Diáconos permanentes. Son clérigos no célibes y crecen en el país en sintonía con la caída de sacerdotes

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La confusión es entendible: no hay muchas diferencias a priori en sus vestimentas ni en los roles que cumplen en algunas de las celebraciones religiosas que más fieles congregan, como bautismos y casamientos. “Nos ven y dan por hecho que somos sacerdotes. A mí muchos me llaman ‘Padre Miguel’ -cuenta el diácono permanente Miguel Hernández-. Yo siempre respondo lo mismo: ‘Soy padre, pero padre de familia únicamente’”. Está casado, tiene dos hijos y hasta hace unos pocos años trabajaba como empleado bancario.

Son las 20.30 de un miércoles y acaba de comenzar el recreo en el Instituto de Formación de Diáconos Permanentes de la diócesis de Quilmes, donde Hernández colabora como voluntario sirviendo mate cocido y canastas con panes para los estudiantes. “Muchos vienen con hambre, llegan directo de sus trabajos y de acá se van a su casa tarde”, explica. Esta es la escuela de diáconos más grande de la Argentina, una de las decenas de semilleros donde la vocación diaconal brota cada vez con mayor intensidad.

Los diáconos permanentes son los clérigos menos conocidos por la población en general y, a la vez, el grupo que más crece año a año en la Argentina y en el mundo. Es un incremento que coincide con la crisis de vocaciones sacerdotales que sacude a casi todos los países de base católica.

Los número hablan por sí mismos. Mientras que en 1970 había en el país tan solo dos diáconos permanentes, para 1990 ya se habían ordenado 215. El crecimiento se mantuvo durante las dos décadas siguientes: en 2010 se registraban 787 y en 2022 -último año con datos públicos- llegaban a 1191, según datos del Consejo Episcopal Latinoamericano (Celam). De la mano del incremento del diaconado permanente, advierten especialistas e investigadores, el paisaje dentro de muchas parroquias argentinas comienza a cambiar.

Albañiles, médicos y funcionarios judiciales

Los diáconos permanentes dividen sus días entre el tiempo que dedican a sus familias, sus trabajos -hay albañiles, médicos y hasta funcionarios de altos cargos en la Justicia- y su actividad parroquial, para la que estudian entre cinco y siete años.

No son laicos, sino clérigos de primer grado de ordenación -el segundo grado es el sacerdocio y el tercero es el episcopado, propio de los obispos-. El servicio que prestan es ad honorem: pueden bautizar, bendecir matrimonios y celebrar la Palabra de Dios. Pero no están habilitados, a diferencia de los sacerdotes, a ofrecer una misa, escuchar confesiones o ungir a los enfermos.

Padres jóvenes de familia se hacen un tiempo para cumplir el rol de diáconos permanentes

Implica una vida intensa, coinciden los diáconos entrevistados por LA NACION. Deben conjugar las responsabilidades familiares y laborales con una actividad parroquial que suele ser exigente: la proliferación de este ministerio coincide con la crisis de vocación sacerdotal, a la que se suma el envejecimiento de los curas.

De acuerdo al Anuario Estadístico Pontificio que publica anualmente el Vaticano, la cantidad de seminaristas en la Argentina viene en caída constante desde 1985, cuando había un total de 2231. En las últimas décadas, se redujo a menos de la mitad, llegando en 2020 a 1070. La disminución sostenida se ve de manera clara en la cifra de ingresantes a los seminarios diocesanos. En 1997, primer año del registro de la Organización de Seminarios de la Argentina (OSAR), entraron un total de 256 aspirantes; en 2004, hubo 215, y en 2014, 164. Tras la pandemia, los números pasaron a ser de dos cifras, y llegaron a su baja histórica el año pasado, con tan solo 57 ingresantes en todo el país.

   

“Si bien tratamos de que que el diaconado permanente sea una función propia y no una suplencia ante la falta de curas, la verdad es que muchas veces, por las necesidades que hay, terminan haciéndose cargo de la animación de las parroquias y de las celebraciones litúrgicas”, afirma el padre Marcelo “Peky” Eyheramendy, director del Instituto de Formación Diaconal San Lorenzo Mártir, de la diócesis de Quilmes.

