming: “El oficialismo representa el 75% del consumo digital de información. La oposición, en especial el peronismo, sólo cobra relevancia en momentos de conflicto, como el que se vivió entre febrero y abril, con la movilización por el discurso en Davos, el criptogate y las marchas de jubilados. Después volvió a su estado natural. Y el macrismo está sin influencia en las redes. Hace mucha televisión, que es como la cartelería, porque cada vez menos gente ve en directo; sólo sirven los cortes para redes”.
Detrás de esta división etaria se esconde una profunda discusión por el sentido de LLA y de Pro, y en el fondo, de la conveniencia de establecer algún tipo de acuerdo, ya quizás no electoral, pero sí de gobernabilidad. Todo esto será puesto en juego hoy.
Quedó claro que el Gobierno interpretó el desdoblamiento electoral porteño como la oportunidad ideal para arrebatarle la hegemonía a Pro. Puso de candidato a una de sus principales figuras, Manuel Adorni, regó el último tramo de anuncios para la clase media y bajó al terreno durante los días decisivos a Javier Milei, quien resolvió suspender su viaje a Roma para la entronización del nuevo Papa.
Un triunfo sería una validación muy notoria del proyecto libertario, pero un desempeño regular volvería a agitar el fantasma de sus dificultades para proyectar sobre los territorios la buena imagen presidencial, para traducir en votos la centralidad de una figura que monopolizó la agenda pública. Sería un golpe proporcional al esfuerzo realizado para ganar.
La Ciudad de Buenos Aires es el distrito donde LLA se siente más cerca de poder gobernar en 2027. No hay ninguna provincia en la que, a esta altura, tenga un candidato en condiciones más favorables de disputar el control local. Además, es el primer gran desafío electoral desde que Milei ganó la Presidencia hace dos años. Es el primer test serio sobre su administración.
Según la consultora Shila Vilker, “hay dos razones principales expuestas por los votantes de Adorni. La mayoría lo apoya porque acompaña a Milei. En los trabajos grupales dicen ‘si hay que bancar, bancamos’, ‘me siento de LLA y por eso lo apoyo’. Después, como un factor más secundario, hay una valoración de la personalidad. A sus votantes les parece serio, inteligente, honesto”. En definitiva, prevalece el concepto de que, como dice el eslogan, “Adorni es Milei”, y en consecuencia la apuesta es a que el votante ponga en la balanza los logros económicos de la gestión; nacionalizar el voto. De hecho el vocero casi no desglosó propuestas para la ciudad, más allá de hablar de la motosierra porteña.
Hay encuestadores, no solo los cercanos al oficialismo, que en los últimos tres días percibieron movimientos en los trackings que podrían beneficiar a Adorni y ponerlo más en línea de competencia con Leandro Santoro por el primer lugar, que con Silvia Lospennato por el segundo. Respondería a una lógica de voto útil y de polarización para vencer al kirchnerismo.
No sería la primera vez que los libertarios se benefician de un corrimiento oculto en los días previos a la elección. Milei ganó así las PASO de 2023, cuando en la última semana pasó de poco más de 20 puntos a los 30 que le permitieron dar el golpe.
Pero la magia de ese elixir también produce su antídoto: hay votantes que se preguntan si es bueno fortalecer tanto a un líder que exhibió inclinaciones hegemónicas y altas dosis de agresividad. ¿Cómo sería un Milei con más poder?
La campaña de Adorni fue ordenada a partir de la sinergia entre el sector de Karina Milei, su mentora, y el de Santiago Caputo, su estratega. A diferencia de lo que ocurrió en las elecciones provinciales, acá no hubo disputas severas entre ellos. Ambos estaban convencidos de que había que enfrentar a Pro, y de que el vocero tenía que encabezar la lista.
Pero la punta del conflicto entre ellos sí emergió en el acto de cierre de la campaña y preanunció turbulencias internas, sobre todo en la provincia de Buenos Aires. En las barrancas de Recoleta se percibió una fuerte tensión entre las fuerzas celestiales santiaguistas encabezadas por el Gordo Dan, uniformados con el color escarlata y los estandartes imperiales, y el ejército de los territoriales, identificados con el operador karinista Sebastián Pareja.
