“Tengo VIH, ¿cuál es el problema?”: un diagnóstico a los 50 años, la discriminación laboral y una ley que cambió su destino

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Mario tiene 63 años y VIH hace más de una década

Cuando le dijeron que tenía VIH, Mario Buarotti (63) no se sorprendió, pero tampoco supo qué hacer. “La forma en que me lo comunicaron me nubló por completo. ‘¿Y cómo fue? ¿Por relaciones homosexuales o por jeringas?’, me preguntó el médico. Yo, que tenía casi 50 y todavía no aceptaba mi bisexualidad, me sentí atacado. Con el tiempo entendí que fue una mezcla de falta de empatía y estigma, como si tener VIH fuera solo cosa de gays o drogadictos”, le cuenta a Infobae.

Tras recibir el diagnóstico, Mario se lo calló durante cinco años. Solo lo hablaba con su terapeuta. El miedo y la vergüenza eran tan grandes que ni siquiera buscó tratamiento. “No estaba en tema y tampoco me informé. En mi cabeza solo tenía a Freddie Mercury y Arthur Ashe: los dos habían muerto. El único que seguía vivo era Magic Johnson, pero yo pensaba que lo suyo era un milagro o un privilegio”, dice.

Con el tiempo, su cuerpo empezó a dar algunas señales. La más evidente fue el descenso abrupto de peso. “Había perdido 20 kilos. Cuando fui a hacerme ver, ya estaba casi en etapa de SIDA”, explica en referencia a la fase más avanzada del VIH. “Este virus ataca y debilita el sistema inmunológico, específicamente las células CD4. Para que te des una idea: un conteo normal oscila entre 500 y 1200 células por milímetro cúbico de sangre. Yo tenía menos de 200: estaba más muerto que vivo”, recuerda.

Después de una internación de 15 días, Mario recibió el alta. Fue el 6 de junio de 2014 y ahí empezó su segunda vida, como él la llama. Una vida donde pudo, de a poco, comenzar a hablar del VIH, de su orientación sexual, y de todo lo que había callado hasta entonces.

En los karaokes se siente más libre que en cualquier lado

“Lo supe enseguida”

Mario es del barrio porteño de Villa Urquiza y le gusta cantar. Estudió y se graduó como periodista deportivo; pero durante toda su vida se dedicó a vender electrodomésticos, tanto en grandes cadenas como en forma particular. Soltero, sin hijos, aunque siempre estuvo en pareja con mujeres, desde los 18 años empezó a vincularse sexualmente con varones. “Lo hacía con una culpa terrible porque era lo prohibido”, recuerda.

La muerte de su padre, a fines de los noventa, marcó el inicio de una etapa que él describe como de descontrol. “Tenía relaciones sin cuidado. Fueron años de mucha autodestrucción”, dice. Una década más tarde, cuando estaba por cumplir 50, un encuentro sexual con una persona que no conocía y jamás volvió a ver, encendió sus alarmas. “En el momento en que eyaculó, me dijo: ‘Gracias’. Lo supe enseguida”, cuenta.

Días más tarde, los análisis de sangre confirmaron su sospecha: tenía VIH. “Tuve suerte de que no me lo transmitieran antes”, admite. Aunque todavía persiste la idea de que este virus afecta sobre todo a jóvenes o a ciertos grupos específicos, los diagnósticos en varones de entre 45 y 54 años no solo se mantienen, sino que han aumentado. Según el último boletín epidemiológico nacional, publicado en diciembre de 2024, el 56,9% recibe el resultado en forma tardía, muchas veces sin haber tenido síntomas claros antes.

Mario no llegó a tener síntomas. La detección, en su caso, fue temprana. Pero no quiso tratarse. Durante cinco años no tomó medicación, no habló del tema, no buscó ayuda. Cuando finalmente se animó a hacerlo, su sistema inmunológico ya estaba comprometido. Igual, salió adelante.

Los diagnósticos de VIH en varones de entre 45 y 54 años no solo se mantienen, sino que han aumentado(Fuente/Boletín Epidemiológico N°41, publicado en diciembre de 2024)

“¿Quién me va a dar trabajo ahora?”

Con casi 50 años y recién diagnosticado, Mario enfrentó otro desafío: conseguir empleo. A fines de 2011, gracias a una recomendación, lo entrevistaron para un puesto de vendedor en una multinacional. “Hice el preocupacional y me solicitaron un test de VIH. Me quería morir. Firmé un consentimiento sabiendo que iba a dar positivo y con terror a que no me contrataran”, recuerda.

A los días recibió una carta documento. “Fui donde me citaron y me entrevisté con un médico. ‘Sé que tengo VIH’, le dije. La conversación terminó ahí: no hablamos de tratamiento ni nada. Se ve que fue algo que hizo el laboratorio y no venía de parte de la empresa, porque al mes ya estaba trabajando”, cuenta.

Aunque en aquel momento no estaba regulado, en la actualidad ese tipo de prácticas están expresamente prohibidas por ley. La Ley 27.675, sancionada en 2022, establece que no se pueden solicitar pruebas de VIH, hepatitis virales u otras ITS en exámenes preocupacionales o durante la relación laboral, ya sea al ingreso, de forma periódica o en cualquier instancia del vínculo. Lo que le ocurrió a Mario no fue solo un acto de discriminación: hoy sería ilegal.

En 2022, estuvo dentro del Congreso cuando la Cámara de Diputados votó la media sanción de la Ley 27.675. “No fui por política, sino por una cuestión humana

Durante años, trabajó sin mencionar el tema, hasta que en 2014, decidió blanquearlo con Recursos Humanos después de su internación. “Recuerdo que me llamó la directora: para mí pensó que me iba a morir. Noté mucha ignorancia de parte suya. Además, se lo contó a mis jefes y a mis gerentes. No tenían por qué saberlo. Ningún trabajador o trabajadora con VIH supone un riesgo para sus compañeros. Pero bueno… eran otros tiempos”, afirma.