Según su mirada, el papel de suplencia atenta contra la vocación del diaconado. “El verdadero rol que deberían cumplir es el sacerdocio de Jesús vivido desde el servicio. Los diáconos son signo de Jesús servidor, especialmente la atención a los que sufren y de los más pobres”, afirma el religioso. “Yo siempre digo algo, y se ríen: algunos nos la pasamos rezando y le pedimos a la gente que rece por las vocaciones sacerdotales. Por los diáconos no reza nadie, y este año entraron 10. Seminaristas, por suerte, este año entraron dos, pero hace dos años que no entraba nadie a nuestro seminario”, suma Eyheramendy.

El obispo auxiliar Eduardo Redondo junto a Marcelo Eyheramendy, director del Instituto de Formación Diaconal San Lorenzo Mártir, donde se suman cada vez más aspirantes

“Nuestra primera vocación es la del matrimonio y la familia”

Una de las tareas que más disfruta Facundo, abogado y diácono permanente de San Isidro, de 53 años, es el acercamiento con los chicos para charlar. “Hay cosas que es fantástico que las conversen con un sacerdote, pero a veces hay temas que necesitan hablar con un padre de familia. Como diáconos permanentes, tenemos la parte pastoral, pero además la vivencia de estar casados y tener hijos”, cuenta Facundo, también miembro del Consejo de Protección de Niños, Niñas, Adolescentes y Adultos Vulnerables de la diócesis de San Isidro, equipo que tiene entre sus principales temas de trabajo el tratamiento de los abusos en la Iglesia.

Para él, que está entre los más jóvenes de los 43 diáconos permanentes de San Isidro, los fines de semana son un especie de rompecabezas donde intenta balancear su vida parroquial y familiar. “Si hay algo que tengo muy presente, y que me lo han machacado en la escuela diaconal, es que nuestra primera vocación es la del matrimonio y la familia, y que después viene la vocación diaconal. Por ejemplo, los sábados a la mañana voy a ver a mi hijo menor a rugby, eso intento cumplirlo siempre”, sostiene Facundo, padre de tres hijos, de 14, 18 y 22 años. Practica también su diaconado como organizador de Pascua Joven San Isidro, un retiro que congrega cada año a más de 1500 adolescentes, y como coordinador de un nuevo grupo para mayores de 23 años en la parroquia Niño Jesús de Praga, en Acassuso.

Dentro del territorio argentino, el paisaje es de lo más heterogéneo: mientras que existen diócesis que todavía no han instaurado el diaconado permanente, hay otras que comenzaron a incorporarlo en los últimos años, Al mismo tiempo, hay localidades con décadas de trayectoria en este ministerio. Una de las más históricas y prolíferas es Quilmes, con 30 años en esta actividad, donde el número de diáconos permanentes, 126, supera al de sacerdotes, 98. Hoy, hay 23 hombres que estudian para ser diáconos permanentes, una cifra que contrasta con el de seminaristas: cinco.

“Somos la rueda de auxilio del sacerdote”, resume Mario Gómez, padre de seis, abogado, teólogo y exsecretario adjunto de la Subcomisión de Diaconado Permanente de la Comisión Episcopal de Ministerios (Cemin). Estuvo en el seminario durante seis años, pero otro deseo se impuso.

“Yo pensaba ser sacerdote, pero decidí salir para tener una familia. Me casé, tuve mis hijos y terminé teología. Monseñor Laguna, que conocía mi situación, me impulsó a ser diácono”, cuenta Gómez, quien define el diaconado como su norte en la vida. “El diaconado modela todas tus actividades. No solo el trabajo en la parroquia: también impregna en tu rol como esposo, como padre de familia y como trabajador”, expresa.

La mayoría de los padres de familia que siguen este camino tienen hijos adolescentes o mayores de edad. El Código de Derecho Canónico establece los 35 años como edad mínima para la ordenación diaconal de hombres casados. Pero, al menos en la Argentina, no es usual que se ordenen menores de 50. Esto se debe, afirman los especialistas, a que la Iglesia intenta que no tengan hijos pequeños, por cuestiones de disponibilidad familiar y laboral.

También existen diáconos permanentes solteros, aunque son minoría. En estos casos, no pueden casarse y deben ser célibes tras ordenarse. También hay diáconos viudos, que pasan a tener vedado el matrimonio.

Diáconos y diaconisas

Por más moderna o novedosa que hoy parezca su presencia, los diáconos permanentes no son nuevos. Los primeros registros sobre este ministerio se encuentran en las cartas y en los Hechos de los Apóstoles del Nuevo Testamento. Uno de los más explícitos es 1 Timoteo 3: 8-13: “Los diáconos deben ser hombres respetables, de una sola palabra, moderados en el uso del vino y enemigos de ganancias deshonestas. Que conserven el misterio de la fe con una conciencia pura (…) Deberán ser hombres casados una sola vez, que gobiernen bien a sus hijos y su propia casa. (…) Primero se los pondrá a prueba, y luego, si no hay nada que reprocharles, se los admitirá al diaconado”.

