En 1789 se inicia la Revolución Francesa que cuestiona el poder de la monarquía. En la Asamblea General, el rey se ubica en medio de la sala. Quienes lo apoyan se sientan a su derecha y quienes se oponen, a su izquierda. De allí surgen los términos derecha e izquierda.
Como el rey representa el poder concentrado, no resulta lógico llamar derecha al liberalismo. Se considera que la posición de derecha busca la permanencia del orden, un progreso paulatino dentro de un orden social heredado, y sus valores son la jerarquía, el deber, la tradición, el libre mercado y el nacionalismo. La derecha se ubica en un modelo de tinte más o menos autoritario pues pretende establecer un orden que evite la lucha de clases del marxismo.
El liberalismo no entra en el debate colectivista de izquierdas y derecha, pues centra su atención en cada individuo de la sociedad. Si éste es oprimido por las decisiones que toma alguien o un grupo determinado, acude a limitar tal poder, bregando por el respeto a la diversidad en el marco de instituciones fuertes, resultantes éstas de la acción humana en el tiempo, pero nunca de la ejecución del designio humano. Norberto Bobbio dice: “Por liberalismo se entiende una determinada concepción del Estado, la concepción según la cual el Estado tiene poderes y funciones limitadas, y como tal se contrapone tanto al Estado absoluto como al Estado que hoy llamamos social”.
El liberalismo clásico proviene de la burguesía europea de los siglos XVII y XVIII y de su lucha contra el absolutismo monárquico y los privilegios aristocráticos; defiende la no intromisión del poder del rey en los asuntos civiles, la libertad de culto y el ejercicio político y el económico. Arranca con Adam Smith y su núcleo no es la exaltación del mercado, sino la defensa del individuo como sujeto responsable y la desconfianza hacia toda concentración de poder. E identifica la riqueza de la nación con el producto nacional, en lugar de hacerlo con la tesorería del rey o del Estado. “Es la prodigalidad y la mala conducta pública, jamás la de los particulares, las que empobrecen a una nación” escribe Smith.
El liberalismo clásico no es “individualista” en el sentido de antisocial. Por el contrario, su objetivo es poner límites al poder del Estado para impedir cualquier límite a la vida social. Su individualismo es ante todo epistemológico y metodológico: sólo las personas tienen la capacidad de obrar, y de obrar libremente, en contra de la idea del sujeto colectivo. “La actitud fundamental del verdadero individualismo es la humildad –afirma F. Hayek– hacia los procesos mediante los cuales la humanidad ha logrado cosas que no han sido concebidas ni entendidas por ningún individuo.”
Con la escuela austríaca, la libertad toma relevancia inédita. Ella desenmascara los totalitarismos tanto de izquierda como de derecha. Como dice Vargas Llosa: “El liberalismo está totalmente identificado con la democracia, y dentro de ella es quien más ha empujado a las transformaciones, a ese ideal quizá imposible de una sociedad absolutamente justa.”
Para la derecha, el Estado es el factor principal. Aunque apoye la propiedad privada y la libre empresa, duda ante la omnipotencia estatal. De allí que Alberdi afirme: “Todos los crímenes públicos contra la libertad del hombre, han podido ser cometidos, no solo impune, sino legalmente en nombre de la Patria omnipotente, invocada por su gobierno omnímodo.”
El liberalismo, defensor acérrimo de la libertad individual, se diferencia de la derecha que tiende a implementar un orden social mediante el “buen y correcto uso del poder”, una idea que tienta a caer en alguna forma de autoritarismo.
Economista