Roxana Amed: la incertidumbre de emigrar de grande, los clásicos que se animó a grabar y sus días en Miami

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Nació en Palermo, pero se crio en Ramos Mejía. Con poco más de veinte años, emigró a la gran urbe porteña para desarrollar su vocación artística. Y, desde 2013, reside en Miami, desde donde irradia su personal estilo de interpretar jazz y hacer docencia en una prestigiosa institución académica.

“Buenos Aires sigue siendo mi casa”, sostiene Roxana Amed, acomodada en un barcito preciosista, “de especialidad”, en ese límite entre Almagro y Palermo.

“Vengo de acá y acá me quedo. No estar en Buenos Aires fue una circunstancia estratégica. Son decisiones que se toman en la vida, como quien decide, al manejar, qué calle tomar”. Esa identidad propia de interpretar un género no siempre tan frecuentado en la dimensión que ameritaría, la impulsa a diseccionar modos, a desafiarse. Es esa circulación de búsqueda que la llevó a concebir Todos los fuegos, un recorrido posible por algunos clásicos del rock nacional versionados al jazz.

“Hace décadas que me venían preguntando por qué no hacía un disco de rock argentino, pero sentía que no era el momento. Recién ahora encontré una forma de fusionar sin que se rompa la canción; fue despacito, con cuidado y respeto. Es un delicado equilibrio, tenés que avanzar encontrando los puntos en común entre los géneros sin manipular”.

-La fusión no es un híbrido, aunque, en no pocos casos aparece el malentendido que genera sonidos no fieles.

-La fusión es otra cosa, es vivencia, mezcla, blending.

-Los géneros tienen que maridar.

-No puede pasar como con el aceite y el aceto que no se unen y se diferencian. No es poner a los músicos a hacer jazz y yo ponerme a cantar rock o pop. El sonido, la producción rítmica, el fraseo, la forma de abordar las notas deben cambiar. El cantante se tiene que mezclar con los músicos, algo que, muchas veces, no sucede, ya que solo se modifica el fondo, la escenografía musical.

Eso no acontece, desde ya, en Todos los fuegos, el flamante álbum, disponible en todas las plataformas de música, que contiene clásicos del rock nacional. En este playlist aparecen perlas como “Cinema Verité” (Serú Girán), “La sed verdadera” (Pescado Rabioso), “Asilo en tu corazón” (Luis Alberto Spinetta-Fito Páez), “Corazón delator” (Soda Stereo) y “Ciudad de pobres corazones” (Fito Páez), entre otros títulos.

“Estoy en un momento de mi vida donde siento la necesidad de, cada año, involucrarme en un proyecto nuevo. En la segunda mitad de 2023 decidí que era el tiempo de concretar este camino con el rock nacional”.

-Confiaste en el instinto…

-No sabía si iba a poder hacerlo bien, necesitaba una aspereza que no sabía que tenía. Lo llamé a Leo Genovese y le dije: “Antes de morirme quiero hacer un disco de rock argentino”.

Además del pianista y compositor Leo Genovese -argentino radicado en Nueva York- y del pianista y arreglador norteamericano Martín Bejerano, Todos los fuegos contó con la participación de Tim Lefebvre (David Bowie, Tedeschi Trucks Band) en el bajo eléctrico, Kenny Wollesen (John Zorn, Bill Frisell) en la batería y Mark Small (Michael Bublé, Darcy James Argue) en saxos y el clarinete.

Los once temas que componen el material fueron revolucionarios en su época, rompiendo las reglas de la armonía, la melodía y la poesía. Podría afirmarse que, en gran medida, cambiaron la música latinoamericana imperante. Lo valioso de la propuesta es que del disco emergen los sonidos del jazz atravesados por el rock, sin que ninguno de los dos géneros pierda sus posibilidades identitarias.

La chica de Ramos Mejía, que comenzó a tocar el piano a los cuatro años, encontró en el arte de Judy Garland y Doris Day un primer camino a seguir

-¿Te costó definir qué temas conformarían el material?