Unos dominan las redes; otros los punteros. De un lado son jóvenes acicalados sin experiencia política; del otro viejos baqueanos reciclados de otras fuerzas. Puede ser una puja por las listas, pero también irrumpe una confrontación por la estética y el sentido del proyecto. Es parte de la disputa entre Caputo y Karina, que incomoda sobremanera a Milei, un conflicto que se le puede estar escapando de las manos.
Los globos amarillos
“Quedar en pie”. Así definió el objetivo de Pro en esta elección el estratega catalán Antoni Gutiérrez-Rubí en las reuniones de seguimiento de campaña. Nunca en sus dos décadas de existencia, el macrismo enfrentó un desafío tan abierto a su hegemonía porteña. Lo que está en juego no es sólo el invicto de diez elecciones consecutivas, sino el sentido y el futuro del partido.
Hay una dificultad que se repite en los principales líderes de los últimos tiempos, que es percibir realidades estáticas en un período histórico en el que todo cambia a una velocidad inalcanzable.
Pro siguió pensando en que su único desafío provenía del progresismo kirchnerista, y no imaginó que podía ser puesto en jaque por otra fuerza de derecha. Entendió que el estancamiento peronista le permitía seguir representando “el cambio” sin cuestionarse qué significado tenía ese término diez años después. Los globos se desinflan si no se le insufla aire nuevo. Hoy podría protagonizar la primera derrota de un oficialismo en las elecciones locales de este año y dejar totalmente abierta la disputa por el gobierno porteño en 2027.
En Uspallata admiten que la decisión de desdoblar la elección fue para evitar un arrastre peor de los libertarios. Si iban unificadas con las nacionales en octubre temían un escenario más adverso. Hay quienes aún hoy cuestionan la decisión porque entienden que al despegarla, el debate giró más sobre la gestión de la ciudad, que no tiene buena percepción.
Así lo detectaron en el propio macrismo. Al reemplazar los viejos timbreos por recorridas en las calles tomaron contacto con unas 110.000 personas, y allí escucharon muchas críticas, en particular por la suciedad en el espacio público y, en menor medida, por la inseguridad.
En un principio hubo una discusión por la cabeza de lista. Jorge Macri quería a María Eugenia Vidal, pero no aceptó, quizás apostando a la senaduría. Lo mismo ocurrió con Fernán Quirós, quien entendió que se venía una contienda muy sangrienta con el Gobierno y no era su perfil de campaña. Finalmente Mauricio Macri coincidió con su primo e impuso la idea de Lospennato.
Quienes estuvieron en la cocina de la campaña amarilla reconocen que el primer tramo fue difícil para la diputada porque no se sentía cómoda como candidata porteña, un ámbito nuevo para ella. Pero las mayores diferencias internas estuvieron en la estrategia respecto de Horacio Rodríguez Larreta, quien generó confusión en su electorado e instaló exitosamente la idea de que en la ciudad “hay olor a pis”. En el campamento de Pro hubo quienes propusieron su expulsión del partido, pero Gutiérrez-Rubí desaconsejó esa idea porque lo victimizaría.
Después de esas turbulencias, en el último tramo Lospennato logró mejorar mucho su nivel de conocimiento a partir de dos hechos. El primero, el rechazo de ficha limpia, que le dio una centralidad que hasta entonces no había tenido. El segundo, el acompañamiento constante de Mauricio Macri para sellar su identidad con Pro.
“El principal vector de adhesión es lo que llamamos el voto camiseta, el que se identifica con el amarillo y que relaciona al partido con la gestión porteña. Sobre el final, se sumaron los atributos personales de Lospennato, a quien la gente empezó a ubicar más, aunque sin terminar de nombrarla. Se referían a ella como ‘esta chica’, o ‘la que está con Macri’”, grafica Vilker.
La diputada fue una obediente ejecutora de la estrategia diseñada en Uspallata y logró encauzar una campaña que había arrancado muy difícil. Se ilusiona con disputar el segundo lugar con Adorni, pero sería una catástrofe que termine en un lejano tercer lugar y mucho peor si la diferencia con Larreta es estrecha. Protagonizaría una sorpresa mayúscula si lograra ganar la elección.
