Las primeras siete elecciones de este año tuvieron un punto excluyente en común. La gran coincidencia fue la baja en la participación, que, con niveles promedio de asistencia por debajo del 60%, rompió récords en todos los distritos, donde se realizaron comicios. Este domingo volvió a pasar en Misiones. Y empiezan a aparecer algunos patrones para entender las razones de la ausencia.
El ausentismo que se repite en distintas geografías y comicios dispara una duda crucial: si el comportamiento que mostró hasta ahora más de un 40% del electorado se repetirá en octubre próximo, cuando se realicen las elecciones legislativas nacionales, que el Gobierno ha instalado como un plebiscito a su gestión.
Algunos indicios que empiezan a asomar no alimentan buenas perspectivas. Por el contrario, inducen a suponer que los nuevos (bajos) pisos de participación difícilmente mejorarán en lo que va del año.
Falta de atractivo de las elecciones legislativas así como de la oferta de candidatos, malestar con la política y una situación económica que para amplias franjas de ciudadanos no termina de mejorar su vida personal y se traduce en un presente difícil y prolongado asoman como factores desmotivantes para concurrir a las urnas.
Así surge de las expresiones recogidas en tres grupos focales de ciudadanos que no fueron a votar en las elecciones de la ciudad de Buenos Aires, del 18 de mayo, realizado por la consultora Trespuntozero el lunes pasado y presenciados por este cronista.
Es obvio que se trata de registros cualitativos, de una sola elección, en un distrito muy particular como el porteño y, por lo tanto, no se pueden sacar conclusiones definitivas ni universalizables. Pero dan pistas que resuenan en muchos territorios.
Una de las coincidencias que compartieron los tres grupos (divididos por votantes de Javier Milei, Sergio Massa y Patricia Bullrich en la primera vuelta presidencial de 2023) es el cuestionamiento generalizado que sigue existiendo hacia la política.
Las objeciones se reproducen incluso entre quienes se referencian con el oficialismo y a pesar de que el Presidente y su espacio retienen para muchos la condición diferencial de outsider, y de que sigue siendo fuente de cierta esperanza para la mayoría de quienes lo votaron en la primera y en la segunda vuelta.
Sin embargo, eso último parece resquebrajarse y requiere de un esfuerzo para sostenerlo.
“Espero tener esperanza”, fue la singular frase utilizada por una votante mileísta ante la pregunta del moderador sobre sus perspectivas de futuro.
En la punta del pesimismo, obviamente, se ubicaron los que votaron a Sergio Massa. En cambio, en el conjunto de los escépticos se enrolaron los que votaron a Pro en la primera vuelta y que en el balotaje optaron por la candidatura de Milei y, sobre todo, en contra de Massa y del kirchnerismo.
Ese escepticismo, que no ha pasado a la fase del rechazo ni ha perdido alguna cuota de ilusión, parece explicar en buena medida la decisión de no ir a las urnas el 18 de mayo pasado.
“Fue una manera de decir que no estoy conforme” y “les dimos un alerta no yendo”, fueron algunas de las expresiones escuchadas en ese panel, que la mayoría apoyó. Ahí las razones políticas y económicas asoman entremezcladas.
En ese plano aparece un elemento novedoso, que puede ser un gran llamado de atención para el gobierno nacional, cuyo gran sostén y su mayor apuesta para mantener la adhesión social es la baja de la inflación.
Bajar la inflación no alcanza
En los tres grupos de votantes la caída en el índice de precios fue notablemente relativizada, a punto tal que muchos asistentes dijeron descreer de las cifras oficiales, aunque no tuvieran más elementos para sostener sus dudas que las vivencias personales y de su grupo familiar y de pertenencia.
“Yo creo que el índice de inflación no es real, pero lo tocan para darnos esperanza”, dijo un participante que en 2023 votó a Milei en primera y segunda vuelta, tratando de justificar ese supuesto maquillaje de los indicadores.
Sin atenuantes, la mayoría de los que dijeron haber sido votantes de Bullrich y, por supuesto, los de Massa, afirmaron descreer de los números del Indec basados en la capacidad adquisitiva de sus ingresos y los de la mayoría de sus allegados.
“Estoy remándola, tengo trabajo y como nunca estoy buscando más trabajo. No para tener un mejor pasar, sino para llegar a fin de mes”, afirmó una votante de Pro. La comprobación de que a su salario le sobran días del mes fue compartida por los compañeros de panel, de los cuales el 80% había votado a Milei en el balotaje y más de la mitad dijo que podría volver a votarlo.
“Yo estoy complicadísimo, conozco gente que además tiene deudas de todo. Nunca quise usar tarjeta de crédito porque no me gustan las deudas y por primera vez empecé a usarlas porque no llego a fin de mes”, expresó un votante de Massa, ante la anuencia general.
Ese asistente al focus group no sabía que al día siguiente se conocería un informe de la Asociación de Bancos Argentinos (Adeba) que revela que en febrero de este año la morosidad en los créditos a personas físicas subió al 2,9%, con un incremento interanual de 0,3 puntos porcentuales. O que, según el último Informe de Bancos del Banco Central, la mora en tarjetas subió un 2,8% en marzo, para convertir ese porcentaje en el más alto desde 2022.
Los números parecen ratificar a su vez la afirmación mayoritaria de que el sector social más afectado por la política económica del Gobierno es la clase media. “Gobiernan para las empresas y los más ricos”.