Distinto fue cuando eligió abrirse con algunas personas de su círculo íntimo. “Yo sabía que había gente que me iba a rechazar. De hecho, creo que si mi papá estuviese vivo no hubiese aceptado ni el tema del VIH, ni mi orientación sexual. Una amiga, directamente, dejó de hablarme. Ella vive en Tucumán y pertenece a la congregación religiosa Rey de Reyes. A pesar de que viajé tres veces a visitarla, pasé una Navidad con su familia y, estuve en las fiestas de 15 de sus dos hijas, nunca más me dirigió la palabra”, cuenta.

Con el tiempo, sus hermanas también terminaron sabiéndolo. La mayor, incluso, antes de que él decidiera contárselo. “Mientras estuve internado, allá por 2014, la historia clínica que colgaba al pie de mi cama decía que tenía VIH”, cuenta. “Me enteré muchos años después. Lamento que en la clínica no hayan respetado la confidencialidad”, agrega.

Mario es militante en la Asociación Ciclo Positivo

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A fines de 2020, la cadena donde trabajaba Mario se fue del país y se quedó sin empleo. Para ese momento tenía casi 60 años y el contexto social y económico de la Argentina —post pandemia— era otro. “Durante meses mandé currículums a todos lados. Incluso fui uno por uno por los negocios del barrio. Conseguí una sola entrevista: era para hacer guardias inmobiliarias en la zona. Jamás me llamaron”, cuenta.

Desde entonces, no logró reinsertarse en el mercado laboral. “Vivo de lo que me quedó de la indemnización, de mi jubilación (NdR.: gracias a la ley 27.675 pudo acceder a la jubilación anticipada) y de ‘changas’: reparto volantes y hago alguna mensajería ocasional. No me avergüenza en lo más mínimo, pero está cada vez más difícil”, asegura.

La soledad, que ya lo había acompañado en los años de silencio posteriores al diagnóstico, volvió a hacerse presente. Durante mucho tiempo, su única contención fueron su terapeuta y las médicas que lo acompañaron en el tratamiento: Cecilia Santamaría, primero; y Cecilia Niccodemi, después. “La última vez que la vi a la doctora Niccodemi me dijo: ‘Vos ya no sos un paciente, sos un amigo’. Lo cuento y me emociono”, dice.

Meses antes de quedar desempleado, a fines de 2019, Mario conoció la Asociación Ciclo Positivo (@ciclo.positivo), un colectivo de activistas, militantes, estudiantes y profesionales de la salud que brinda asistencia integral a poblaciones diversas. “Me hizo muy bien, entre otras cosas, porque encontré pares. Yo venía de años de encierro, de no poder hablar, y ahí me sentí contenido”, sostiene. Empezó asistiendo a encuentros —primero presenciales, luego virtuales— y con el tiempo se volvió parte activa del grupo.

Tanto fue así que, en 2022, estuvo dentro del Congreso cuando la Cámara de Diputados votó la media sanción de la Ley 27.675. “No fui por política, sino por una cuestión humana. Todavía hoy, 40 años después del pico de la llamada ‘peste rosa’, nos siguen discriminando a quienes tenemos VIH”, afirma.

“Llegar a Ciclo Positivo me hizo muy bien. Yo venía de años de encierro, de no poder hablar, y ahí me sentí contenido”, dice

Una soledad que ya no duele

En 2015, un año después de empezar el tratamiento, Mario supo que su carga viral era indetectable, y por lo tanto, intransmisible. “Fue un alivio enorme”, recuerda. Desde entonces, su salud se mantiene estable. “Hoy, vivir con VIH implica tomar un comprimido por día. Cuando empecé, eran cuatro”, dice.

Con los años, aprendió a elegir a quién y cuándo contar su diagnóstico. “Lo hago por respeto, no por obligación. Tampoco es algo que tenga que andar diciendo siempre”, explica. En dos ocasiones, al blanquearlo durante una cita, la respuesta fue inesperada: la otra persona también tenía VIH. “Nunca me dieron vuelta la cara. Siempre es todo consensuado. Lo que pasa es que la mayoría todavía no entiende que una persona con carga viral indetectable no transmite el virus”, insiste.

Encontrar pareja —admite— siempre fue una traba: con VIH o sin él. Hoy sigue solo, pero no se siente así: “La soledad ya no me angustia para nada. Aprendí a llevarla, a disfrutarla. Antes me atormentaba, porque vivía encerrado, sin decir nada, ni poder hablar”.

En este último lustro, desde que se sumó a Ciclo Positivo, su actitud cambió. Ya no esconde ni su diagnóstico ni su orientación sexual. “Tengo VIH y soy bisexual. ¿Cuál es el problema?”, dice. Hoy lo cuenta en voz alta, incluso en los lugares más inesperados: como en los karaokes, donde asiste con frecuencia y se siente libre. “Una vez estábamos tomando cerveza y alguien me ofreció de su vaso. Un rato después conté que tenía VIH y esa persona se puso blanca. ‘No le tenés miedo al COVID, pero sí a esto. Por saliva no se transmite’, le dije. Me terminó pidiendo disculpas. ‘Soy un cavernícola’, me contestó”.

Antes de despedirse, Mario pide dejar un mensaje: “La muerte ocurre una sola vez. El VIH es crónico y punto. Lo importante es tratarse y poder decirlo. Yo no lo hice durante mucho tiempo y me hizo muy mal. Por suerte existen espacios, como Ciclo, donde uno encuentra contención. Entender que no estás solo puede cambiarlo todo”.

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