El día en que el criminal de guerra bosniocroata Slobodan Praljak bebió veneno ante un tribunal internacional

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Hace casi 8 años, en 2017, la sala de audiencias del Tribunal Penal Internacional para la ex Yugoslavia (TPIY) en La Haya se convirtió en escenario de uno de los momentos más impactantes en la historia judicial contemporánea.

Ese día, Slobodan Praljak, de 72 años, asistía a la lectura final del fallo de apelación que confirmaba su condena a 20 años de prisión por crímenes de guerra cometidos en Bosnia entre 1992 y 1994. Pero cuando el juez Carmel Agius leyó la sentencia, Praljak se puso de pie y se suicidó en vivo, mientras el mundo veía la transmisión en directo.

En la antesala del crimen

Nació en la ciudad de Čapljina, en el sur de Bosnia y Herzegovina, el 2 de enero de 1945, mientras Europa enterraba los últimos cadáveres de la Segunda Guerra Mundial. Slobodan Praljak no parecía destinado a la violencia.

Estudió ingeniería eléctrica en Zagreb, se licenció también en filosofía y sociología, enseñó en universidades, dirigió teatro, cine y televisión.

Su nombre circuló en el ambiente cultural croata. Pero en el verano de 1991, cuando Croacia declaró su independencia y estalló la guerra con Yugoslavia, Praljak lo abandonó todo para convertirse en soldado. No cualquier soldado. En cuestión de meses, ya era general de división.

Según reseñó The Guardian, el gobierno croata de Franjo Tuđman lo promovió velozmente. En marzo de 1992 lo nombraron viceministro de Defensa. En septiembre fue incluido en el Consejo Nacional de Defensa. También fue parte de la comisión que negociaba con la ONU la presencia de la UNPROFOR, la fuerza internacional desplegada en los Balcanes.

Al desatarse la guerra en los Balcanes, abrazó el nacionalismo armado y terminó condenado por crímenes de guerra

Tenía poder político, respaldo institucional y ambiciones militares. Fue enviado a Bosnia, donde pronto se convertiría en el responsable directo de una serie de crímenes que, años después, harían historia en un tribunal internacional.

Cuando Bosnia y Herzegovina se independizó en 1992, la república fue partida en tres: los bosniacos (musulmanes), los serbios y los croatas. Durante el primer año de guerra, croatas y musulmanes fueron aliados. Pero en 1993, todo cambió.

Fue viceministro de Defensa croata, general del HVO en Bosnia y cerebro militar de un plan sistemático de limpieza étnica contra los musulmanes bosnios. Slobodan Praljak lo negó todo

Croacia decidió apoyar la creación de una república croata dentro del territorio bosnio, llamada Herceg-Bosna. Para eso, debían conquistar el territorio y eliminar a los no-croatas. El instrumento de ese proyecto fue el HVO (Hrvatsko Vijeće Obrane), el ejército croata de Bosnia. El comandante: Slobodan Praljak.

Según detalló The Guardian, la estrategia fue directa. La llamada “empresa criminal conjunta”, tal como la definió el Tribunal Penal Internacional para la ex Yugoslavia (TPIY), se proponía expulsar de manera violenta a la población musulmana de amplias zonas del país.

Las tácticas incluyeron asesinatos, persecuciones religiosas, detenciones masivas, saqueos, tortura, violaciones sistemáticas y destrucción de mezquitas. Praljak no fue un espectador.

Fue parte de la arquitectura. Participó en reuniones, coordinó operaciones, recibió reportes y jamás intervino para impedir los abusos. Su cargo no era decorativo. Era funcional.

En Mostar, bajo su mando, las tropas croatas destruyeron el Puente Viejo del siglo XVI y arrasaron barrios musulmanes enteros

Según la información detallada por la ONG Trial International, El HVO instauró un sistema de campos de concentración repartidos por toda la región: Heliodrom, Gabela, Ljubuški, Vojno, Dretelj y Vareš. Allí fueron detenidas más de 10.000 personas, en su mayoría musulmanes bosnios.

En Heliodrom, al sur de Mostar, se hacinaban hasta 6.000 prisioneros, en galpones, sin baños ni camas, obligados a trabajar como esclavos en las líneas del frente. En Gabela se encerraban menores de edad.

En Dretelj hubo ejecuciones. En Ljubuški, trabajos forzados. En Vojno, torturas diarias. En Vareš, escuelas convertidas en cárceles improvisadas. Hombres, mujeres, niños y ancianos vivieron allí días de infierno.