Está claro que del resultado dependerá la correlación de fuerzas entre Pro y LLA en eventuales entendimientos, sobre todo en la provincia. Pero la disputa porteña tuvo un costo muy elevado para la relación entre Macri y Milei. El expresidente está profundamente enojado y desilusionado y es muy difícil imaginar hoy una recomposición del diálogo. El término “fracasados” que utilizó el líder libertario, fue terminal. Ayer se sumó un factor más: el video falso que circuló entre cuentas libertarias en el que, IA mediante, anunciaba que Lospennato se bajaba de su candidatura. Una ruptura manifiesta de cualquier código de respeto al espíritu electoral.
Pero Macri tiene un desafío mayor por delante: verificar si los valores que dice representar Pro siguen teniendo valor. Si la defensa de la institucionalidad y los modos republicanos corren el riesgo de ser desplazados en la percepción social frente a las expectativas de un mayor bienestar económico. Eso sería un problema para él y también para el país.
El cordobesismo porteño
¿Cómo puede ser que en el peor momento del peronismo, el favorito de las encuestas sea el candidato del peronismo? Hay una razón bastante natural: con sólo conservar el 32% de los votos que recogió hace dos años, hoy podría ganar la elección, porque el 49% de Jorge Macri quedó fragmentado y en parte se mudó a LLA, que entonces apenas superó el 13%.
Mantener su volumen de votos tras el retroceso que evidenció el peronismo en todas las elecciones provinciales, también configuraría una sorpresa, sobre todo porque se produciría en un distrito que el PJ no gana desde 1993. Sería la resultante de una postulación que contó con activos significativos. Por un lado, lo que refleja el lema “Santoro es Santoro”, un candidato en apariencia autónomo, no impregnado de padrinazgos nocivos, que viene del radicalismo pero representa al peronismo.
Allí hubo un trabajo afilado de Ana Iparraguirre en la estrategia y de Fernando Sapio en la comunicación. El acto de cierre parecía el de un partido socialdemócrata europeo, sin rastros del peronismo del que tanto rehúyen muchos porteños. Color verde, tipografía cuidada, auditorio de la UBA y un orador sin entorno.
Pero el verdadero artífice fue Juan Manuel Olmos, el hombre que convenció a todos de que lo mejor era ir unidos (pese a las escisiones de Abal Medina y Alejandro Kim), repartir la lista y obedecer la estrategia. Cristina Kirchner aceptó mantenerse al margen, como un aporte a la deskirchnerización de la campaña. No hubo un solo mensaje conflictivo de La Cámpora. Nunca una referencia a la pelea bonaerense.
“Evitamos los clivajes nacionales y las referencias al pasado. Eso estuvo acordado con Cristina. No íbamos a comprarnos problemas ajenos que son tóxicos. Y en eso el desdoblamiento nos ayudó, pudimos porteñizar la campaña”, describe uno de los que están más cerca del candidato.
Emerge con Santoro el sueño del siempre malogrado peronismo porteño de imitar al peronismo cordobesista, que inició José Manuel de la Sota y siguieron Juan Schiaretti y Martín Llaryora. Un peronismo no impregnado de la disputa nacional, con foco en lo local, que no tribute a liderazgos ajenos.
El gran problema de Santoro es que no tiene escenario B. Las encuestas instalaron con tanta nitidez la percepción de que es el ganador más probable, que una derrota, aunque sea por un punto, lo dejaría como un perdedor pleno. No le va a quedar margen para victorias parciales o lecturas alternativas.
El de hoy es el primer gran test electoral después del terremoto de 2023. También es la primera gran prueba para Milei como oficialista. Es además un desafío para el liderazgo de Macri y el sentido de Pro como fuerza política. Y es una oportunidad de resurrección para un peronismo en retroceso. Una simple elección de legisladores porteños se transformó al final en un termómetro anticipado para medir la temperatura social, aunque se trate sólo de una ciudad y de 2,5 millones de votantes.
Por eso habrá que saber interpretar también los mensajes cifrados que dejan las urnas. La asistencia, el nivel de dispersión del voto, las razones para optar por cada candidato, y el impacto real en la discusión nacional. Es probable que haya una sobrevaluación de los resultados cuantitativos, y una subvaloración de los datos cualitativos, aquellos que las sociedades emiten silenciosamente.