El diaconado permanente se fue extinguiendo en la Iglesia Occidental entre el siglo V y el VII, detalla el investigador Juan Martin López Fidanza, director de la maestría en Sociología de la Universidad Católica Argentina. Distinto fue el recorrido en la Iglesia Oriental, donde el diaconado permanente se mantuvo vigente hasta hoy.

“La razón de su desaparición en Occidente fue que terminó siendo subsumido como una especie de escalafón previo para un sacerdote”, afirma el sociólogo. “El Concilio Vaticano Segundo -1962 y 1965-, en su intención de recuperar la experiencia de la Iglesia primitiva y ‘volver a las fuentes’, decide retomar el diaconado permanente”, indica López Fidanza. Los motivos de su incorporación no estuvieron vinculados a una crisis de vocaciones sacerdotales, destaca, ya que que en ese entonces todavía no había comenzado el declive en los países de base católica.

El Código de Derecho Canónico establece los 35 años como edad mínima para la ordenación diaconal de hombres casados

Hay dos tipos de diaconados que hoy conviven: el temporal, que es el que ejercitan durante aproximadamente un año los sacerdotes antes de ser ordenados como tales, y el permanente.

En los textos de la Iglesia primitiva también hay registros de diaconisas, mujeres que cumplían roles de enseñanza y servicio en las primeras comunidades cristianas. Este antiguo ministerio no fue abordado durante el Concilio Vaticano Segundo.

Hoy, muchos lo definen como un punto de discusión dentro de la Iglesia. Durante el Sínodo de Sinodalidad, que comenzó en 2021, el fallecido papa Francisco afirmó que no era el momento de debatir sobre el diaconado femenino, según hicieron saber sus voceros al ser consultados por la prensa internacional en aquel entonces.

Una singularidad en la vestimenta

La figura del diácono permanente suele ser desconocida y, en algunos casos, estos hombres pasan más desapercibidos, cuando hay mayoría de curas. La arquidiócesis porteña tiene apenas nueve diáconos permanentes y 762 sacerdotes. De hecho, es considerada por los investigadores como una de las que menor problema de vocaciones sacerdotales registra.

López Fidanza asegura que el común de la población no está al tanto de la existencia de diáconos permanentes. “Lo más probable es que si ven a uno celebrando un bautismo o en un entierro, no sepan que se trata de un diácono y se lo confundan con un sacerdote”, describe.

Sin embargo, hay una clave en la vestimenta de los diáconos permanentes que suele pasar inadvertida y que puede ayudar a identificarlos: mientras que los sacerdotes utilizan su estola alrededor del cuello, los diáconos la utilizan cruzada, representando a Jesús en su rol como pastor y servidor.

Si bien pueden estar al frente de diversas ceremonias religiosas, los diáconos permanentes no están habilitados a recibir confesiones, ungir a enfermos ni a dar misa

Hoy, en la Argentina, muchos de ellos se dedican al servicio pastoral en cárceles, asilos o en parroquias rodeadas de pobreza, como es el caso de José Luis Romano, de 61 años, en San Ignacio de Loyola, en Boulogne, San Isidro. “Definiría estos años como años de alegrías, pero de alegrías duras”, resume este obrero padre de dos hijos, que ya lleva 14 años de diaconado. Descubrió su vocación en 2001, al ver las necesidades de las personas en situación de calle.

“Yo estaba en una parroquia de Olivos, que es donde siempre participé y donde conocí a mi señora. Pero tenía ganas de empezar a trabajar en una parroquia más pobre, con una realidad social más jorobada. El obispo me dio un lugar en Boulogne. Y ahí la verdad que no hice más que salir a caminar por el barrio, por los pasillos y ofrecer la amistad que uno tiene, poniéndome al servicio de los vecinos. También asistiendo en bautismos”, cuenta el diácono, que hoy debe limitar sus actividades parroquiales por situaciones de salud de su mujer.

Durante un encuentro pastoral en Milán, en 2017, Francisco llamó a evitar definir a los diáconos como “medio sacerdotes y medio laicos”. Y aseguró: “Verlos así hace daño y les hace daño. Esta manera de considerarlos debilita el poder del carisma propio del diaconado”.

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