Un viaje en silencio. Ana Lía Werthein (ALW), artista con una trayectoria muy extensa, licenciada en historia del arte y en psicología, expone hasta el 3 de junio Apuntes de la Naturaleza en la librería y galería Dain Usina de Arte, en Nicaragua y Thames. Quien vaya hasta allí, llegará y se sentirá mucho más lejos.
El gran profesor de historia del arte Héctor Schenone (1919-2014) decía que el arte siempre establece un orden y una interpretación del mundo, aun cuando lo que presente se disfrace astutamente de caos. Este ciclo de ALW nos pone ante un caso así. La “naturaleza” de la que se ocupó Werthein tuvo su origen en un bosque real de 40 hectáreas, propiedad de su familia: está en la pampa y fue diseñado en 1897 por el arquitecto y paisajista Carlos Thays.
ALW tuvo un punto de partida muy próximo a las reflexiones de Schenone. La obra inicial es un acrílico texturado cuyo título es Caosmos. Caos y cosmos. Las 15 obras en exposición son fotografías intervenidas con la técnica y el criterio de una pintora que se vale de recursos digitales. Las imágenes fueron transferidas a placas de acero plateado o dorado y libradas a los colores que integran la “paleta” digital de la autora. El resultado de esas operaciones en parte es aleatorio. Quedan huellas de todo ese proceso. Por supuesto, hubo sorpresas. “Una de esas sorpresas fue la importancia que cobró el dorado en el follaje, en los troncos, y en la tierra. Además, muchos colores viraron al negro”, dice la artista.
En una de las fotografías, tomada en otoño, triunfa el rojo porque la naturaleza viró al rojo. La imagen culminante en la que todo confluye es una esfera verde que preside una pared. Lo curioso del conjunto es que por efecto. del dorado y del plateado, así como de esa naturaleza “carcomida” y ordenada por la acción humana, devenida dorada o rojo fuego, uno creería a primera vista estar mirando el trabajo de un artista asiático. Como las imágenes no están completamente definidas por el efecto de las intervenciones, parecen inconclusas, aunque no lo estén, y llevan al espectador a completarlas con la fantasía y a contemplarlas colaborando en su creación. El hecho de que el visitante las intervenga, las “termine” por medio de la ensoñación, las trae a la modernidad. Cada una de las quince piezas puede ser interpretada una y otra vez por quien las mira. A pesar de que la naturaleza está en el acero espejado con riqueza, se la puede asociar con obras de otros pintores que se inclinaron por lo inconcluso o lo decadente, como Hubert Robert en el siglo XVIII con sus cuadros de ruinas grecorromanas.
La falta deliberada de “terminación” de estos “apuntes” es difícil de disimular, de lograr, y de que alcance verosimilitud. Si se consigue, se puede ver la cultura naturalizada por el tiempo, vuelta a ser tierra; y la naturaleza sometida a las acciones humanas y a los cambios estacionales. Todo eso, por supuesto, sostenido por el efecto de encantamiento. Ese aspecto onírico lo señala la curadora Carla Rey en su presentación: “… lo natural se vuelve otra cosa, materia de sueño, atmósfera”. Ya la palabra “apunte” introduce al tiempo desde el título. Ese apunte está hecho para recordar lo que se vio, pero también genera asociaciones, trae ecos, pone a trabajar la memoria y el delirio.
El Diccionario de la Lengua Española en la tercera acepción de “apunte” lo define así: “Dibujo rápido tomado del natural”. Por cierto, no estamos en estos apuntes de Werthein ante un dibujo, pero sí ante una imagen captada por una máquina con una rapidez que no tiene el lápiz. Y el tiempo “rápido” aparece una vez más señalando “sus” intromisiones, esta vez léxicas y tecnológicas.
Si se echa una mirada rápida a los salones de Dain, uno puede creer que se está en Asia. Quizá todas esas intervenciones sean los abusos sin límites y sin castigo que sólo el arte nos permite. ¿Acaso la lectura no es el vicio impune?
