Se publicó una novela póstuma de Abel Posse que amplía su trilogía del Descubrimiento de América

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Desde su primer relato, Los bogavantes (1970), Abel Posse (Córdoba 1934 – Buenos Aires 2023) se presentó como un novelista de fuste. En esta ocasión comentamos un importante trabajo que dejó inconcluso y al que pensaba titular Los heraldos negros; estaba destinado a ser la última parte de su Trilogía del Descubrimiento, convirtiendo a esta colección en Tetralogía, tal como declaró en varias ocasiones. Se trata del sello o sphragís con que clausura un valioso ciclo novelístico cuyo eje parece vertebrado sobre la búsqueda del sentido de la existencia, la duda ante los problemas que aquejan al hombre, la desesperanza, la sinrazón -en ocasiones rayana con el absurdo- y la perplejidad ante el misterio. Esas inquietudes explican por qué este novelista echó mano del título con el que el poeta peruano César Vallejo tituló el, quizá, más valioso de sus poemarios: Los heraldos negros (Lima, 1918). La primera estrofa de esta composición -que da título a todo el corpus- reza: “Hay golpes en la vida, tan fuertes… Yo no sé! / Golpes como el del odio de Dios; como si ante ellos, / la resaca de todo lo sufrido / se empozara en el alma… Yo no sé!” Destaco que Posse, en el living de su departamento de la ciudad de Buenos Aires, tenía un cuadro con la foto de César Vallejo, todo un símbolo referido al cavilar de este poeta sobre lo humano.

Los relatos precedentes a Los heraldos negros (Daimón -1978-, Los perros del Paraíso -1987- y El largo atardecer del caminante -1992-) evocan el momento crucial de Occidente en que ocurre el Descubrimiento de América, hoy, con mirada conciliadora, evocado con nominación más sensata: “El encuentro de dos mundos”. Sobre tan debatido momento histórico la lente del novelista privilegia una lectura diferente a la que tradicionalmente estábamos acostumbrados. Por un lado, a través de sus personajes, especialmente Álvar Núñez Cabeza de Vaca, da cuenta de la mirada escéptica y desilusionada de este europeo al evocar sus pasos por las tierras entonces recién descubiertas; por el otro, muestra el asombro de los nativos cuando, azorados, descubren el otro mundo: Europa.

Abel Posse (1934 - 2023)

Dos profesores conocedores de la obra de Abel Posse -el argentino residente en Australia Roberto R. Esposto y el francés Romain Magras– están abocados desde hace un par de años al rescate de esta novela cuyo manuscrito permanecía inédito en manos de Sabine Langenheim, viuda de Posse. Con ayuda de la citada Sabine fueron enlazando armónicamente los diversos textos supérstites hasta darles la estructura que conforma la novela que nos ocupa, relato que la editorial Verbum acaba de publicar con prólogo de ambos estudiosos, volumen recientemente presentado en la Feria del libro de Madrid.

Esta tetralogía del descubrimiento o de la conquista de América es un hito significativo en la novelística histórica en lengua española mediante la cual el autor, sin apartarse de la realidad histórica, introduce vicisitudes fantásticas, echando por tierra reflexiones políticas y éticas convencionales para mostrar, como a contrapelo de la historia “canónica”, de qué modo el encuentro o choque de dos civilizaciones implicó el bascular de cánones y modelos tradicionales y de qué manera ese cambio de perspectiva nos condujo a repensar la historia. Respecto de tal cuestión, a lo largo del relato que nos ocupa, son especialmente valiosas las reflexiones sobre el poder, la violencia, así como el sentido y el peso de la religión cristiana.

Daimón, la primera de las novelas de esta tetralogía, refiere la historia estrafalaria y atroz del vasco Lope de Aguirre quien, cegado por su desmedido afán por hallar El Dorado, una mítica utopía urdida por los indígenas para “sacarse a los españoles de encima” (Uslar Pietri dixit), vale decir, encandilado por esa fiebre del oro, emprende las aventuras más descabelladas: se interna en la selva amazónica, traiciona a su patria, a su monarca y, preso de un delirio morboso, apuñala a su hija adolescente. Tras su muerte, este alocado personaje cobra vida en la pluma barroca y fantástica de Posse.

Con personajes reales y de ficción, la trilogía de Posse recrea novelísticamente la historia del encuentro de dos mundos que se inicia con la llegada de los españoles a América (Imagen Ilustrativa Infobae)

En Los perros del Paraíso -celebrada con el Premio internacional “Rómulo Gallegos”, la mayor distinción literaria de América Latina- el autor nos propone un extraño viaje por una suerte de historia secreta, no necesariamente falsa, del descubrimiento de América, que despliega a partir de la fogosa pasión de dos jóvenes de la realeza –Isabel de Trastámara y Fernando de Aragón– quienes fundan, tal vez sin imaginarlo, un imperio en el que “nunca se pondrá el sol”, nuevo mundo que, con altibajos, cuestionamientos y mudanzas, viene perdurando hasta nuestros días. El relato pone énfasis en la figura del navegante Colón, convencido de que las tierras recién descubiertas no son sino la patria del expulsado Adán. Cabe referir que Camilo J. Cela juzgó esta novela, con razón, como un relato “sarcástico, desopilante y desinhibido”.

