La Infanta Isabel en Buenos Aires: la enviada real que causó revuelo y marcó los festejos del Centenario

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Pura sonrisa. La Infanta, junto a Figueroa Alcorta, en el carruaje presidencial (Archivo General de la Nación)

Cuando a la figura más carismática y popular de la casa real española le ofrecieron viajar a Argentina en lugar de su sobrino, el rey Alfonso XIII -nunca un monarca español había viajado a América- su respuesta causó sorpresa: pidió unos días para pensarlo.

Conocida popularmente como “la Chata”, por su nariz un tanto aplastada, la Infanta Isabel de Borbón, si bien carecía de relevancia política, era dueña de una increíble popularidad. A lo largo de los años esta madrileña de 58 años, quien encabezó en dos oportunidades la línea sucesoria al trono, demostró extraordinarias dotes de embajadora itinerante, sumadas a sus cualidades de buena gente, de promotora de artistas y siempre dispuesta a tender una mano.

Cuando en marzo de 1910 se anunció que ella estaría en las conmemoraciones por el centenario de la Revolución de Mayo, todo fue ansiedad y expectativa en Buenos Aires.

Para 1910, Argentina era un país moderno. Con casi ocho millones de habitantes hubo una extraordinaria expansión del comercio exterior, donde las exportaciones se multiplicaron por tres entre 1900 y 1910. Poseía 24 millones de hectáreas sembradas, y la red ferroviaria, de 732 kilómetros en 1870, ya tenía 28 mil kilómetros y una fuerte inversión en educación.

Sobre avenida Alvear, la residencia que ocupó la Infanta. En ese lugar se levanta el actual Palacio Duhau (Caras y Caretas)

Y si el país crecía, la capital también tenía lo suyo. En 1905 se había inaugurado el edificio del Congreso, en 1908 el magnífico Teatro Colón y otros edificios estaban en vías de construcción, como el Palacio de Tribunales. A la par, se reformaron y repararon la Catedral metropolitana, y las iglesias de Santo Domingo y San Francisco. La clase más pudiente competía por encargar a arquitectos italianos y franceses las mansiones y palacios más ostentosos.

La capital, que explotaba de gente -con 1.270.000 de habitantes, con mayoría de inmigrantes- experimentaba signos de modernidad, como la electricidad, el auge del tranvía que conectaba la ciudad con los suburbios, el aumento del número de automóviles, la pavimentación de calles, la extensión de los servicios públicos y el auge de un puerto desde no solo partían mercaderías hacia el exterior, sino que llegaban oleadas de extranjeros con el sueño de “hacerse la América”.

Uno de los lugares que visitó fue la Sociedad Rural. Pidió conocer además una estancia (Archivo General de la Nación)

Desde 1906, gobernaba el país el abogado cordobés de 49 años José Figueroa Alcorta por la muerte del presidente Manuel Quintana. El 10 de marzo de 1910 se habían celebrado elecciones presidenciales, resultando ganador el binomio Roque Sáenz Peña – Victorino de la Plaza, que asumiría el 12 de octubre.

Las tensiones sociales, producto de la situación que vivían los sectores más postergados, estaban a la orden del día, especialmente las protestas anarquistas. Los salarios registraban, desde 1880, un progresivo aumento, pero había profundas diferencias en la distribución del ingreso, sumado a la excesiva concentración de inmigrantes sin trabajo que vivían en la indigencia. Ya lo había advertido Carlos Pellegrini en 1905 cuando señaló que los salarios que se pagaban eran escasos comparados con el costo de vida.

El multitudinario desfile por la avenida de Mayo, engalanada para la ocasión (Archivo General de la Nación)

Aún estaba fresco el recuerdo de la violenta represión de Plaza Lorea del 1 de mayo del año anterior. Había actos, manifestaciones, atentados y huelgas, como los de los galponistas, que buscaron entorpecer las obras para recibir el centenario.

La visitante

Nació como María Isabel Francisca de Asís de Borbón y Borbón y era hija de Isabel II de Borbón y de Francisco de Asís de Borbón. Fue la primogénita y como el hermano varón no aparecía, ella fue nombrada Princesa de Asturias y sucesora del trono. Pero en 1857 nació su hermano Alfonso y ella pasó de princesa a infanta.

Un poco para levantar la imagen de la monarquía, la familia real recorrió España entre 1858 y 1866, años en los que Isabel aprendió de etiqueta y a moverse en diversos círculos.

La casaron con el príncipe napolitano Cayetano de Borbón Dos Sicilias y Habsburgo conde de Girgenti. Su luna de miel no la olvidaría jamás: en septiembre de 1868 una revolución terminó con la monarquía y su esposo manifestaba sus primeras señales de epilepsia, enfermedad que se agravó con el tiempo. Terminó suicidándose en 1871 en su estudio de un tiro en la cabeza. La infanta, que tenía 20 años, estaba en la sala contigua. Nunca volvería a contraer nupcias.

Al frente y en medio del gabinete nacional en pleno, la infanta Isabel de Borbón participó de los actos conmemorativos

En diciembre de 1874 su hermano Alfonso XII ascendió al trono y, como no venía la descendencia, ella volvió a estar en el primer lugar para sucederlo, pero en 1880 nació María Cristina. Alfonso XII fallecería a los 27 años de tuberculosis y el hijo al que no llegó a conocer, se transformaría en el rey Alfonso XIII. Y su sobrina, una eficaz embajadora.

Al aceptar representar a España en nuestro país, fue despedida en Madrid con todos los honores, y el 1 de mayo partió en tren a Cádiz, donde abordó el buque Alfonso XII, comandado por el capitán Deschamps, que la traería al Río de la Plata. El 18 de mayo llegó a la dársena norte del puerto de Buenos Aires, recibiendo la bienvenida de naves argentinas.

