En pleno boom del “Nadie se salva solo”, un concepto extraído de la serie del momento, El Eternauta, y que denota que detrás de todo logro hay un trabajo mancomunado, Carolina Kopelioff pareciera ser un bastión de esa idea. Es que su bajo perfil, su elasticidad artística para tocar a la vez las más diversas cuerdas de la actuación y su talento probado para no desentonar frente a ninguna estrella la convierten en una pieza fundamental para contar cualquier historia con contundencia, credibilidad y emoción.
En su pasado inmediato, la exprotagonista de Soy Luna apuntaló desde roles secundarios series como Cris Miró (Ella), Cromañón y Un león en el bosque, pero también supo ser reparto del exigente musical Aladín, será genial y protagonizó en cine Virgen rosa junto a Juana Viale. Hoy, a sus 28 años, es quien se le planta al mismísimo Julio Chávez como una hija enojada en la obra La ballena, una de las grandes apuestas de la abarrotada cartelera teatral porteña. Y pese a que la marquesina del Paseo La Plaza solo muestra el impactante cuerpo del personaje principal, es ella con sus sólidas intervenciones quien certifica que en ese escenario de la sala Pablo Picasso, las actuaciones, el drama y el dolor, van en serio.
-¿Cómo llegaste a La ballena?
-Por casting. Mi representante me dijo que estaba la audición de la nueva obra de Julio Chávez y me interesó. Fueron tres instancias de audición. Primero un monólogo, después una de las escenas con el personaje del que trae la palabra de Dios y después una a solas con Julio, quien estuvo presente en toda esa jornada de audiciones. Éramos ocho chicas y ocho chicos, todos juntos ahí esperando. Todos talentosos, pero en esos momentos es donde te das cuenta que cada uno tiene una particularidad y que no somos todos para todos los personajes.
-¿Ya habías trabajado con Chávez?
-No, nunca. Y eso me entusiasmaba por sobre todo. Reconozco que en nuestro primer encuentro en escena estaba muy nerviosa. Siempre me pongo nerviosa, la pasó mal y disfruto a la vez, pero con Julio enfrente todo se multiplicó. Pasamos la letra, hicimos una buena escena y lo sentí muy generoso como compañero.
-¿Una audición de semejante magnitud, requiere mucha preparación?
-Siempre preparo mis audiciones con anticipación y con alguien. Nunca trabajo sola. No puedo ir a una audición sin haber elaborado el personaje antes. Justo se dio que en ese momento estaba pelirroja, así que me asemejaba mucho al personaje de la película. Fui lookeada con un jean y un buzo grande, y para mi sorpresa ese mismo día me confirmaron el papel. Había visto la película y me sirvió. Tengo entendido que hubo compañeros que no la vieron. Pero vale aclarar que esto es una obra de teatro que después se hizo película.
-¿Cómo se acopla una actriz de tu edad a una maquinaria encabezada por una celebridad como Julio Chávez?
-No lo pienso tanto desde lo personal. Siento que somos un montón de personas que venimos de diferentes lugares, cada uno con su formación, experiencia, y nos unimos para una causa común, que en este caso es La ballena. Desde el primer ensayo sentí que cada uno aportaba lo que traía. Claro, Julio además de ser la máxima figura, tiene algo muy de maestro que aporta mucho más y nutre al resto. Entonces el proceso se volvió además un aprendizaje. A Laura Oliva ya la considero una amiga, Máximo (Meyer) es zarpado como actor y Emilia (Mazer) tiene mucha experiencia teatral y televisiva.
-Si bien Ricky Pashkus es el director general, Chávez además es maestro de actores. ¿Cómo se trabaja con dos miradas tan potentes?
-Ellos se conocen y se entienden mucho. Y a la hora de dirigir, cada uno ocupa un rol y no se superponen. Julio tiene una mirada súper minuciosa sobre el escenario, obviamente en lo referido a la actuación, y Ricky tiene una mirada un poco más global, de la obra en sí. Conforman una dupla de trabajo complementaria. Así, los que ganamos somos los actores.
-A nivel actoral, ¿cuándo se le empieza a faltar el respeto a los ídolos?
-Liberarse y “faltarle el respeto” en lo actoral a esa institución que tenés enfrente para mí es la clave, porque si no lo hacés, tu cabeza está en otro lugar, que no es la obra, y esa admiración y respeto los transmitís en una actuación que queda tibia. Mi personaje es Ellie, su hija enojada. Tengo que olvidarme de quién es Julio en la vida real y enfatizar el libro con mis recursos, enojos, etcétera. Cuando el actor se ubica a la altura de sus ídolos, la que crece es la obra.
Recomenzar
Decir que la carrera de Carolina Kopelioff fue meteórica no es caer en un lugar común, sino una descripción de su historia. Kopelioff debutó en Soy Luna en 2016, a sus jóvenes 19 años, y si bien Disney se encargó de propagar su rostro por casi todo el planeta, su búsqueda artística fue la que la decidió a bajarse de la ola teen, volver a foja cero y reconstruir todo desde un cierto anonimato adulto.
-Tu historia con la actuación comienza de muy chiquita.
-Mis padres me anotaron desde jardín en un colegio orientado al arte. Por lo cual, no podía tener otro futuro más que este. Mi mamá es psicóloga y mi padre es arquitecto, pero se les dio por ese jardín y aquí estoy. También fui muy deportista. Soy federada en hockey sobre césped y a su vez, siempre hice teatro, danza y canto por fuera del colegio.
-¿Tus primeros maestros?
