El departamento donde vive Dino Saluzzi parece dominado por un piano, pero ahí, el que manda es el bandoneón. Dino acaba de llegar del luthier que tuvo al instrumento unos días, para afinarlo. Ese bandoneón tiene un sonido único, siempre que, sobre su botonera, estén las manos de Saluzzi. Si el nombre de una persona es su primer rasgo de identidad, el de un músico debería ser su sonido, esa huella que por más añosa que parezca, sigue definiendo al artista.
Y aquí es conveniente diferenciar viejo de añoso. Este Saluzzi que toca su bandoneón y que semanas atrás cumplió 90 es añoso, no viejo. Porque lo añoso da lugar a una vitalidad que es la que este músico expresa cuando habla o cuando toca una zamba carpera, un tango, o sus propias composiciones de raíz popular o de música académica. En su juventud tocó en orquestas de tango (comenzó con la de Radio El Mundo). Luego grabó clásicos del folklore con Los Chalchaleros y más tarde se embarcó en proyectos de proyección con el clan familiar (sus hermanos Celso y Félix “Cuchara”, uno de sus sobrinos y su hijo menor) y compartió escenarios y álbumes con artistas tan variados Charlie Haden, Enrico Rava, Al Di Meola y Charlie Mariano. También grabó música para películas.
Añoso, no viejo. Pero no faltará el humor en esa casa cuando el guitarrista José María Saluzzi, su hijo y compañero de música desde hace décadas, bromee con el título del álbum que están por estrenar, El viejo caminante, el 11 de julio próximo. “Le pusimos ese título porque él es viejo y porque camina [se ríe]. Bueno, y porque le gustó al sello discográfico”. Se trata de un álbum que grabaron en trío con otro guitarrista, el noruego Jacob Young, para la prestigiosa discográfica alemana independiente ECM.
Ante la ocurrencia de su hijo, Dino levanta el guante, con un recuerdo que trae de su Campo Santo natal, en la provincia de Salta, allí donde se fundó, en 1760, el primer ingenio azucarero del Virreinato del Perú.
“Cuando era chico vivíamos allá donde estaba el viejo ingenio San Isidro. A veces mi mamá me mandaba al pueblo a hacer las compras y siempre tuve como una capacidad de mirar de una manera diferente. Iba por la vía, por donde entraba el tren para sacar el azúcar y muchas veces vi a un señor barbudo de unos 80 años, quizá, con un palo colgado por el hombro y una olla detrás. Era un linyera. Esa imagen me quedó grabada para siempre, pensaba qué comería ese hombre, dónde dormiría. A dónde iría. Eso me preguntaba cuando tenía unos diez años. Un día, estando yo lejos, me acordé de eso mismo. Y empecé a escribir. De ahí nació el ‘Viejo caminante’ [la composición]. Creo que tenemos algo que no usamos casi nunca: el espíritu, esa mirada que ayuda a memorizar. Todos tenemos además una especie de conmiseración donde los intereses no están representados por la materia sino por el espíritu».
José María interviene: “Él quiso rememorar eso que había escrito hace mucho tiempo, de otra manera, porque un disco, de algún modo, representa un momento del artista. Sobre todo en este tipo de música que es orgánica, que no tiene mucha producción. Es tan distinta al mundo comercial de la música, del pop o el rock. Esto es al revés, y es la temática del sello discográfico”. Dino y José graban desde hace décadas por el sello ECM.
-¿Cómo te ves en ese disco?
José María Saluzzi: -Creo que más maduro como músico. Yo tocaba la guitarra sin saber tocar la guitarra. Y quizá esa sensación todavía la tengo pero en un grado menor.
-¿Porque era algo natural que tu padre y tu abuelo Cayetano hicieran música como algo cotidiano?
J.M.S: -Creo que primero es una elección, consciente o no. Hay cosas que uno no sabe e igual las hace. Uno va aprendiendo haciendo. Desde ahí es donde pienso en que uno puede madurar. En ese hacer pasan cosas que también tienen que ver con lo espiritual. Hay músicas, por ejemplo, que no te remiten a una época y ahí está lo que refleja el disco.
Dino Saluzzi: -Y también el rol del libro y el espíritu. El libro te enseña, el espíritu te forma. Manfredo [el alemán Manfred Eicher, director fundador de ECM] me contó que un día escuchaba a un músico que tocaba una cantidad increíble de notas y él le preguntó: “Espera un momento: ¿De qué me querés convencer?» La música es un lenguaje eterno. Nunca nació ni murió.
-Aunque hay momentos fundacionales de cada uno con la música.
D.S.: -Pero nunca voy a poder explicarme porqué yo, cuando iba caminando por la vía del tren en Campo Santo, me sonaba una música que no era la popular sino el Concierto para piano en La Menor de Edvard Grieg, que había tocado una pianista de Salta, en el Teatro Victoria.
Piso de tierra
Frente al piano de Dino hay una pared con dos retratos. Uno de su padre, Cayetano, otro de su tío, José. ¿Hay algo que le digan esos rostros, cada vez que levanta la vista? “No, mi papá era puro amor con nosotros -dice Dino-. Nunca nos levantó la voz. Sí nos enseñó a ser constantes. Nosotros lavábamos los platos con mi hermano Celso, que ya falleció, y que tenía una magia para tocar el bandoneón. Nosotros sabíamos las cosas que teníamos que hacer. Él era severo en el compromiso. Yo de chico era loco por el fútbol, con el tiempo me fui olvidando, por tanta muestra de violencia. Pero de chico me gustaba. En ese tiempo, cuando mi papá iba a trabajar, nosotros teníamos que estudiar. Vivíamos en una casa pobre de piso de tierra. Una vuelta, cuando yo me había ido a jugar, volvió del trabajo y agarró una varilla de sauce llorón [Dino hace una pausa y se ríe al recordar ese revoleo de rebencazos de rama]. Pero esa fue la única vez”.