-Claro, la memoria es rara, sobre todo cuando no estás. Crecí cantando Sui Generis, sin embargo no logré incluir ninguna de la banda. Lo mismo me pasó con Vox Dei.

-¿Por qué?

-Había que encontrar el sonido en mi voz y saber que los temas en clave jazzística iban a estar bien. Había que encontrar ese germen para que pudiera trabajar.

-¿Fue un peso pensar en la opinión del público?

-Había que ver qué le sucedía a la gente. El rock tiene muchos fundamentalistas, pero, por ahora, las devoluciones son muy buenas. Creo que esa respuesta se da porque no hay manipulación.

Emigrar

Le tocó partir hacia Miami por razones laborales de su esposo, Daniel Arano, un destacado productor de la industria musical y televisiva y quien está detrás de la logística de los lanzamientos de Amed. Una emigración que se transformó en un desafío.

“No conocía Miami y no tengo mucho que ver con la ciudad. No me gusta el verano ni la playa”, afirma la intérprete, quien además reconoce que “fue dejar atrás cierta impronta canchera y acelere italiano que hace a nuestra identidad y comenzar a hablar más despacio. Durante los primeros meses no veía el futuro ni dibujado. Además, no tenía veinte años y ya había un recorrido hecho, una manera de hacer las cosas y una confianza adquirida”.

-La duda te habrá atravesado.

-Todo era duda, probar y verificar. También implicó cantar en castellano para ver qué sucedía con el público. Todo era incertidumbre. Además, somos gente de trabajo, así que había que plantearse de qué vivir, no había plata en el banco y varios viejitos en la familia que dependían y dependen económicamente de nosotros. En algún momento pensé en ir a trabajar de cualquier otra cosa, algo que no me sucedió nunca, salvo un mes en el que trabajé en una oficina, pero siempre pude desarrollarme escribiendo, cantando o enseñando.

-¿Nunca hubo un problema vocacional?

-No, pero eso no significa que esté segura de todo o que sienta que hago las cosas bien. Sin embargo, reconozco que superé la hostilidad con la que pude haber sido tratada alguna vez. Aprendí, mejoré y me convertí en una profesional mejor, pero fue muy difícil.

-¿Hubo llanto, angustia?

-Todo eso, pero también había llegado un punto donde sentía que, en Argentina, no podía avanzar más. Nunca tuve management y todo fue autogestivo; pero, por suerte, he podido llegar a todo el país y tocar en casi todos los festivales más importantes.

El álbum Todos los fuegos está disponible en las principales plataformas de música

-No claudicaste ante las modas de ocasión o lo que la industria puede “exigir”. El género del que sos una gran representante te define y tu convicción emana credibilidad.

-Puedo hacer pop, compongo para otros artistas, pero, si tengo que interpretarlo, no hay veracidad. Por eso siento que, cuando uno se apodera de la música, convence a todo el mundo. Todo eso fue sucediendo. Incluso, la banda que formé en los primeros tiempos viviendo en Miami es la que aún me acompaña. Elegí bien.

-¿No sentiste el vértigo de ingresar a un mercado donde tu nombre no tenía el peso que si tenía en nuestro país?

-Fue un desafío hacer que mi identidad y mi música encuentren un lugar en el oído, el corazón y la cultura de la escena norteamericana y hasta qué punto debía soltar lo que ya había hecho.

-Decisiones muy difíciles.

-Por eso hay que confiar en lo que uno tiene para decir y que eso va a quedar en la memoria de algunos. Estar dispuestos a perder todo es la única forma de avanzar.

-Un desafío.

-Además, iba a cantar en inglés en una escena que defiende su propio legado cultural como es el jazz y dónde tienen sus propios problemas, las disyuntivas entre el jazz blanco y el negro. Por otra parte, si bien, además de inglés, hablaba castellano, no hacía latin jazz.