Según documentó Trial International, varios de esos lugares estaban bajo la responsabilidad directa de Praljak.

En muchos casos, los abusos ocurrían en paralelo a las operaciones militares. Los soldados del HVO irrumpían en pueblos, expulsaban a los musulmanes de sus casas, los encerraban en camiones, los deportaban o los ejecutaban.

Las propiedades eran saqueadas, las mezquitas demolidas. En Mostar, el epicentro del conflicto, las tropas croatas dirigidas por Praljak destruyeron el Puente Viejo, una joya arquitectónica otomana del siglo XVI. El ataque fue grabado en video. Fue una señal: nada quedaría en pie.

En total, Praljak fue acusado por el Tribunal Penal Internacional (TPIY) para la ex Yugoslavia de 17 crímenes.

Los cargos incluyen asesinato, persecución étnica, deportación forzada, violencia sexual, encarcelamiento ilegal, trabajos forzados, destrucción de bienes culturales, terror sobre civiles, uso de rehenes, represión contra población no combatiente y colaboración en una empresa criminal transnacional.

Los hechos ocurrieron entre 1992 y 1994. Y las pruebas eran irrefutables.

En 2004, Praljak se entregó voluntariamente al TPIY. Fue juzgado junto a cinco ex jerarcas croatas de Bosnia. El proceso duró casi una década. En 2013, fue condenado a 20 años de prisión.

Fue condenado a 20 años de prisión por crímenes de guerra y de lesa humanidad (AFP)

En la sentencia, el tribunal sostuvo que había tenido “un papel esencial en la ejecución de los crímenes”, y que no solo no impidió las atrocidades, sino que las promovió con su autoridad.

El juicio también estableció que el entonces presidente croata Franjo Tuđman había apoyado y financiado el plan de anexar territorio bosnio a Croacia. La apelación fue presentada sin éxito.

Sin embargo, el 29 de noviembre de 2017, durante la audiencia de apelación, en la última jornada del tribunal antes de su disolución, Slobodan Praljak protagonizó un acto teatral y cobarde.

Una muerte televisada

Cuando el juez Carmel Agius confirmó su condena, el acusado interrumpió la lectura, se puso de pie, sacó de su bolsillo un pequeño frasco con veneno y gritó: “Praljak no es un criminal de guerra. Yo rechazo su veredicto”.

Luego, bebió el contenido. “He tomado veneno”, dijo, antes de desplomarse en su silla. Lo tenía en su traje y era cianuro de potasio, según reveló Euro News.

En pleno juicio en La Haya, Slobodan Praljak se puso de pie, gritó que no era un criminal de guerra y bebió veneno ante las cámaras (Captura de video de TRT World)

El caos fue inmediato. Se bajaron las cortinas de la sala. El juez ordenó preservar el vaso como prueba. La audiencia fue suspendida.

Llegaron ambulancias. Un helicóptero sobrevoló el edificio. Las autoridades holandesas declararon la sala escena del crimen. Praljak fue trasladado al HMC Hospital de La Haya, donde murió horas más tarde.

El suicidio de Slobodan Praljak fue mucho más que una tragedia personal o una escena dramática. Fue un gesto cargado de simbolismo político. Ocurrió ante cámaras, en uno de los últimos días de funcionamiento del TPIY, y buscó desafiar públicamente el veredicto de una corte internacional que lo había juzgado por crímenes de lesa humanidad.

El hecho conmocionó al mundo y dividió aguas entre quienes vieron un acto de cobardía y quienes lo transformaron en mártir nacionalista.

Mientras la prensa internacional lo describía como un “acto teatral y desesperado”, en Croacia la narrativa fue distinta. El entonces primer ministro Andrej Plenković declaró que Praljak fue víctima de “una injusticia moral” y muchos políticos evitaron condenar su rol en la guerra. En Mostar, ciudad símbolo del conflicto bosnio-croata, se encendieron velas y se celebró una misa en su nombre.

El contraste fue brutal para los sobrevivientes. Uno de ellos, Fikret Kurtic, prisionero del HVO, dijo a Reuters: “Esto demuestra que los crímenes no quedan impunes”. Para las víctimas, su suicidio no fue un cierre, sino una reafirmación del horror. Las heridas seguían abiertas. Su muerte no expió los campos de concentración, ni las ejecuciones sumarias, ni la limpieza étnica.

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