Un canto de amor a la física cuántica y sus misterios más profundos

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El tema aparente de este nuevo libro del físico y divulgador italiano Carlo Rovelli (Verona, 1956) son los agujeros blancos, en principio objetos puramente matemáticos que serían la contrapartida de los agujeros negros y en lugar de engullir materia, como aquellos, la expulsarían. Los agujeros negros también nacieron así, tan abstractos que hasta hace unos veinte años nadie los había visto y eran meramente el resultado de ecuaciones. Pero desde entonces corrieron evidencias bajo el puente y hay incluso fotografías del horizonte de los agujeros negros, ya que no de su torbellino interior. Los blancos, en cambio, siguen todavía sujetos a discusiones sobre su exacta naturaleza; en la teoría, son como los negros, pero con el tiempo invertido.

Sin embargo, el talento de Rovelli hace que haya otros temas apenas ocultos Agujeros blancos. Dentro del horizonte: cómo se debe hacer divulgación; cuál es la esencia de ser científico, lo que cuesta y sus gratificaciones; cómo hablar de Dante Alighieri, dejarse guiar por él, en medio de los más oscuros misterios del universo. Hablar de la más compleja física, para hablar de la más sencilla humanidad. Todo en poco más de cien páginas.

No es la primera vez que Rovelli logra síntesis, ciencia, poesía, humanidad y misterio. De hecho, su salto al estrellato internacional desde las inesperadas páginas del diario italiano Il Sole 24 Ore fue con su incomparable Siete breves lecciones de física, obra de 2014 escrita para “los que desconocen la ciencia moderna o la conocen poco”, en la que resumía cien años de investigaciones en un pequeño volumen. Con eso consiguió un éxito extraordinario: traducciones a decenas de idiomas e ingreso en listas de best-sellers con más de un millón de ejemplares vendidos.

Una década después, con Agujeros blancos, en cambio, Rovelli toma un riesgo que no había tomado antes (tampoco en el previo Helgoland, de 2022): contar un asunto de ribetes sumamente técnicos en el que, al mismo tiempo, está involucrado como investigador de frontera. Es la historia de una aventura en curso. Junto con Hal Haggard (ambos de la Universidad de Aix-Marsella, en Francia), Rovelli publicó en 2015 el paper científico en el que ambos científicos proponían que los agujeros blancos provenían de los agujeros negros a través de un cierto efecto rebote. El libro desanda esa historia del descubrimiento con Hal en un pizarrón universitario, el placer que se siente en el cuerpo ante el hallazgo, la narración de cómo se llegó hasta él y qué podría pasar en el futuro si se llegara a confirmar. Y lo hace prescindiendo de los detalles para los dos tipos de lectores que tiene en mente, el que sabe todo de física y el que no sabe nada: “Para ambos voy al grano: a quien no sabe nada de física supongo que le interesa solo lo esencial; los detalles son una carga inútil. Quien conoce los detalles no querrá seguramente que se los repitan”.

Para ello, las ecuaciones de Einstein son una buena guía –tanto como el poeta latino Virgilio, “tu guía, tu señor y tu maestro”– porque todas las predicciones del físico alemán pudieron ser verificadas en los últimos cien años, incluso las más inesperadas y contrarias al sentido común. En un momento, sin embargo, puede producirse una discontinuidad en el espacio-tiempo: los eventos de la naturaleza, sostiene Rovelli, no son siempre imaginables como inmersos en el espacio y en el tiempo.

En ese vaivén entre teoría, historia y lo que le sucede al autor (en tanto investigador y en tanto escritor que rinde cuenta de lo que le pasa a su yo investigador), Rovelli explica seguidamente por qué a él antes que nadie le resultan interesantes los agujeros blancos. En medio de una tercera persona ahistórica, salta y dice que se ha pasado “la vida tratando de comprender precisamente los aspectos cuánticos del espacio y del tiempo (…) Ese es mi gran amor”. “Conozco las señales de la antigua llama. En el fondo del agujero negro la veo centellar”, agrega. Esta estrategia narrativa –con minúsculos toques a la Saramago incluidos– vuelve en bucle: “Releo estas líneas en la enésima revisión, estoy en Verona, en la plaza que lleva el nombre del poeta. ante mí, su austera estatua. Estoy sentado en los escalones de la logia de Fray giocondo. Aquí vi por primera vez a mi primer amor”.

Agujeros blancos, queda dicho, no prescinde de la física más compleja, con libertad para que el lector, con permiso del autor, se saltee páginas donde la técnica física se olvida de las necesidades de que la narración fluya. Así pasan detalles sobre las ideas einsteinianas, sus ecuaciones y la zona singular donde podrían dejar de funcionar (he ahí la discontinuidad); los aportes de Stephen Hawking a la naturaleza de las cosas que sí podrían salir de los agujeros negros; la encarnizada discusión entre los físicos actuales acerca de la cantidad de información que contienen los agujeros negros y la gravedad cuántica de bucles.

El libro termina con reflexiones acerca del sentido de la vida según un anciano sioux, que es tanto una forma de “dirigirnos con un canto a todas las cosas que nos encontramos” como la apelación típica de los científicos sobre las implicancias de su teoría: en este caso, la resolución de uno de los grandes misterios de la física actual, como es la naturaleza de la materia oscura, que podría “estar constituida por millones y millones de estos pequeños y delicados agujeros blancos, que invierten el tiempo de los agujeros negros, pero no demasiado, y flotan leves en el universo, como libélulas”.

Agujeros blancos

Por Carlo Rovelli

Anagrama. Trad.: Pilar González Rodríguez

135 páginas, $ 27.500

Siete breves lecciones de física

Por Carlo Rovelli

Anagrama. Trad.: F. Ramos Mena

97 páginas, $ 17.000

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