A 90 años de la muerte de Carlos Gardel: el día en que cantó para el príncipe de Gales en 25 de mayo

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A mediados del año 1925, Carlos Gardel se encontraba en un momento crucial de su carrera, que a partir de allí tendría un despegue notable e imparable. Y fue justamente en agosto de ese año cuando tuvo lugar un histórico evento, cuando cantó (y deslumbró) a Eduardo de Windsor, príncipe de Gales y futuro rey de Inglaterra, con sus melodías de arrabal.

El por entonces muy popular dúo con José Razzano se encontraba en su recta final por varias razones, siendo las dos más importantes el evidente deterioro de las cuerdas vocales del uruguayo y la inclaudicable pasión por el tango del “francesito”.

Razzano no era muy amante del tango, nunca dejó de sentirse más como un “cantor criollo”, y Gardel abrazaba con fervor su compromiso con el género que él mismo había ayudado a nacer, el tango canción. De hecho, ese año de las 91 canciones que grabara Gardel, 61 serían de tango y sólo 6 serían como dúo, ya que las afectadas cuerdas vocales de Razzano anticipaban su inminente retiro. De todas maneras, el dúo se hallaba en la cumbre de su fama, razón por la cual el por entonces Presidente de la Nación, Marcelo Torcuato de Alvear –gran admirador de Gardel– los convocaría para actuar ante una muy importante visita: la de Eduardo Windsor, príncipe de Gales y futuro rey de Inglaterra.

Gardel, Ricardo y Razzano en un ensayo (1913)

La presencia del joven y particular heredero de la corona británica al país se trató de un muy personal proyecto de Alvear (quien había viajado a Londres a finales del año 24 para estrechar vínculos comerciales con Inglaterra), que llegó al extremo de costear de manera privada el viaje del príncipe de su propio peculio.

Eduardo era un bon vivant que amaba la música popular y a quien le molestaban los excesivos agasajos protocolares a los cuales estaba obligado por su posición. Su visita a la argentina fue un verdadero acontecimiento político y social que revolucionó el avispero del círculo rojo y la alta sociedad de la época.

El día en que Gardel cantó para el príncipe de Gales. Carta autorización duo Gardel Razzano mas 4 al príncipe de Gales, 22 de agosto de 1925

Fue atendido y homenajeado con gran efusión durante toda su estadía, siendo sometido a un sinnúmero de actividades sociales, conciertos, cenas y eventos deportivos. El encargado del itinerario del inglés fue el distinguido Horacio Manuel Pedro Sánchez Elía, una de las figuras más reconocidas de la alta sociedad de la época, quien lo llevó a recorrer distintos puntos y localidades de interés de la provincia. Lo que más disfrutó el joven Eduardo (que según las malas lenguas se durmió durante una velada de gala en el Teatro Colón) fueron los festejos con asados criollos, muestras de doma y canciones camperas. Pero el gran éxito de Sánchez Elía, casado con Josefina Celina Victoria Álzaga Unzué, fue el gran y ya mítico agasajo realizado en la residencia de una renombrada pariente de su esposa: la estancia Huetel de la señora Concepción Unzué de Casares, una de las obras arquitectónicas más bellas e imponentes de la provincia de Buenos Aires, ubicada en la localidad bonaerense de 25 de Mayo.

Hija de Don Saturnino Unzué, Doña Concepción fue uno de los personajes más destacados de la aristocracia argentina de la llamada Época Dorada, dueña de una personalidad única y una total entrega a las tareas de beneficencia, las cuales la llevaron a costear la construcción de una gran cantidad de asilos (como por ejemplo el asilo Saturnino Unzué de la ciudad de Mar del Plata), instituciones educativas y espacios religiosos.

La medalla conmemorativa por la visita al país del príncipe Eduardo

La mañana del 25 de agosto, el príncipe de Gales llegó junto a sus sirvientes y comitiva (el ministro inglés sir Beilby Francis Alston y el vicealmirante sir Lionel Halsley) en tren desde Buenos Aires hasta el corazón de la estancia, que disponía entonces de un ramal de Ferrocarril Sud y de un andén propio y lo primero que hizo fue declinar una invitación a una cacería de zorro, una costumbre heredada de la aristocracia inglesa muy practicada en Huetel, pero que carecía de total interés para el joven Eduardo.

Todo su entusiasmo estaba depositado en la presencia del famoso dúo de cantores que esa noche actuarían en su honor y de quien tanto había escuchado hablar en Buenos Aires. Se había comenzado a interesar por el género al escuchar el tango de Julio de Caro “Buen amigo”, que el genial violinista y compositor había grabado recientemente y que terminó convirtiéndose en uno de los temas preferidos del futuro rey, quien se aseguró de llevar un par de copias del mismo a su regreso a Inglaterra.

Los cantores llegaron al atardecer junto a los guitarristas José “El Negro” Ricardo y Guillermo Barbieri, y reemplazando a su usual valet Mariano Alcalde viajaron junto a un periodista amigo, el joven Emilio Ramírez (que luego sería famoso en Radio Belgrano) para que, a pesar de la prohibición de que hubiera prensa presente para darle una mayor privacidad al evento, pudiera dar un testimonio de tan importante evento para su carrera. Fueron sorprendidos por el genuino interés del afamado noble que quiso conocerlos inmediatamente y hasta les obsequió una medalla de oro con su imagen como agradecimiento.