En El largo atardecer del caminante -obra que obtuvo el “Premio de novela” otorgado por la Comisión Española del V Centenario- Posse recrea, en prosa barroca y con estilo marcadamente florido, las vicisitudes de Álvar Núñez Cabeza de Vaca quien, enfermo y desvalido, deambuló unos ocho mil kilómetros a través de tierras inhóspitas y desconocidas del nuevo mundo, hasta arribar a la Florida. De esa travesía evoca el carácter solidario de los indígenas, supuestamente sus enemigos, quienes lo auxiliaron en momentos difíciles, dando cuenta del altruismo de los nativos. Más tarde, designado Adelantado y Gobernador del Río de la Plata y del Paraguay, cayó en desgracia víctima de envidias e intrigas debidas especialmente a su oposición a la esclavitud de los indígenas y a su encarnizada lucha contra la poligamia; así, pues, sin título alguno, es enviado a España aferrado a cadenas. Este explorador, ya anciano, redacta en Sevilla sus Memorias. En ellas, a la par que evoca sus vivencias junto a los indios, toma conciencia del silencioso arribo de la muerte.

Abel Posse en los estudios de Infobae

A diferencia de las citadas novelas, urdidas a partir de supuestos relatos de personajes históricos, Los heraldos negros gira en torno de un ser de ficción, un tal Walter Sorgius, cuya persona ofrece, de manera simbólica, hábitos, costumbres y sentires de un religioso de época renacentista. Esta creatura fantástica refiere su azarosa vida, desde los primeros tiempos en la abadía de Marienbach en la que a los diez años, sin vocación alguna, es internado como seminarista hasta que, por una circunstancia fruto del acaso, sin siquiera pensarlo, es llevado a proseguir sus estudios junto a los jesuitas. Extraordinaria la fantasía desplegada por Posse cuando W. Sorgius evoca como estudiante y luego como sacerdote sus aventuras en la carnavalesca Venecia -ahí están las páginas más vívidas y pintorescas del relato- hasta su traslado a las Indias, descubiertas pocos años ha. Allí ocurre el episodio clave de la novela cuando el narrador en el último capítulo -“América – El Guayrá”-, ya en el nuevo mundo, ve la realidad con otros ojos, pues descubre la pureza del indígena, hombre no contaminado con la avaricia y sed de posesión de los europeos; idilio interrumpido con la llegada de los heraldos negros que entienden la vida como valle de lágrimas y la proclaman como tal. “Estos -dice el narrador- generosamente llegaban para transformar la vida en prueba de salvación. Hojas negras caídas del otoño de alguna parte ignota. No parecían temer la profundidad de la selva. Llegaron con valentía hasta el centro de la danza” (pág. 170), para, muy a su pesar, finalmente ahogarla. Tal la sombría visión de este jesuita que siente vano su esfuerzo por redimir al indígena, a lo largo de cuatro décadas en esta tierra; esa inutilidad se le hace patente cuando advierte la inocencia de un grupo de niños que, desnudos, chapotean con total naturalidad en las aguas de uno de los ríos de esta vasta América: jugaban alegremente al margen de la noción de pecado infundida por esos heraldos negros.

Dice W. Sorgius: “Cuando parta, o me lleven, habré dejado cuarenta y cinco años en este lugar sin tiempo. Muchos años más habrá dejado la Compañía. Trabajos, pasión, para terminar en esto que es en realidad un fracaso de Dios” (p. 170). “Ellos (los aborígenes) retornan al espíritu del bosque después de nuestra fundación, de nuestra doctrina. Presienten que los espera el espíritu de la danza, de la alucinación sagrada. También en ellos la selva recompone sus templos” (p. 173). La reflexión del viejo jesuita concluye con una de las tesis del Maestro Eckhart: “Todas las criaturas son una pura nada: no digo que sean poca cosa, sino que son pura nada”, señala Posse en el ocaso de la novela.

Quizá este nuevo relato, del que emergen cuestiones clave como una reconsideración del colonialismo español, la crisis de la modernidad occidental y, entre otros, el choque de cosmovisiones diversas -la europea vs. la latinoamericana- sirva para revivir el gusto por la lectura de uno de nuestros grandes novelistas, cuya obra, hoy en gran parte, permanece relegada al olvido.

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