Ningún juego es más apropiado para definir la política argentina que la perinola. No quiero sonar soberbia, queridos millennials, pero para una rápida comprensión de ese divertimento está la inteligencia artificial que podría generar imágenes del trompo con el que muchos mayorcitos pasamos la infancia jugando en la vereda con los vecinos. ¿Qué era jugar sin miedo a motochorros? Bueno, otro día trato de explicarlo, aunque merece un paper del Conicet de un arqueólogo urbano; eso sucedía hace muchas generaciones.
Pero no quiero empezar a dar vueltas como un trompo descontrolado, ya que en eso son expertas varias libertarias que, en su afán por proteger a su líder indiscutido e indiscutible –porque cualquier intento de crítica es rebatido solo con insultos–, como las diputadas Juliana Santillán y Lilia Lemoine. Una pena que la efímera incondicional de Milei, la también diputada Marcela Pagano, prefiera inclinarse a los chimentos en X mientras participa de una sesión legislativa [en horario de trabajo, para ser precisos], en vez de dar la batalla cultural libertaria como prometió en campaña.
Santillán y Lemoine se enfrentaron en los últimos días a médicos residentes del Garrahan que cobran apenas el 15,94% de sus sueldos de legisladoras, aunque para alcanzar esa bicoca ya llevan un promedio de siete años de estudios universitarios y se dedican a una de las tareas más delicadas del mundo: salvar la vida de niños con enfermedades muy severas. Lemoine quiso ayudar a Santillán y le pasó datos erróneos de la canasta básica. Confundió la personal con la de una familia tipo –mamá, papá y dos niños–. Y Santillán los repitió mostrando su desconocimiento y en un tono de desprecio hacia las universitarias. Develado el error, Lemoine avanzó más en su obcecación: “Nadie tiene por qué pagar tus sueños. Yo soñaba con ser astronauta, ¡quiero que me paguen mi sueño ya!”. Parece que no quería ser diputada, pero igual “toma todo”, como en la perinola, lo que se le ofrezca en la política, sin reparar en que hasta ahora por el único lugar donde no pasó la motosierra fue por el Congreso. Si fuera ahorrativa y viviera con el 15,94% de su sueldo legislativo, como lo hacen los residentes del Garrahan, en poco tiempo podría tener al menos el traje de astronauta. Llegar a la NASA, más difícil, le requeriría muchos años de estudios universitarios. Quizás los médicos residentes podrían explicarle que a veces, más que “tomar todo”, hay que “poner uno” para ganar en el juego profesional.