“El fallecimiento de Yuri Grigorovich marca el final de una era para el ballet mundial, y para mí, representa la partida de una figura que, directa o indirectamente, tuvo un papel clave en mi desarrollo como artista», dice el primer bailarín del American Ballet Herman Cornejo, desde Nueva York, tras conocerse la noticia de la muerte del coreógrafo ruso, este lunes, a los 98 años. Como él, decenas de artistas en el mundo dijeron adiós con recuerdos, anécdotas y palabras de homenaje para el hombre que marcó el ballet ruso de la segunda mitad del siglo XX.
En las redes sociales, por ejemplo, se multiplicaron las fotografías de quienes tuvieron la oportunidad de cruzarse en su carrera con el director, como Silvina Perillo y Luis Ortigoza de la Argentina, o Denis Rodkin en Rusia, por mencionar distintas generaciones que despidieron a un maestro que será recordado por sus creaciones tanto como por su rigurosidad.
“En 1997, gané la medalla de oro en el Concurso Internacional de Ballet de Moscú bajo su dirección. Ese momento fue un hito en mi carrera, no solo por el reconocimiento, sino por lo que significaba ser visto y valorado por una figura como él”, continúa Cornejo. En 2005, fui nominado al Premio Benois de la Danse, y a pesar de haber recibido el voto de cuatro de los seis jurados, Yuri decidió que el premio debía ir a otro bailarín. En ese momento, aunque fue doloroso, entendí que las decisiones de un maestro como él estaban guiadas por una visión artística mayor. Nueve años después, en 2014, volví a ser nominado y finalmente recibí el premio“.
Con una mirada retrospectiva, el argentino reconoce hoy que la “exigencia, el criterio y la influencia” de Grigorovich formaron parte esencial de su crecimiento como artista. “Su legado es inmenso, no sólo por las obras monumentales que creó, sino por cómo supo moldear generaciones de bailarines con un rigor que desafiaba y elevaba”, para finalmente mensurar que “su huella está en los grandes escenarios del mundo, pero también en los detalles íntimos de nuestras carreras”.
Desde España, Igor Yebra advierte la complejidad de las relaciones artísticas y políticas que confluyen en una misma figura de la talla de Yuri Grigorovich. “Llevó el Bolshoi con autoridad y mano de hierro: lo que pedía tenía que hacerse y ya”, recuerda él, que ha marcado un hito en su carrera al haberse convertido en el primer bailarín no ruso en asumir uno de los roles más emblemáticos del coreógrafo, el de Iván el Terrible, en el Palacio Estatal del Kremlin, ante 6000 espectadores, en 2004.
“Era un gran profesional y pedía lo mismo de la gente con la que trabajaba; cada ballet que coreografió le llevaba años de estudio previo. Fue admirado y temido, quizás por eso cuando le quitaron la dirección del Bolshoi durante años sus obras se sacaron del repertorio de la que fue su casa, y lo hizo curiosamente quien con su obra, Espartaco, adquirió una visibilidad mundial: Vladimir Vasiliev», recuerda Yebra aquellos avatares en el cambio de dirección del ballet del gran teatro de Moscú, tras tres décadas de conducción del primero (desde 1964) y el traspaso, en 1995, a manos del segundo.
Su trato cercano con Grigorovich también le permite a Yebra señalar que el maestro ruso tuvo detrás una gran mujer, otra de las estrellas de aquella época, que “le ayudaba enormemente a calmar el temperamento y cuidar las relaciones: Natalia Bessmertnova”. Y para ilustrarlo, acude en su memoria a una viñeta de aquellos días en Rusia preparando Iván -del mismo coreógrafo hizo también Romeo y Julieta-. “Una vez, después de un ensayo en casa de ellos, no paraba de hablarme del ballet (con traductor claro) hasta que ella le dijo ‘se terminó’, que yo había estado todo el día ensayando y que tenía que comer. Entonces me agarró de la mano, me llevó a la cocina y preparó los huevos fritos más entrañables que recuerde, mientras él quedó en el salón con su vaso de vodka, por supuesto”.
Finalmente, Yebra -que dirigió el Ballet Nacional del Sodre en Uruguay y actualmente continúa con la conducción de su propia escuela en Bilbao- se apena porque el repertorio de Grigorovich no haya “viajado”, a excepción del Bolshoi y alguna compañía local, temiendo que probablemente se pierda.