-Comencé en la escuela de Hugo Midón y crecí viendo obras como Vivitos y coleando y Derechos torcidos. Era muy chiquita y decía: “Yo quiero estar ahí”. Después fui a una escuela de comedia musical llamada Caleidoscopio y a los 10 empecé con Nora Moseinco. Estudié danza clásica, contemporánea. En un momento también fui a la UNA. Y si bien era muy chica, desde que tengo uso de razón, tomé el estudio siempre con responsabilidad.
-Antes de entrar en Soy Luna, ¿cómo manejaste los primeros “no” de los casting?
-Me bajoneaba pero me reiniciaba rápido. Después con el tiempo los agradecí. Cuando uno es chico quiere trabajar, y de grande entendés que de chico tal vez lo mejor es estudiar y no trabajar. Porque cuando comenzás con la actividad, te das cuenta que te lleva toda la energía. Entre los “no” que recibía y que mis viejos no querían que trabaje, terminé debutando en Soy Luna, a mis 19 años.
-¿Imaginabas semejante éxito?
-Luego del primer casting empezó una rueda de mil etapas. Fue una locura. En mi caso no pensé que sería para un personaje tan importante como la mejor amiga de la protagonista. Igualmente entendimos qué nos venía cuando nos llevaron a ver lo que pasaba con Violetta. Grabamos la primera temporada a ciegas, sin salir al aire y entre la segunda y tercera temporada hubo una gira en el medio donde entendimos la locura que generábamos.
-Tu vida cambió de un día para el otro.
-Cada capítulo que se emitía, mi Instagram explotaba de seguidores. Al principio no entendía en qué podían repercutirme tantos seguidores. Me escribían de diversos países, salía del estudio de grabación y había gente esperándome. Cuando vi que la locura de mis redes se replicaba en mi vida cotidiana, tomé dimensión de lo fuerte del mundo virtual.
-¿En quiénes te apoyaste para resistir ese proceso?
-En los actores más grandes. Escuchar a Roberto Carnaghi, Lucila Gandolfo y Caro Ibarra fue importante. Ezequiel Rodríguez, que hacía de mi papá, también. Tenía muchas escenas con él y le preguntaba todo. Fue un maestro para mí. Después mis padres, mis amigas de siempre. Igual yo mantuve mi vida de siempre. Claro que te recomiendan cambiar algunos hábitos, como no salir en horario de salida de colegios o shoppings durante los fines de semana. Una vez nos mandamos cualquiera con Male (Ratner) y Anita (Jara Martínez) y nos fuimos a ver Moana al cine, que justo estrenaba. Las tres solas. Fue un caos. ¿Por qué hicimos eso? Una inconsciencia total.
“Es fácil creértela”
-Últimamente se habló de la poca contención que tuvieron muchos chicos surgidos de tiras infantiles. ¿En tu caso?
-Teníamos un psicólogo, pero depende también de cada uno; de cómo afrontás eso que estás viviendo. Reconozco que es fuerte. Que vengan chicos y te muestren tatuajes con tu nombre, que te regalen todo tipo de objetos… Una vez me llegó de regalo una cámara de fotos muy cara. De un anónimo. Lo importante es no alejarse de la familia y de los amigos de siempre. Porque es fácil creértela.
-En el último tiempo te convertiste en actriz dramática. No es fácil dejar un público asegurado para incursionar en géneros desconocidos.
-Es una búsqueda también. Hay cosas que se dan en momentos de la vida porque uno da para eso, como en el caso de Soy Luna y el musical Aladín, será genial. Ahora hice En el barro y tengo escenas que nunca las podría haber hecho cuando comencé a trabajar. Tampoco podría haber participado de Cromañón si no hubiese pasado por la escuela de Soy Luna.
En tus últimas series, abordaste dramas como los de Cris Miró, Cromañón y el autismo en Un león en el bosque. ¿Cuánta preparación hay para llegar al tono justo del personaje?
-Muchísima. En el caso de Cris Miró, su historia me interesaba mucho. Y aunque tuve un papel muy menor, que al principio era más destacado, igual quise hacerlo. Me encanta poner mi granito de arena cuando siento que la historia merece ser contada. Lo mismo con la masacre de Cromañón. Mucho estudio, mucha investigación, charla con sobrevivientes, ver documentales… Mi personaje es el que está en el baño, un lugar polémico, donde dicen que no funcionaba como guardería pero había niños. Fue una actuación muy difícil y muy dura. Y el autismo es un tema muy de época y poder contarlo con la historia de León, en Pinamar y con ese grupo hermoso, me pareció un planazo.
-Argentina está en crisis audiovisual. ¿Nunca te interesó aprovechar el efecto Soy Luna y probar suerte en otro país?
-Tengo representantes en España y México, y sé que esas puertas están siempre abiertas. Pero ahora con los autocastings no hace falta irte a ningún lado. Me pasó de ir a Madrid a hacer un casting presencial y volver. Claro que estoy abierta a trabajar afuera, de hecho estuve tres meses en Países Bajos filmando la serie de Máxima Zorreguieta. Pero no me iría a vivir a otro país. Me encanta vivir en la Argentina y es espectacular la movida artística que tenemos, sobre todo en teatro.
-¿Un sueño?
–Filmar con Almodóvar sería uno. Ahora tengo muchas ganas de hacer cine de nuevo. Acabo de cumplir algunos pero ya no sé qué puedo decir y qué no por contrato. De hecho creo que lo de Máxima no podía decirlo. Pero estar en Países Bajos haciendo de la realeza fue un sueño.
Para agendar
La ballena. Funciones: jueves y viernes 20hs. Sábados 19.30 y domingos a las 19. Sala: Paseo La Plaza (Av. Corrientes 1660).