-No habrá faltado el prejuicio de quien pensó en las razones por las que una artista del “fin del mundo” se anclaba para hacer jazz en una de las cunas del género.

-Apareció el “a mí no me va a decir lo que tengo que cantar”. Enseño jazz en la universidad y, durante los primeros tiempos, había caritas raras.

-Ya estás validada.

-Sin embargo, aún no hice un disco de estándar de jazz, le tengo mucho cuidado a eso, a pesar de que es la música que amo y que tiene todas las libertades. Las caritas aparecen, es como si llegara a Buenos Aires un japonés a hacer un disco de tango.

Toca música clásica desde los cuatro años y su primer nexo con la música popular fue Charly García. “Como me veía muy inquieta, mi mamá me mandó a lo de Florinda, la vecina que daba clases de piano, pero nunca fui pianista. Fue un gran gesto de mi mamá, no sabía en la que se metía y creo que se arrepiente hasta el día de hoy”.

-¿Cómo penetra el jazz en esa nena de Ramos Mejía?

-Hubo algunos indicios. En mi adolescencia, absorbí los discos de mi papá de jazz de salón, con intérpretes como Judy Garland o Doris Day. Eso me pareció que tenía una riqueza armónica que no encontraba en ningún otro lado. Yo venía de tocar a (Claude) Debussy y por otro lado estaba el rock argentino.

-Y de Judy Garland y Doris Day, ¿por dónde te llevó el camino?

-Tenía dieciocho años cuando me regalaron un casete de Sarah Vaughan. Su música me deslumbró. Venía de la música clásica y eso nuevo que escuché me llevó a un lugar de versatilidad.

-Sin embargo, tu público acompañó tus etapas, no te reprochó nada, siempre hubo fidelización.

-El arte no está para complacer ni para que la gente se sienta cómoda, pero, por suerte, mi gente siempre estuvo.

La actualidad

-¿Cómo atraviesa a tu arte el contexto político, económico y social actual tanto de Estados Unidos como de Argentina?

-Creo que hay muchas cosas que no están bien, que se tienen que mejorar y poner a revisión. Hay un extremismo por tomar decisiones, que se debe sanear algo y, de pronto, al cortar el pasto malo, también cortaste el bueno, sacaste las flores, quemaste la tierra y secaste las semillas. Eso no está bien. Argentina, nuestro país, fue el primer país que no tuvo analfabetos en toda Latinoamérica. Soltás argentinos por el mundo y algo crece.

-¿Qué sucede con el gobierno de Donald Trump y la cultura?

-Es la misma situación: en la medida en la que se empieza a cortar la diversidad, se estimula la discriminación. El blanco es más valioso que el negro, el inmigrante es menos valioso que el local. Ahí se empieza a lesionar la fusión que caracteriza a toda América. ¿Quién tiene la capacidad para decir “esto sí, esto no”? No hay autoridad política posible que se pueda pararse por encima de la identidad de un pueblo.

Además de su labor artística, Roxana Amed es docente en la Universidad de Miami, casa de estudios donde dicta canto y teoría. También dirige un ensamble donde reconoce que los integrantes latinos tienen preferencias por el entretenimiento, a diferencia de los españoles que van en busca de la poética más simbólica. “Los argentinos vuelan, tienen un manejo extraordinario de la palabra”.

-¿El tango es una asignatura pendiente?

-Todavía no me atreví.

-Un buen blending el del jazz con el tango.

-Alguna vez hice “Uno” y también “Soledad”. Ya va a llegar.

-Dicen que el tango espera…

-Me esperó el rock y ya llegará el tango.

En las horas que transcurre en Buenos Aires, recupera el valor de los encuentros con amigos, el café compartido y la vida familiar. “Cuando no vivís en tu lugar sentís que con uno se va todo y todo lo que dejás desaparece detrás tuyo”. Allí va la música con su sinfonía a cuestas. Esta vez, también mixturada con la posibilidad del rock. Y con el jazz definiendo los caminos posibles de esa universalidad que siempre propone el arte.

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