El adiós a Raimundo Viltes, el veterano de Malvinas que había sido rescatado en medio del fuego enemigo en Monte Kent

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Raimundo Viltes fue herido en el combate de Monte Kent y fue cargado por Lauría por 14 horas hasta alcanzar las líneas argentinas

“¡Ayúdeme, ayúdeme!”, escuchó el teniente primero Horacio Lauría, en medio de un feroz tiroteo. El oficial de la Compañía Comando 602, estaba con una sección en las inmediaciones de Monte Kent con la misión de establecer una base de patrulla y operar detrás de las líneas enemigas.

El que pedía ayuda era el sargento primero Raimundo Viltes. “Me hirieron, me hirieron”, repetía esa noche del sábado 29 de mayo de 1982.

Según confirmó el propio Lauría a Infobae, Viltes falleció el pasado 11 de junio, producto de una neumonía. Se había retirado como suboficial mayor y vivía en San Miguel de Tucumán. Con Lauría los unía un vínculo especial, a partir de un hecho dramático que ambos vivieron en la guerra de Malvinas. Esta es la historia.

La Compañía Comando 602, armada rápidamente para la guerra de 1982 con oficiales y suboficiales comandos, llegó a Malvinas el 27 de mayo, después de un intento frustrado de cruzar desde el continente.

El viaje fue accidentado. El piloto del Hércules estuvo por dar la vuelta por la pérdida de líquido hidráulico, pero el Mayor Aldo Rico, jefe de la compañía comando, se negó a regresar -ya se había frustrado un vuelo- y encomendó a los capitanes Mauricio Fernández Funes y Andrés Ferrero a turnarse para reponer el líquido y así llegaron a Puerto Argentino.

Las dos compañías se reunieron en un galpón en Puerto Argentino y se planificaron las operaciones. Para el 29 tuvieron la primera misión: ir a Monte Kent, establecer una base de patrulla y operar detrás de las líneas enemigas. El jefe de la sección de Lauría era el capitán Andrés Ferrero que con el capitán Mauricio Fernández Funes, y los tenientes primero Enrique Rivas y Francisco Maqueda eran grandes amigos.

Parado, el segundo desde la derecha, Viltes posa junto a los suboficiales de la Compañía Comando 602

La primera acción

Fueron llevados al lugar en helicópteros. Mientras Ferrero se adelantaba con el teniente primero Francisco Maqueda y el sargento primero Arturo Oviedo, le ordenó a Lauría que avanzase en cuanto viera la señal que le haría con su linterna. Luego de minutos interminables vieron la señal y comenzaron a subir la cuesta del monte.

Fueron sorprendidos por fuego de ametralladora de tres puntos distintos. Los británicos habían esperado que se fueran los helicópteros. Lauría recuerda que era una intensa e incesante lluvia de fuego que venía de todos lados. En un primer momento, creyó que se trataban de argentinos que los habían confundido, pero cuando escuchó órdenes en inglés, comprendió que estaba en su primer combate.

Recibieron fuego de frente y de los flancos. Viltes fue herido mientras disparaba rodilla en tierra. El proyectil entró justo abajo del talón. Solo había sentido un ardor pero cuando se quiso incorporar, se desplomó. Ahí tomó conciencia de su herida. “¿Puede arrastrarse a mi posición?”, le preguntó Lauría.

Cuando estuvieron juntos, dejaron sus fusiles y mochila. Y entre un fuego incesante fueron retrocediendo y tirándose cuerpo a tierra cuando los ingleses arrojaban una bengala.

Horacio Puchi Lauria-. comando. Monte kent

Eran las 11 de la noche y Lauría no sabía dónde estaba. La brújula la había dejado en su mochila. De pronto el cielo, poblado de nubarrones se despejó y pudo fijar un punto de referencia, y así se orientó para llegar hasta Puerto Argentino.

Bajo una intensa nevada, Lauría cargaba a Viltes, un tucumano corpulento de 80 kilos. El próximo escollo fue un río de piedras, muchas de ellas filosas. Providencialmente se encontraron con el sargento primero José Núñez y entre los dos cruzaron al herido, mientras los ingleses les disparaban. Milagrosamente, ninguno fue alcanzado por las balas enemigas.

Viltes, que perdía sangre, nunca se quejó. “Si usted tiene fe, rece a todos y al Puchi Lauría, que de acá lo saco”, lo alentaba.

Lo cargaron durante 14 horas. Al llegar a un reparo, Lauría salió a recorrer la zona. Ignoraba donde se encontraba. Cuando volvieron a salir divisaron una patrulla de una docena de hombres. Y se prepararon para un enfrentamiento. El sería el primero en abrir fuego, sabía que eran hombres muertos. Antes de disparar gritó “¡Viva la Patria!” y le respondieron “¡Argentina!”. Era una sección de comandos.

Había sido una jornada trágica. Esa noche habían muerto el teniente primero Rubén Márquez y el sargento primero Oscar Blas, que estaban en otra patrulla. Y también había caído la patrulla completa del capitán José Vercesi en Top Malo House.

