Una embarcación se desliza sin prisa por la Laguna de Venecia. Las aguas oscuras no reflejan el peso invisible de una historia que rara vez aparece en las guías turísticas. A menos de dos kilómetros de la Plaza de San Marcos, dos islas aún guardan los ecos de miles de voces confinadas, diagnosticadas, fotografiadas y, muchas veces, silenciadas para siempre. San Servolo y San Clemente, hoy devueltas a la postal veneciana como museo o resort de lujo, fueron durante casi dos siglos los centros de internación psiquiátrica más importantes del norte de Italia.
Pero lo que se ocultaba entre sus muros no era sólo demencia: también abundaba el hambre, pobreza y olvido estatal.
El origen del encierro en las islas
San Servolo fue primero un monasterio benedictino en el siglo VII. En 1716, se transformó en hospital militar y, en 1725, recibió a su primer paciente psiquiátrico. A lo largo del siglo XVIII, el hospital comenzó a aceptar internaciones de personas con enfermedades mentales provenientes de familias adineradas que podían costear su estancia. En la misma línea, Fiora Gaspari, responsable del archivo histórico de San Servolo, citada por Smithsonian Magazine, explicó: “Los que eran ‘locos’ y pobres eran considerados criminales”.
La transformación llegó con el fin de la República de Venecia en 1797, cuando la administración napoleónica promovió cierta igualdad legal. A partir de entonces, el hospital comenzó a recibir pacientes sin recursos, costeados por el Estado.
En 1809, el hospital militar cerró y San Servolo fue designado como manicomio regional para el Véneto, Dalmacia y Tirol. Según Gaspari, la institución es “la más antigua de su tipo en el norte de Italia y una de las más antiguas del país”, anterior al auge manicomial de mediados y fines del siglo XIX.
La pelagra y sus cuatro condenas
La pelagra, enfermedad provocada por deficiencia de niacina (vitamina B3), devastó el norte italiano entre fines del siglo XVIII y principios del XX. Se manifestaba mediante lo que se conocía como “las cuatro D”: dermatitis, diarrea, demencia y muerte. La población rural, alimentada casi exclusivamente con polenta, era la principal afectada. El sistema nervioso era uno de los primeros en deteriorarse.
Como documentó Smithsonian Magazine, un médico del hospital de San Servolo describió en 1857 el caso de Santo Francescetto, un campesino de 35 años ingresado por locura pelagrosa: “Dice que está muy melancólico y no sabe por qué, pero que siente algo extranatural que lo mantiene en ese estado”.
Según escriben David Gentilcore y Egidio Priani en el ensayo histórico Pellagra and Pellagrous Insanity During the Long 19th Century, en 1879 Italia registró cerca de 100.000 pacientes con pelagra, conocidos como pelagrinos o pelagrinas. Más de un tercio de ellos se encontraba en la región del Véneto. La enfermedad se concentró en áreas agrícolas empobrecidas y, hacia fines del siglo XIX, casi la mitad de las muertes por pelagra en el país ocurrían en esa región.
Las mujeres eran las más afectadas. Priani, psicólogo clínico e investigador de la Universidad de Leicester, explicó a Smithsonian Magazine que “el empobrecimiento en las mujeres era mayor. Trabajaban en el campo, cuidaban la casa y parían. El cuerpo no resistía”.
En 1873 se fundó un hospital psiquiátrico exclusivamente femenino en la isla de San Clemente, mientras que San Servolo pasó a atender solo a hombres. El nuevo centro se vio colapsado en pocos años: entre 1873 y 1887, el 44% de las mujeres ingresadas eran pelagrosas.
Instituciones de diagnóstico y castigo
El hacinamiento fue una consecuencia directa. En 1887, un solo médico atendía en promedio a 332 pacientes en San Clemente. “Como era natural, esto provocó la degeneración y el maltrato de los pacientes”, afirmó Priani.
Las personas eran trasladadas por las autoridades provinciales desde tierra firme hasta Venecia y luego conducidas en botes hasta las islas. Muchos pacientes rurales nunca habían visto una ciudad ni una extensión de agua como la laguna. Varios intentaron escapar o se arrojaron al agua, según relata la Enciclopedia Italiana.
Al llegar, los internados eran bañados, vestidos con uniforme institucional, fotografiados y sometidos a un confinamiento inicial. Desde 1874, los hospitales comenzaron a tomar retratos de los pacientes al ingresar y al ser dados de alta. Según Gaspari, esas imágenes se organizaban en álbumes divididos en columnas de “enfermo” y “curado”, y servían tanto para el registro médico como para promover los beneficios del tratamiento institucional.
Las condiciones de vida diferían según la gravedad del diagnóstico y el poder adquisitivo. Algunos podían pasear sin vigilancia y comer en el comedor. Otros no tenían permitido usar cubiertos. Un pequeño grupo de familias adineradas pagaba por habitaciones dobles, mejor alimentación y ropa distinta. “Aún existía una presencia clasista dentro de estas instituciones”, afirmó Priani.
El médico australiano George Tucker visitó San Clemente en 1884 y escribió: “Nunca oí tanto ruido en ningún manicomio. Cincuenta mujeres estaban sujetas de diversas maneras —con correas, chaquetas, grilletes—, con los pies azules de frío”.
—¿Es posible lo que está viendo? Sabe que sí, y aun así se resiste a creerlo.
Las memorias que regresan con la marea
Al ser liberados, muchos exinternos enfrentaban un estigma duradero. “Se les etiquetaba como exreclusos”, explicó Priani. La vergüenza familiar hacía que sus historias fueran silenciadas durante generaciones. En los últimos veinte años, según Gaspari, personas de toda Italia y del extranjero comenzaron a visitar los archivos de San Servolo para consultar legajos de familiares internados. “Saben que hubo alguien en la familia que fue internado, pero no se les permitía hablar de ello”, explicó a Smithsonian Magazine. “Ahora intentan reconstruir su historia”.
En 1978, Italia aprobó la Ley 180, conocida como Ley Basaglia, en honor al psiquiatra Franco Basaglia, impulsor del movimiento antimanicomial. Esa legislación ordenó el cierre progresivo de todos los hospitales psiquiátricos del país y estableció una red pública de salud mental basada en la atención comunitaria. San Servolo cerró ese mismo año; San Clemente lo hizo en 1992. Italia fue el primer país en cerrar legalmente todo su sistema de hospitales psiquiátricos públicos.
Islas de lujo, memorias en ruinas
Hoy, la isla de San Servolo funciona como campus universitario, espacio de eventos y museo. Inaugurado en 2006, ese museo expone álbumes fotográficos, camisas de fuerza, cadenas, libros de admisión y máquinas de hidroterapia utilizadas durante más de un siglo.
La isla de San Clemente, en cambio, estuvo abandonada tras su cierre, hasta que fue adquirida por una empresa privada. Allí funciona un resort de lujo de cinco estrellas. No hay placas ni memoriales. Solo la arquitectura original sugiere que, detrás de las paredes blanqueadas, aún late una historia no dicha.
Para muchos descendientes, esas islas son cementerios sin lápida. “El turismo no pregunta: observa”, escribió Smithsonian Magazine. Pero los legajos continúan hablando.