En el libro de Dino Saluzzi: una vida en diez jornadas, de conversaciones del bandoneonista con Javier Magistris, surge una anécdota de cuando Cayetano Saluzzi, para hacer un dinero extra de su trabajo en el ingenio, iba a tocar en época de carnaval a la “carpa de la vieja Tula”. Eran aquellos bailes interminables, junto a la vía del tren, por una paga mínima y una vianda. “Eran dos los músicos, mi tata querido, mi gran maestro y mi tío José Eustaquio -recordaba Dino, en su testimonio para el libro-. Ellos tenían firmado un contrato por una jornada larguísima que empezaba a las tres de la tarde y terminaba a las cuatro de la madrugada. A las 6 de la tarde tenían que darle un jarro de mate cocido y bollos y a las diez de la noche una gallina hervida con papas. Pero a mí, después de jugar con otros chicos durante todo el día, me daban ganas de volver a casa y me quedaba dormido”.
Ahora, con el bandoneón entre sus manos, Dino vuelve a memorar ese tiempo y cuenta que vio pasar ese tren frente a una fábrica de portland infinidad de veces hasta que un día decidió subirse rumbo a Buenos Aires. “La música hay que estudiarla bien o no estudiarla. Es duro el aprendizaje de la música. Se aprende de maestros que enseñan la severidad y el respeto por el trabajo. Me fui a Buenos Aires para seguir estudiando, pero no voy a dejar de arrepentirme por tanto que me gustaba estar con mi familia. Tuve que vivir solito, de pensión en pensión, hasta que me hice de amigos y de gente del ambiente”.
Añoranzas. Y su música está atravesada por eso, de distintas maneras, a veces sutiles. “La música argentina es la más linda del mundo -dice-. Uno puede escribir una sinfonía con la música argentina. Y yo siempre me preocupé por hacer lo que sentían. Esa obra que se llama ‘Gorrión’ [Pedro Almodóvar la incluyó en su película Todo sobre mi madre] nació de uno de esos días en los que yo iba a un café de la Plaza 9 de julio de Salta. Había un chico que lustraba zapatos, sentado sobre una lata, en una plaza llena de gorriones».
-Del mismo modo que el disco Mojotoro no refiere a un río europeo sino a uno de Salta ¿La patria de uno es la infancia, no?
D.S.: -Así es. Eso no se olvida nunca.
J.M.S:: -Es lo que te marca más allá de lo que uno cambie o corrija.
D.S.: -Incluso escribí, aún las obras de carácter clásico, como Miserere, en honor a la Virgen de la Candelaria que está en la iglesia de Campo Santo. Hace unas semanas fuimos a Campo Santo.
-¿Qué pasó, se andaba buscando en esas calles?
D.S.: -No paso por curiosidad, es que necesito ir. Andar por la plaza, la calle principal, la cancha de fútbol. La iglesia estaba cerrada, pero apareció una señora. “Hola, Don Saluzzi”, me dijo. ¿Vino de visita? La misa es siete y media pero yo les abro la puerta. Y entramos los dos, el “Cuchara” [su hermano clarinetista] y yo. También trato de visitar a la gente aunque muchos ya no están. Mi tema “Las cosas amadas” es en honor de mis compañeros de la primaria.
J.M.S.: -Los seres humanos somos nostálgicos.
-¿Qué te pasa a vos al momento de disociar tu propia música de la que hacés con Dino?
J.M.S.: -Es parte de un todo. Lo que uno pretende o desea, ya sea la música que está escrita y la que no lo está, viene de una misma cosa.
-Escucharon alguna vez música de algún compositor que les hubiera gustado haber escrito.
D.S:: -No. Yo lo pienso al revés. Pienso que la hicieron para mí. Enrique Delfino y yo vivimos en otra época pero… “Recuerdos de bohemia”, qué cosa hermosa. Si lo hizo a través del amor, lo hizo para mí. Además, la música no es para divertir sino para recordarme que estoy rodeado de gente que me ama y yo le tengo que devolver algo. Argentina es grande por una manera de ser. A nadie le pedimos documento para vivir acá. Y en seguida lo hacemos hermano. Pero, ¿qué pasó?
-¿Qué paso?
D.S.: –Ausencia de sentimiento y de amor. Cosas que dejamos de hacer. No hablo del amor de la novela. La política, creada por los griegos, terminó su vigencia. Ya no sirve para la convivencia porque es un instrumento para vencer. Lo peor que puede haber en la vida es vencer al otro. Hay que amarlo y acompañarlo. La política no sirve y hay que inventar otra cosa. Mucha gente no se da cuenta.
-¿Cómo han hecho para trabajar en familia, entre hermanos, primos, padre e hijo, durante tantos años?
D.S.: -Para nosotros la crítica fue una ayuda. La de cualquier persona. Puede pasar por un me gusta o no me gusta. Es fundamental para la vida. Al que no le gusta que lo critiquen muere ignorante.
J.M.S:: -Creo que lo artístico también es reflejo de la persona. Es difícil con colegas y con familia. A veces, cuando no hay crítica también hay algo armonioso. No se habla, hay música.