“Yo veo que nadie piensa en la clase media y se está extinguiendo. Ya no existe la clase media, la mataron. Somos solo pobres y ricos”, fue una de las frases más contundentes de una exvotante bullrichista. Un festín para el experto en tendencias sociales y de consumo Guillermo Oliveto, autor de un libro imprescindible para entender la argentina de hoy, titulado Clase media argentina: entre el mito, la realidad y la esperanza.
A pesar de esas expresiones de desencanto, que incluyen críticas a Milei de sus propios votantes en primera o segunda vuelta, una mayoría de estos últimos sostuvo que volvería a votarlo, “sobre todo si los rivales fueran los mismos”.
La aclaración final cobra particular significado: todos coincidieron en que “lo mejor que tiene el oficialismo es la oposición”, inclusive para varios que dijeron ser peronistas o sentirse identificados con ese espacio. La conclusión casi unánime de los votantes de Pro y de los libertarios es que Milei “tiene los enemigos correctos”.
La herencia recibida de los gobiernos anteriores sigue apareciendo, entonces, como un importante activo del Gobierno y del Presidente, en particular. Aunque ya el oficialismo empieza a tener su propio pasado y a generar reclamos por lo no hecho todavía.
“Empiecen a hacerlo bien”
“Son muchos años de hacer las cosas mal, claro. Pero hay que empezar a hacerlas bien. Por ejemplo, está mal que les paguen poco a los jubilados”, afirmó una votante de Bullrich que no fue contradicha por sus compañeros de panel y que reconoció varios aspectos de la gestión libertaria, como el recorte del gasto público, el orden público o “la mejora en seguridad en Rosario”.
Otro punto en común de los consultados fue el bajo interés que las elecciones porteñas generaron para decidirlos a no concurrir, a pesar de que el Gobierno y el macrismo buscaron darle una proyección nacional, por encima de la disputa por los cargos para la legislatura local.
“Era una elección que no definía nada, con candidatos que no motivaban”, resultó un común denominador en los tres grupos de votantes. Como si lo único relevante fueran las elecciones para cargos ejecutivos. De todas maneras, algunas expresiones posteriores relativizan esa conclusión o agregan un nuevo condicionante a la participación. Los asistentes dejaron en claro que les importa no tan solo qué se elige sino cuál es la oferta electoral, qué postulantes se presentan y qué sentimientos les despiertan. La vara sigue subiendo para la política.
“Yo siempre voto por el cambio o voto castigo y acá siento que no estaba eso, no me gustaba ninguno, no me convencía y no estaba muy en tema”, “no me interesaban los candidatos ni el puesto”, “sentía que mi voto no iba a hacer la diferencia”, me sentí medio perdido. Medio, no, totalmente perdido. No sabía para qué lado ir, así que me quedé en mi casa”, fueron algunas de las expresiones que, con matices, resultaron más repetidas.
En ese plano asoma como otra luz amarilla el hecho de que muchos de los consultados que no fueron a votar aquilataban, hasta ahora, un sostenido historial personal de participación y compromiso político-electoral.
“Algo muy llamativo que surgió de los focus es que hubo abstención de gente que valora la participación o que tiene práctica participativa en la vida social y política. Eso no me lo esperaba”, dice Shila Vilker, directora de Trespuntozero.
Ese punto se entrelaza con otro de los emergentes del trabajo cualitativo: “Empieza a aparecer un repliegue individual, que se traduce en expresiones del tipo ‘yo ya no sé qué hacer, apago las noticias, no quiero mirar, no me quiero enterar, necesito en algún momento poder estar bien, ser feliz’. Y es notable que eso se reprodujera en el grupo de los votantes de Massa, ya que, en general, el votante peronista tiene lo colectivo como un horizonte, un sentido de lo social más aguzado que otros votantes cuyo sentido del individualismo es más intenso, como tendencia general”, señala Vilker.
Ese malestar con la política en general, que como se mencionó antes llevó a algunos ciudadanos a usar su abstención como llamado de atención, parece encontrar otro punto de anclaje. Para muchos subsisten situaciones que generan un fuerte rechazo y el actual Gobierno no las ha modificado. O peor aún, a los ojos de muchos las ha cristalizado.
Entre ellas, resalta la corrupción como uno de los grandes dramas de la Argentina, que cada vez en más sondeos empieza a aparece al tope de los problemas.
Así lo confirma una reciente encuesta cuantitativa complementaria de este trabajo cualitativo, realizado también por Trespuntozero y la consultora La Sastrería, de Raúl Timerman y Juan Carlos Malagoli. Allí, la corrupción duplica el porcentaje que reúne el que es considerado el segundo problema más importante, el cual es, nada más y nada menos que la pobreza, a la que les suceden otras dos cuestiones de índole económico-social, como los bajos salarios y la inflación.
Lo destacable en esa identificación de la corrupción como principal problema del país es que para los consultados ningún espacio político, incluido el oficialismo libertario, aparece libre de sospecha.
En ese punto asoman como causas de la crítica a Milei y los suyos el escándalo $LIBRA y la no sanción del proyecto de ley de ficha limpia. En el mismo lodo, todos manoseados.
El ausentismo, la gran novedad de las elecciones de este año, parece tener demasiadas causas viejas y nuevas. Como para que nadie se sienta exculpado. La insatisfacción social sigue vigente.