El clima social no era el mejor. Días antes, con el propósito de enturbiar el ánimo festivo patrio, hubo una huelga general en protesta por la ley de Residencia, que habilitaba la expulsión de extranjeros sin proceso previo. Hubo razzias contra anarquistas, se prohibieron sus publicaciones y se instauró el estado de sitio. Había sido multitudinario el acto que los socialistas habían hecho el 1 de mayo en Plaza Constitución, y sus oradores alentaban a prender fuego a la ciudad.

Grupos nacionalistas exigían al jefe de policía que ejecutase a los anarquistas que mantenía detenidos, y que si no lo hacía, era porque era un “cobarde”.

Pasando revista, en Plaza de Mayo, a las tropas que participarían del desfile (Caras y Caretas)

Al atracar, subió a cubierta el intendente porteño Manuel Güiraldes, y descendió con la ilustre visitante del brazo, mientras se ejecutaba la marcha real española, entre vivas a ella y al rey de España.

Los diarios calcularon que se habían dado cita en el puerto unas 300 mil personas, y que la manifestación había sido “colosal”.

Ese miércoles 18 el día era especialmente primaveral. En el muelle la esperaba el presidente José Figueroa Alcorta junto a su gabinete. Juntos, en el carruaje presidencial, enfilaron hacia la Casa Rosada, mientras la gente corría a la par, pujando por verla, y los balcones, embanderados con las enseñas argentinas y españolas, estaban atiborrados de gente que no quería perderse el paso de la visitante.

Luego se dirigió donde se alojaría, en la residencia del alemán Teodoro De Bary, casado con María Fidela Mackinlay. Ubicada en avenida Alvear 1657, había sido construida en 1898 y fue demolida en 1933. Allí se levanta el Palacio Duhau. El matrimonio aprovechó para irse de viaje y los aposentos que ocuparía la visitante se los redecoró según la ocasión.

Frente a esa residencia todos los días los españoles que vivían en el país pugnaban por verla y saludarla.

Cumplió una apretada agenda que incluyó una visita al Hospital Español, al Club Español y a la Sociedad Española de Beneficencia. Y si bien recorrió el predio de la Sociedad Rural, pidió conocer una estancia. Estuvo en la de los Pereyra Iraola.

En el medio, recepciones, un té en lo de los Uriburu y baile en lo de los Sansinena y, tal vez con la excusa de dejar abierto un concurso hípico internacional en sus jardines, fue a bailar el tango al Palacio de las Rosas, el primer local donde se permitió el baile en público, en lo que hoy es avenida del Libertador y Tagle. Al lado estaba el cabaret Armenonville.

Del brazo del presidente argentino Figueroa Alacorta. Ya se habían celebrado elecciones y en octubre entregaría el poder a Roque Sáenz Peña (Archivo General de la Nación)

El miércoles 25, a las 9 de la mañana, en la Plaza del Congreso, se cantó el himno, con la presencia de múltiples delegaciones de escolares, que aguardaron horas formados. Al mediodía fue el Te Deum en la Catedral y luego el desfile de unos 20 mil hombres, tanto de nuestro país como extranjeros. Todos esperaron el atardecer cuando se preparó una iluminación especial de la ciudad, fundamentalmente el Congreso, Plaza de Mayo y la calle Florida.

La Infanta Isabel pasó revista a las tropas en la Plaza de Mayo y estuvo escoltada, de un lado por el presidente Figueroa Alcorta y del otro por el chileno Pedro Montt, quien había llegado al país en tren, mientras caminó por la avenida de Mayo.

Porque no era la única visitante extranjera, sino que muchos países, como Italia, representada por el embajador Ferdinando Martini; Francia, Alemania, con el general von der Goltz a la cabeza, Austria, Estados Unidos y varias naciones sudamericanas estuvieron presentes. Inglaterra iba a enviar una delegación pero la muerte del rey Eduardo VII, fallecido el 6 de mayo, trastocó los planes.

Por la noche de ese día, se presentó Rigoletto en el Teatro Colón, una de las óperas preferidas de los argentinos.

La infante puso la piedra al Monumento a los Españoles -los italianos harían lo propio con el monumento a Colón y los británicos con la torre que está en Retiro- y visitó el Jockey Club. En la exposición ferroviaria montada en Palermo, el cantante Ignacio Corsini interpretó “El carretero” y además le dedicaron un vals compuesto para la ocasión titulado “Siempre amable”.

El 26 le organizaron una recepción en el Congreso, donde inauguró un busto de Bernardo O’Higgins y el 4 de junio fue la despedida del país. Antes de irse, regaló a cada una de las damas de la sociedad que siempre la acompañaron, una pulsera que tenía la inicial “i” en rubíes, y ella fue obsequiada con cuatro caballos criollos.

Bautizada aquí como “la madre de la patria”, a su regreso de “su más glorioso viaje”, como lo describieron e España, continuó cumpliendo con sus deberes protocolares y en 1924 fue nombrada alcaldesa honoraria perpetua de Segovia. Por 1930 le diagnosticaron arterioesclerosis y decayó notablemente.

Cuando cayó el reinado de su sobrino y asumió la Segunda República, toda la familia real debió partir al exilio. Hicieron una excepción con ella y le permitieron quedarse en el país. Sin embargo, partió a París donde vivió en una residencia de monjas. Falleció en esa ciudad el 23 de abril de 1931.

Sesenta años después el rey Juan Carlos I repatrió los restos de su tía. En la Colegiata de la Granja de San Idelfonso, descansa esa dama de nariz un tanto respingada y que fue una de las figuras del centenario.

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