La Compañía Comando 602 que combatió en Malvinas en distintos puntos de las islas

En Monte Estancia, Lauría y otros comandos pasaron la noche, “mi peor noche”, confesó. No podía quitarse de la cabeza el haber sido emboscados. Compartió la bolsa de dormir con alguien que no recuerda.

A la mañana Ferrero ordenó continuar camino a Puerto Argentino. Viltes estaba muy débil, un enfermero le había hecho las primeras curaciones y quedaría al cuidado del sargento Aguirre. Lauría protestó: “No lo podés dejar, lo traje cargado 14 horas. Me quedo yo si es necesario”. Y así fue como el teniente primero Lauría vio alejarse a la patrulla. Prometieron volver por ellos. Además Ferrero debía cumplir el pedido de la esposa de Lauría: “Traemelo vivo”.

Lauría y Viltes emprendieron la marcha y encontraron refugio en una cueva. Nevaba y el sargento primero seguía perdiendo sangre. Lauría le ajustaba y aflojaba el torniquete. El herido consumió el agua de su cantimplora y la del oficial. Este, sin que los ingleses lo vieran porque estaban por todos lados, derretía la nieve en un jarro, y le daba de tomar. “Agüita, agüita…” pedía.

Pasó esa primera noche y no fueron a buscarlos. En la segunda noche, con sus anteojos de campaña ubicaba otro posible refugio y hasta allí iban. El único alimento que tenían, un arroz con leche, lo comió Viltes.

Luego de dos días sin probar bocado, Lauría ya no tenía fuerzas para cargarlo. Tendría que ir gateando a su lado. Con el forro de su chaquetilla improvisó rodilleras y le dio a Viltes sus guantes y le aplicó una dosis de morfina. Así ambos fueron desplazándose, mientras veían a helicópteros enemigos transportando armamento y municiones en redes. Desde Monte Kent los ingleses los observaban pero no les dispararon.

Una media hora después, cuando ya no e quedaban fuerzas, llegaron a rescatarlos. En una moto llevaron a Viltes a Puerto Argentino. El sargento pensó que lo curarían rápidamente y que volvería a la acción. Entró al hospital el 1 de junio por la tarde y al primero que vio fue a su hermano enfermero. Este, también herido por la onda expansiva de una bomba, se había negado a que lo evacuaran cuando se enteró de que había un comando herido.

Viltes estaba lleno de barro y su hermano no lo reconoció. Lo primero que le dijo fue “hola, hermano, vine para que me cures”. Lo enyesaron y lo mandaron al Bahía Paraíso.

Ahí esperó hasta el momento de la operación. El 3 de junio entró al quirófano y los médicos tuvieron mucho trabajo en poder quitarle los restos de munición que tenía incrustado en el hueso. De la fecha no se olvida, ya que el 4 su hija María Inés cumplía tres años.

Lauría participaría de otras acciones, como la emboscada que montaron en el Monte Dos Hermanas, donde se tomó revancha de lo ocurrido en Monte Kent. O cuando lograron hacer replegar a los ingleses, capturando sus equipos. Luego de una inexplicable orden de custodiar la casa del gobernador, tuvieron que cruzar la bahía en Puerto Argentino y evitar que un regimiento inglés tomase una altura.

Una vez en posición, vieron cómo los ingleses los envolvían y, si bien la artillería empezó a tirarles, sorpresivamente cambiaron de blanco y concentraron su fuego sobre Puerto Argentino. Fueron cinco minutos de un nutrido fuego terrestre y naval. Y luego el silencio.

En la noche del 14 de junio, ocuparon una casa vacía en Puerto Argentino y al día siguiente los mandaron prisioneros al aeropuerto. Debió desprenderse de su pistola que tenía desde que había egresado. La desarmó y tiró las piezas por cualquier lado. Los interrogaban y algunos eran enviados a San Carlos. Ya era de noche cuando lo embarcaron en el Canberra. Ahí consumió la primera ración de los últimos siete días: sopa de tomate servida en un vaso de plástico.

En la base naval de Punta Alta, a Viltes debieron amputarlo a la altura del tobillo, pero el muñón lo lastimaba y dolía. Con los años convenció a los médicos de que le efectuaran una nueva amputación de unos cincuenta centímetros. “Quiero caminar y si puedo correr, mejor”, les pidió.

Había sido internado por insuficiencia pulmonar y a la semana, cuando se había repuesto, se contagió de Gripe A, al parecer una enfermedad que tiene a maltraer a Tucumán. Lo trataron con antibióticos y se recuperó, al punto tal que un kinesiólogo le hacia ejercicios para rehabilitarlo y darle el alta. Sin embargo, contrajo un virus intrahospitalario. Sufrió un infarto y ya no pudo recuperarse. Tenía 82 años.

Viltes, a 43 años de haber sido herido, dio su último combate, aquel inexorable combate que la vida nos tiene preparados a todos.

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