Antes de la actuación compartieron un asado criollo junto a su comitiva y distinguidos invitados, entre quienes se encontraba el propio presidente Marcelo T. de Alvear, su esposa, la cantante lírica Regina Pacini de Alvear; el dramaturgo y compositor Alberto Vaccarezza, el ministro de Agricultura, Tomás Le Bretón; el de Obras Públicas y futuro presidente de la Nación, Roberto Marcelino Ortiz; el maharajá de Kapurthala y lo más granado de la sociedad de la época.

Ramírez narraría lo siguiente para el diario La Razón unos días después: “Poco después de las 22, llegaron al gran hall del palacio, donde se hallaba haciendo tertulia de sobremesa el reducido núcleo de comensales, el conjunto criollo Gardel-Razzano. Los populares cantores criollos con sus guitarristas, se instalaron en un ángulo del salón e iniciaron el programa con la ejecución del celebrado dúo ‘Linda provincianita’. El príncipe festejó con entusiasmo la performance de los músicos, y a continuación entonaron ‘Galleguita’, ‘Claveles mendocinos’, ‘La pastora’ y ‘La canción del ukelele’”.

Es muy interesante detenerse en el repertorio elegido para esa presentación, donde vestidos de gauchos fueron creando una velada inolvidable, estilísticamente variada y llena de sorpresas. Comenzaron cantando a dúo la zamba “Linda provincianita”, obra de su amigo Mario Pardo, un guitarrista, cantor y compositor uruguayo que habían grabado en 1920 para el sello Odeon. Siguieron con el tango “Galleguita”, que fue muy célebre en su tiempo y que a finales de la década del 60 volvió a ser popular al utilizarse como cortina musical en una telenovela titulada “Nuestra galleguita”. Sus autores son históricos nombres de la música ciudadana y muy vinculados a Carlitos: Horacio Pettorossi y Alfredo Navarrine.

Siguieron con otras dos zambas a dúo, “Claveles mendocinos”, que habían grabado el año anterior compuesta por el italiano afincado de pequeño en Mendoza, Alfredo Pelaia y “La pastora”, grabada en 1918, compuesta por otro amigo de la casa, Saúl Salinas. El quinto tema interpretado fue el que terminó de convertir una hermosa velada en una verdadera fiesta inolvidable. Con un guiño al invitado, Gardel presenta la próxima canción como un regalo especial para el entusiasmado noble británico que para entonces ya era un admirador más del Zorzal Criollo. Carlitos comienza a cantar un muy popular foxtrot de la época, “La canción del ukelele”, uno de los temas favoritos del Principe de Gales.

“La canción del ukelele” (“Say it with an Ukelele” en su idioma original) fue un foxtrot muy popular en todo el mundo en la década del veinte, compuesto por el reconocido norteamericano Conrad Dober. Gardel grabaría la versión castellana que le adaptara su amigo Adolfo Rafael Aviles, pianista, director de orquesta y compositor porteño, que además de tanguero era un gran jazzman. La cosa es que Eduardo perdió toda su flema inglesa y lo que le quedaba de su Real compostura, haciendo palmas y cantando enfervorizado. Tan contento estaba que sorprendió a propios y ajenos al pedir permiso para ir a buscar un ukelele que tenía en su habitación. A su regreso, se puso a cantar de nuevo la canción junto a Gardel y sus músicos. La elite vernácula observaba azorada y divertida.

La velada se prolongó hasta largas hora de la noche, combinando el canto con bailes criollos a cargo de Razzano, Sánchez Elía y el propio Alberto Vaccarezza. Al finalizar la noche y para disgusto de Razzano (que unos meses después abandonaría el dúo definitivamente), Eduardo le pide a Gardel que cante algunos de esos tangos que tan bien le salen, y Carlitos, que había amenizado todo el evento con canciones criollas, pasodobles, foxtrots, un shimmy (“Honolulu”) y pocos tangos, cerró la noche con “Milonga triste” y el nuevo “Silbando” (música de Sebastián Piana/Cátulo Castillo y letra de José González Castillo) dejando a los asistentes mudos de emoción.

Al otro día, antes de emprender el regreso masivo de agasajado e invitados, la feliz anfitriona Concepción Unzué de Casares preparó un cierre con la vieja costumbre de Huetel, que consistía en invitar a los huéspedes distinguidos a plantar un árbol en celebración a la visita. Eduardo estaba tan animado y contento con lo vivido la noche anterior que rompiendo el protocolo asignado deseaba sacarse una foto con Gardel y Razzano con sus vestimentas de gauchos. Pero, si bien terminaron plantando el árbol juntos, la foto no llegó a realizarse.

Lejos de su vestimenta de gaucho de teatro, Gardel (que para entonces había eclipsado a todos los asistentes) hizo su aparición de impecable etiqueta y con su sonrisa deslumbrante. Porque si bien unos años después Eduardo de Windsor sería rey de Inglaterra por menos de un año (antes de abdicar por amor), Carlos Gardel se había coronado rey del tango para toda la eternidad.

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